Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Bio, bio, ¿qué ves?

Los más pequeños del más grande: nuevos (e inesperados) vecinos en el monte Everest

El constante flujo de escaladores ha modificado las poblaciones microbianas en la región, según revela un estudio reciente. 

Monte Everest, en el Himalaya, la cordillera que hace frontera natural entre China y Nepal.
Monte Everest, en el Himalaya, la cordillera que hace frontera natural entre China y Nepal.
Hendrik Terbeck

El monte Everest, con sus más de 8.000 metros, goza del honor de ser el más alto de todo el planeta. Situado en el Himalaya, la cordillera que marca una frontera natural entre China y Nepal, sus laderas nevadas e inhóspitas son el escenario perfecto para mitos y leyendas. De acuerdo con las historias que circulan por la región, y que se han extendido por todo el planeta, entre ventisca y ventisca hay quien afirma haber visto a una gigantesca criatura completamente cubierta de pelo. Durante años, la leyenda ha sido avivada por huellas misteriosas y avistamientos fugaces.

Sin embargo, parece que los avances en biología molecular han aguado la fiesta a quienes creen en esta criatura. Tras analizar cuidadosamente muestras de pelo que, se decía, eran del Yeti, se concluyó que lo más probable es que pertenezcan a algún tipo de oso. Que esto no os desanime. Los verdaderos habitantes del Everest, especialmente los más pequeños, son lo suficientemente interesantes como para que no necesitemos tirar de leyendas urbanas.

Microorganismos contra viento y marea: los extremófilos

Este artículo viene cargado de decepciones, porque después de tirar por tierra la fantástica leyenda del Yeti, la biología molecular viene a darnos otro toque de atención. Los humanos creemos ser el centro del universo, pero los microorganismos nos dejan a la altura del betún. Lo siento, esto es así. Reconozcamos de una vez por todas su superioridad. Sí, vale, nuestro cerebro es increíble y nos permite ser creativos, tener empatía y un montón de cualidades estupendas más. Pero mientras que nuestros avanzadísimos y complejos cuerpos no pueden salir de noche sin una chaquetita por si refresca, hongos y bacterias viven tan ricamente en los lugares más inhóspitos del planeta.

Los microorganismos capaces de sobrevivir en condiciones que a los egocéntricos humanos nos parecen incompatibles con la vida se llaman extremófilos. Estas condiciones van desde calor extremo, como en el interior de un volcán, hasta lugares con un pH muy ácido, regiones muy frías o zonas expuestas a niveles de radiación muy altos. Con todos sus metros de altura, el monte Everest va a cumplir varios de estos requisitos para ser considerado inhóspito.

Conforme ascendemos por la ladera del Everest, las condiciones ambientales se harán cada vez más duras, convirtiéndolo en un lugar poco adecuado para construir una urbanización con piscina. Sin embargo, ni las bajas temperaturas, ni la poca disponibilidad de nutrientes y agua en el suelo, ni los altos niveles de radiación ultravioleta ni el poco oxígeno disponible a esa altitud van a disuadir a algunos extremófilos de asentarse allí. El hongo Naganishia friedmannii, por ejemplo, habita en esta región sin ningún problema. "La tranquilidad, la tranquilidad es lo que más se busca", ha declarado a los intrépidos reporteros que se han aventurado a acercarse hasta su inusual morada.

Desde luego, este hongo vive de lo más tranquilo en los lugares en los que se aposenta. No solo ha sido hallado en el Everest, sino también en las laderas de volcanes como el Llullaillaco, en Chile, a unos 6.000 metros de altura. Esto es posible gracias, sobre todo, a su increíble capacidad de resistir la radiación ultravioleta, aunque no menos importantes son otras de sus cualidades, como poder aguantar a pH muy ácido o a temperaturas bajo cero. ¡Quién pudiera!

Las huellas de los montañeros

Sin embargo, los extremófilos ya no están solos en la ladera del Everest. Un estudio reciente ha revelado que estos microorganismos adaptados para sobrevivir a grandes alturas ahora comparten su espacio con otros que no lo están en absoluto y que ni siquiera deberían encontrarse allí. Se trata de bacterias que normalmente viven en un entorno más agradable: el cuerpo humano. Estafilococos y estreptococos que habitan en nuestra piel o el interior de nuestra nariz, ahora también están presentes en muestras de tierra del Everest. Los investigadores del estudio creen que han llegado allí como polizones de los escaladores, y que han sido liberadas a través de toses o al sonarse la nariz.

Por supuesto, estas bacterias no están activas. Como no podrían sobrevivir en esas condiciones, pasan a un estado de latencia. Así pueden aguantar hasta que las condiciones vuelvan a resultarles favorables, momento en el cual ‘resucitarían’ y volverían a ser funcionales. Así que Naganishia friedmannii y el resto de extremófilos autóctonos pueden continuar con su vida sin sobresaltos, que sus nuevos vecinos no van a poner la música demasiado alta.

Este estudio debería hacernos reflexionar acerca de nuestra capacidad de alterar los ecosistemas, más allá de dejar basura atrás cuando salimos de excursión (cosa que, por supuesto, no debemos hacer jamás). Las huellas que dejamos los humanos en la naturaleza van más allá de las marcas de nuestras botas. Tenemos una gran responsabilidad hacia el entorno, y debemos considerar nuestras acciones no solo a corto plazo y a nivel macroscópico, sino también a largo plazo y a escala microscópica. ¿Qué implicaciones puede tener la presencia de estas bacterias a más de 7.000 metros de altura? Por el momento, no lo sabemos, pero los autores del estudio alertan de que debemos tener especial cuidado al pisar lugares nuevos por primera vez. Por ejemplo, esta posibilidad de dejar nuestros microorganismos atrás es una variable que deberíamos tener muy en cuenta si en algún momento podemos dar el salto a otros planetas. Un reto muy grande para tratarse de un objeto de estudio tan, pero tan pequeñito.

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