Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Naturaleza urbana: cuando una pandemia dio valor al ecosistema balconero

Desde el corazón de la ciudad, el naturalista Eduardo Viñuales transformó el confinamiento en una oportunidad de descubrir la naturaleza urbana.

Eduardo Viñuales, en su puesto de naturalista balconero.
Eduardo Viñuales, en su puesto de naturalista balconero.
Eduardo Viñuales Cobos

Hace poco más de tres años, el 13 de marzo de 2020, no sabíamos que aquel era el primer día de los dos meses que pasaríamos confinados en nuestros hogares a causa de la pandemia de covid. La primavera estaba empezando a despuntar lejos de la ciudad y el naturalista Eduardo Viñuales no imaginaba que podría perdérsela. "Todo se suspendía… y yo me quedé a gusto en casa a cuidar de mi pequeño de dos años, a leer mucho y a trabajar en el ordenador en alguno de mis próximos libros", recuerda. Nos dijeron que sería un encierro de 15 días y él pensó que eso podría ser "un ‘reseteo’ para desacelerar el ritmo de vida que llevamos". Evocó a Henry David Thoreau, "que estuvo un año recluido en una cabaña en los bosques de Norteamérica observando la naturaleza, reflexionando… Yo, al menos, en mi casa tenía un balcón con macetas y plantas, y un ventanal a la calle".

Su balcón es pequeño, de 2,5 metros cuadrados, y da a una calle del centro de Zaragoza, en el Casco Antiguo. "No hay árboles. Tan solo un antiguo edificio donde se posan palomas y crían otros pájaros. También tengo plantas de las que en muchas ocasiones solo sabía su nombre… y poco más". Esa era su porción, su dosis de naturaleza. Suficiente para, en lugar de sufrir por no poder salir al campo, convertirse en ‘Un naturalista confinado’, como el título del libro que refleja el diario del ecosistema balconero, del que se convertiría en fiel observador. "Acodado en ese balcón –decidió–, esa sería mi ventana al mundo exterior, mi pequeña clase para seguir aprendiendo de la vida salvaje, de las flores, de las plantas, del clima, de lo que hubiera…". Como buen naturalista quería entretenerse observando, tomando notas y, ¿por qué no?, haciendo fotos bonitas. "Sí, ya sé que estaba en el corazón urbano de la ciudad –reconoce–, pero sabía que algo habría y, sobre todo, era consciente de que si abres los ojos con curiosidad, ahí afuera suceden cosas maravillosas que uno puede descubrir, muy cerca de nosotros".

En marzo de 2020, esta Silene pseudoatocion floreció tempranamente en las macetas.
En marzo de 2020, esta Silene pseudoatocion floreció tempranamente en las macetas.
Eduardo Viñuales Cobos

El 16 de marzo unas flores de sus macetas estaban "a tope de color rosa vivo, lustrosas y bellas". Las ganas de saber más sobre aquella planta que había recogido en una maceta de un pueblo del Matarraña y que había reproducido por división de mata hicieron el resto: "Estaba preciosa. Le hice fotos. Las colgué en las redes sociales, pero aún no sabía muy bien qué especie eran. Empecé a investigar. Mi amigo Roberto, aficionado a temas botánicos, me indicó que podría tratarse de una Silene. Y, luego, alguien, en Facebook, me indicó que era la Silene pseudoatocion, ya que tenía los tallos de color Burdeos. Aprendí que era una especie natural del Mediterráneo Occidental e indagué más sobre ella… Nunca le había dedicado tanto tiempo e interés, y estaba ahí mismo desde hace un par de años".

Otro impulso se lo dieron "mis vecinas de ojos azules, que visten de negro y que peinan canas en la cabeza"… Una pareja de grajillas que crían en los mechinales del antiguo edificio que está delante de su balcón. Las miraba con los prismáticos, les hacía fotos con el teleobjetivo, observaba su comportamiento, leía trabajos científicos sobre ellas "y corroboraba que estos animales son mucho más inteligentes de lo que muchos piensan".

Las grajillas urbanas, un ave de la familia de los cuervos, son una de las grandes protagonistas del libro.
Las grajillas urbanas, un ave de la familia de los cuervos, son una de las grandes protagonistas del libro.
Eduardo Viñuales Cobos

La primavera fue avanzando…. y cada vez empezaban a surgir nuevas preguntas, dudas, inquietudes. "Cada día sucedía algo nuevo". Comenzaban a aparecer otros animalillos y plantas: una cerraja menuda, el ramillete de flores de la cebolla albarrana, el brote y el crecimiento de plantas ornamentales originarias de lugares como Sudáfrica, Canarias, Corea, México..., el paso migratorio de las aves que venían del centro de África y que iban hacia el centro y norte de Europa –como gaviotas, cigüeñas blancas, golondrinas, milanos, halcones abejeros–… "De repente apareció una araña, luego una salamanquesa, después vi casi por suerte unas minúsculas saltahojas, me detuve en un himenóptero que tuve que identificar con ayuda del Google Lens y unos anillos de extensión en la cámara… o una mariposa esfinge colibrí que iba y venía. Otra tarde me entretuve al sol con una mosca… y, al caer noche, con el vuelo crepuscular de los murciélagos urbanos. ¿Qué especies serán?", se preguntaba.

