Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Desafíos globales

¿Es posible practicar un turismo realmente ecológico? Manual para buenos ecoturistas

Practicar un turismo ecológico no es fácil porque nuestra mera presencia en un entorno ‘ajeno’ afecta a este y a la fauna que lo puebla. Pero si, al menos, no alimentamos a los animales, estaremos un poco más cerca de lograrlo. Y su salud lo agradecerá.

Iguanas de roca de las Bahamas como esta están desarrollando caries y diabetes.
Iguanas de roca de las Bahamas como esta están desarrollando caries y diabetes.
Jimmy Baikovicius

En las últimas fechas, y a raíz de los crecientes casos de viruela del mono identificados en humanos, han vuelto a salir a la palestra las zoonosis –definidas como "cualquier enfermedad o infección transmisible de manera natural entre los animales y las personas, directa o indirectamente". Sin embargo, apenas se hace referencia a las enfermedades y males que el ser humano transmite a los animales. Con el agravante, además, de que, a diferencia de lo que sucede en el sentido contrario, son dolencias creadas ‘artificialmente’ por el hombre y que este introduce de forma voluntaria o consciente.

Un reciente estudio demuestra que las iguanas de roca de las Bahamas están desarrollando caries y diabetes como consecuencia de ingerir las uvas con las que los turistas –o los touroperadores que organizan la visita– les tientan para que se aproximen y poder observarlas de cerca y en directo.

Siendo más precisos: el estudio publicado en el ‘Journal Experimental Biology’ relata que esta suplementación artificial está afectando al metabolismo de la glucosa en las iguanas analizadas, lo que se traduce en un acusado y persistente incremento en los niveles de glucosa en sangre tras una ingesta. Un desequilibrio análogo a la diabetes humana. Algo que se explica porque, a diferencia de lo que sucede con los alimentos que constituyen su dieta habitual y natural, las iguanas no han dispuesto del tiempo necesario para evolucionar y adaptar su metabolismo a los nuevos alimentos y, así, poder procesarlos de un modo saludable.

Y el de las iguanas bahameñas no es un caso aislado, sino el último documentado y que se viene a sumar a una lista cada vez más extensa en la que, por ejemplo y proximidad, también figura el estudio que en 2018 concluyó que las tortugas marinas de las Islas Canarias presentaban niveles anormalmente altos de triglicéridos y colesterol en sangre (el equivalente a la hipercolesterolemia humana) debido a los alimentos que les dan los turistas.

Unos ‘trastornos de salud’ que ponen bajo el foco al ecoturismo y su viabilidad. ¿Es posible practicar un turismo realmente ecológico?

El punto de partida del ecoturismo es de un idealismo idílico. Se basa en la premisa de que la presencia de un pequeño grupo de turistas, que solo observan, en un hábitat natural por un tiempo limitado no genera prácticamente ningún impacto medioambiental. Y en contrapartida el visitante aprende a valorar el mundo natural y, con ello, la conservación del medio y de su biodiversidad, al tiempo que aporta financiación para garantizar dichos objetivos. Así pues, el turismo ecológico es, no solo compatible, sino incluso beneficioso para la conservación. 

Pero el idealismo no casa bien con la tozuda realidad que ofrece otra visión bastante más conflictiva del turismo ecológico. Una que convierte a ese pequeño grupo de meros observadores en más de 8.000 millones de visitantes anuales –una cifra que crece año a año– en regiones y zonas protegidas; visitantes que, además, se concentran en los principales destinos ecoturísticos. Y en una industria que, para funcionar, tiene que garantizar que los visitantes disfruten del espectáculo prometido, lo que implica crear infraestructuras que los introduzcan lo más posible en los hábitats naturales y tentar a los animales salvajes con comida fácil para que se acerquen lo suficiente. 

Todo ello supone –tal como reportan cada vez más estudios– un notable impacto negativo en la fauna salvaje local y en su hábitat natural. Principalmente en forma de alteración de la dieta y patrones alimenticios, así como de sus ritmos y rutinas naturales. Otro de los impactos más importantes es la degradación y fragmentación de su entorno. Y, asimismo, produce un estrés en los animales que afecta, entre otros aspectos, tanto a su capacidad reproductiva como a su esperanza de vida.

Por ejemplo, se ha constatado que la creciente observación desde lanchas y barcos de ballenas y delfines en aguas neozelandesas interrumpe la socialización y el descanso de los cetáceos. Peor, y más grave aún, es que este impacto, lejos de afectar solo a una especie como puede ser el caso de las iguanas, las tortugas o los delfines, se extiende, ramifica y repercute en todo el ecosistema. Así pues, los ecólogos sostienen que para que el turismo ecológico sea lo que prometía, es necesario estudiar de manera pormenorizada todos estos impactos a fin de minimizarlos y contenerlos.

¿Física cuántica?

La cuestión es si realmente esto es factible o es un ideal inalcanzable. Puede que la respuesta esté en la física cuántica y, en concreto, en el principio de incertidumbre de Heisenberg. Explicado de un modo intuitivo, este viene a decir que no se puede determinar simultáneamente y con total precisión la posición y la velocidad de una partícula de dimensiones cuánticas. ¿Por qué? Porque para observarla se necesita un microscopio que funciona emitiendo un haz de fotones o electrones que, al chocar con la partícula observada, nos indican su posición y su velocidad. Pero, por el mero hecho de chocar con ellas, modifican su velocidad y su posición. Es decir, que cualquier intento de medición afecta y modifica al sistema. Trasladado al ámbito del turismo ecológico esto supone que por el mero hecho de introducir a un observador en un entorno natural, estamos actuando sobre él, perturbándolo.

Y tal vez aún haya otra forma mejor y más intuitiva de (no) verlo y de entenderlo: la mejor y única forma de preservar un cuadro, una obra de arte, una reliquia o un incunable es no exponerlo y que los turistas no puedan disfrutar de él.

Sin embargo, este es un planteamiento tan deprimente como quimérico. Para bien o para mal, ya estamos dentro del sistema, ya formamos parte de él. Así que volvamos con los ecólogos y esforcémonos por practicar un turismo, si no ecológicamente ideal, sí al menos responsable y lo menos invasivo posible. Una buena medida para empezar es dejarse las uvas y demás chucherías en el hotel.

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