Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Desafíos globales

Buenos hábitos de astronauta para evitar desperdiciar la comida

Montones de comida acaban en el cubo de los desperdicios de nuestras casas a diario. Unos alimentos no consumidos que contribuyen a que haya hambre en el mundo y a contaminar el planeta. Lo bueno es que ponerle remedio es tan fácil como reconocer y corregir las rutinas diarias que provocan ese despilfarro. Y, para hacerlo, contamos con las películas de cosmonautas y con un par de recientes estudios que las han identificado y puesto por escrito.

En el mundo anglosajón se entregan a domicilio cajas de comida con los ingredientes justos para hacer cada receta.
En el mundo anglosajón se entregan a domicilio cajas de comida con los ingredientes justos para hacer cada receta.
Martha & Marley Spoon

Cada año, unos 600 millones de toneladas (en concreto, en 2019 fueron 570 millones) de alimentos son arrojados a los cubos de basura de los hogares. Algo inadmisible y amoral teniendo en cuenta que millones de personas en el planeta padecen e incluso mueren de hambre.

A mayores, todos estos residuos alimenticios representan un significativo problema medioambiental, ya que acaban apilados en vertederos donde, al fermentar, liberan su contenido de carbono en forma principalmente de metano (un gas con un efecto invernadero mucho más potente que el CO₂). A lo que hay que sumar la huella de carbono asociada a su producción, empaquetamiento y distribución en balde; y la posterior recogida y traslado de residuos. Todo lo cual se traduce en un 8% de las emisiones globales de gas invernadero.

Finalmente, este despilfarro supone un perjuicio económico en todos los sectores implicados; también en los ‘irresponsables’ consumidores, al inflar de manera artificial la demanda y con ello encarecer la oferta de unos recursos limitados.

Inspiración espacial

Por todo lo anterior es imperativo poner remedio urgente a este sinsentido. Y puede que la solución pase por las comidas de los astronautas. Como se puede ver en cualquier película o serie ambientada en el espacio, cada cosmonauta dispone de un paquete individualizado con la ración justa y necesaria de comida para cada ingesta. Unos menús espaciales cuyo equivalente terrícola, civil –y casi me atrevería a decir que también civilizado, por cuanto elegir tu comida y cocinártela es uno de los privilegios de la civilización– bien podrían ser las denominadas ‘cajas de comida’ –o ‘mealboxes’, tal como son referidas en el mundo anglosajón, donde al parecer están bastante popularizadas–.

Son paquetes con los ingredientes necesarios y en las cantidades adecuadas por comensal para preparar una comida siguiendo la receta que los acompaña y que, por lo general, son entregados a domicilio al suscriptor del servicio o al solicitante ocasional.

Y es que un reciente estudio en el que se comparaban los desperdicios generados en hogares que preparaban la misma receta al modo tradicional y recurriendo a una de estas cajas de comida ha constatado que en las segundas se generaba un 38% menos de desperdicios. Básicamente porque se minimizaban los restos de comida que quedan en el caldero sin llegar a servirse y que acaban en el cubo dela basura.

Cambio de hábitos

Y como no se trata, necesariamente de suscribirse a uno de estos servicios de entrega a domicilio –algo que los propios autores de la investigación recalcan en sus conclusiones–, sino de minimizar estos desperdicios, los investigadores han identificado los malos hábitos o costumbres en los que generalmente incurrimos cuando hacemos la comida diaria y que provocan tanto despilfarro. Y también los han clasificado atendiendo a las distintas fases del proceso de preparación. 

En primer lugar, una mala planificación, es decir, incluir en la lista de la compra ingredientes que ya tenemos en la despensa o que no necesitamos para la elaboración de la comida que tenemos pensada; cuando no directamente acudir a la compra sin tener claro qué queremos cocinar. 

En segundo lugar, unos pésimos hábitos de compra que suponen agenciarse mucha más cantidad de la necesaria y adquirir productos de forma impulsiva simplemente porque nos entran por los ojos. 

En tercer lugar, un incorrecto almacenamiento de los productos, lo que provoca que muchos se deterioren o caduquen sin llegar siquiera a ser utilizados. 

En cuarto lugar, ya a la hora de cocinar, preparar una cantidad excesiva que no llega a servirse; y desperdiciar parte de los ingredientes –el tronco del brécol, la parte verde del puerro, un trozo de patata que era demasiado grande, el huevo sobrante del rebozado…–.

Y, finalmente, la pésima costumbre de no reciclar las sobras para preparar otra comida o repetir al día siguiente y limitarse a acumularlas en la nevera un par de jornadas antes de acabar tirándolas.

En definitiva, nada que cualquiera de nosotros en realidad no supiese ya y no pudiese enumerar. Y unos malos hábitos tan evidentes y fáciles de evitar que debería causarnos como mínimo sonrojo que nos los tengan que poner por escrito y, más aún, no corregirlos desde ya.

Menos huella de carbono

Dicho lo cual, es momento de ampliar o desplazar el foco para incluir el perjuicio medioambiental reflejado en esa significativa huella de carbono vinculada a los desperdicios alimenticios domésticos. Porque, sorprendentemente, otro estudio ha concluido que las cajas de comida reducen en un 33% las emisiones de gases invernadero en comparación con la preparación tradicional del mismo menú. Y eso a pesar de que a las primeras les penaliza el hecho de que todos los ingredientes vienen convenientemente envasados y empaquetados con todo lo que ello supone en cuanto a emisiones vinculadas a la producción, distribución y posterior reciclaje de estos envases.

Y, sin embargo, aun así, generan un tercio menos en el cómputo total. Algo que se explica atendiendo a dos factores principales: por un lado, el ya reseñado mucho menor volumen de desperdicios que acaban en el vertedero. Y por otro, porque las cajas de comida reducen las emisiones vinculadas a la logística de distribución y transporte. Ya que al ser entregadas directamente desde el centro de distribución principal a los hogares por un servicio de reparto se evitan o limitan algunas de las etapas implicadas, como el traslado desde el centro principal hasta los establecimientos locales y el transporte hasta el domicilio por parte del consumidor –una etapa conocida como ‘última milla’ y que los responsables del estudio identificaron como la que generaba las diferencias más significativas en cuanto a emisiones–. Y algo que, igualmente, podemos subsanar de forma sencilla sin necesidad de renunciar a la compra tradicional. Basta con acudir a tiendas de barrio en lugar de desplazarnos con nuestro vehículo a grandes centros comerciales. Y, en el caso de que no quede más remedio, aprovechar otros desplazamientos inevitables para parar de camino. Por ejemplo, el trayecto de vuelta a casa al salir de la oficina.

Y es que, muchas veces, basta con un pequeño y para nada molesto cambio de rutinas para alcanzar grandes metas. Y qué meta más grande que conseguir que haya menos hambre en un mundo sostenible.

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