También se fijó en las horas de sol diarias, en las nubes, en los días de lluvia, en las temperaturas, en la difracción de la luz solar… "Cada día había un motivo. Algo que contar sin moverme casi del salón". También en las pelusillas de los chopos que flotaban en el aire y que indicaban que el río Ebro estaba cerca o bien qué época del año era. Fueron floreciendo otras macetas. Salieron las semillas que había plantado. Hacía mejor temperatura y ya salíamos en familia a merendar o a cenar a la puerta del balcón… Llegaron los vencejos y su precioso ‘bullicio’ el 12 de abril, después de hacer quizás casi 20.000 km de viaje desde el otro lado del desierto del Sáhara, toda una proeza para un ave frágil que pesa solo 38 gramos y que no se posa más que para reproducirse, pero que para más inri cría en la vieja pared de enfrente. "¡Les estaba esperando, un año más! ¡Bienvenidos!".

Cernícalo vulgar, fotografiado desde el balcón.
Cernícalo vulgar, fotografiado desde el balcón.
Eduardo Viñuales Cobos

Mención especial merece "una pareja de cernícalos –un pequeño halcón– que crió en la calle perpendicular a la mía y que yo veía pasar volando, reclamando… y que luego un vecino de un piso mucho más alto que el mío me contó que habían sacado pollos que estaban aleteando en la cornisa del tejado. ¡Fue un lujo, un regalo de la naturaleza!".

Pero una de las cosas con las que más disfrutó Eduardo fue con el descubrimiento de la abeja cortadora de hojas, "que en Inglaterra llaman abeja ‘patchwork’, que quiere decir retal, y que me tuvo unos días intrigado hasta que, como un detective, conseguí saber que ella había sido la responsable del ‘destrozo’ con mordidas redondeadas en el borde de las hojas de mi querida parra roja trepadora".

Esta araña de terciopelo (Filistata insidiatrix) coloca su tela de caza tubular en las paredes urbanas.
Esta araña de terciopelo (Filistata insidiatrix) coloca su tela de caza tubular en las paredes urbanas.
Eduardo Viñuales Cobos

Viñuales cree que, en general, "vivimos muy de espaldas a la naturaleza, sobre todo en las ciudades". Su reflexión final, "y más a raíz de la pandemia, es que debemos renaturalizar las urbes". Y aporta datos: "Casi 3.500 millones de personas en el mundo habitan en una ciudad. En España hay un éxodo rural muy grande. Todo el mundo viene y se concentra en las ciudades y sus barrios. Zaragoza reúne con sus 664.000 habitantes el 51% de la población de todo Aragón. Y en estas ciudades es donde más habría que invertir y que apostar por la ‘salud ambiental’, lo que generaría en el ser humano un verdadero bienestar físico, mental y social para la ciudadanía". En su opinión, "hay que reconvertir los espacios en los que vivimos y trabajamos en aliados frente a la pérdida de biodiversidad y el cambio climático", por lo que "la biodiversidad debería de ser uno de los ejes vertebradores de las políticas municipales".

En el epílogo final del libro ‘Un naturalista confinado’ reflexiona sobre si la pandemia ha cambiado nuestra mirada hacia la naturaleza. Al fin y al cabo, "ese enemigo invisible llamado covid ha sido no solo una pesadilla, sino una muestra más del modelo insostenible hacia el que caminamos, una evidencia añadida –como el cambio climático– de que estamos desequilibrando el planeta, de que vienen nuevas enfermedades infecciosas o zoonosis que afectan a los seres humanos y que son en parte consecuencia de acciones humanas como la destrucción de los hábitats, la deforestación o la sobreexplotación de los sistemas agrícolas y ganaderos".

Casi tres años después, "el susto se va diluyendo y la sociedad no ceja en su afán consumista de adquirir productos innecesarios, de derrochar energía, de maltratar el agua vital y el aire limpio que respiramos…, servicios ecosistémicos que son gratis, pero que son muy importantes, valiosísimos". Por eso alerta: "Tenemos que cambiar, frenar y decrecer. Sería posible prescindir de ciertas cosas y seguir manteniendo un nivel de vida confortable. Nos sobran muchas cosas. El futuro está comprometido. La crisis climática y energética está anunciada por los ecologistas desde hace décadas…, pero manda más la inercia de los intereses económicos y solo aprendemos cuando ya no hay más remedio y cuando las medidas a adoptar ya no son aconsejables, sino que han de ser impuestas por la urgencia".

La experiencia, hace tres años, de estar confinado, leer y mirar por la ventana le ha llevado a "reflexionar sobre el futuro de todo esto, más por el de nuestros hijos que por el nuestro. ¿Seremos tan egoístas?".

Portada de 'Un naturalista confinado'.
 
Biodiario del confinamiento

Del 13 de marzo al 11 de mayo de 2020, el naturalista Eduardo Viñuales fue apuntando, "en una especie de biodiario", cada detalle de la naturaleza que descubría desde su balcón. Las entradas que fue colgando en redes interesaban a otras personas, también confinadas en sus casas, y aquel cuaderno de campo del ‘ecosistema balconero’ fue tomando forma hasta que, finalmente, la Institución Fernando el Católico lo asumió dentro de su programa editorial.

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