Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Gazapos científicos de cine

Carbono somos y en carbono nos convertiremos, y no hace falta fumar porros para saberlo

¿Qué tienen en común la excéntrica protagonista de esta película, el también actor Benedict Cumberbatch, el lector y el firmante de este gazapo? Un cuerpo que en todos los casos incluye mucho carbono. Un elemento que tiene gran peso en esta historia, en la que no obstante, aún hay espacio para numerosas sorpresas.

Fotograma de la película ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’ (Macon Blair, 2017).
Fotograma de la película ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’ (Macon Blair, 2017).
Film Science, XYZ Films

Escuchemos este diálogo de la película ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’:

“Mi abuela Sally se dedicó a insuflar vida en gente que había volado por los aires. Fue enfermera de guerra. Se pasó la jubilación llevando comida a gente con cáncer. Y luego tuvo un derrame. Ella también se convirtió en carbono. Y ahora soy la única que se acuerda de eso. Y pronto seré solo carbono. Así que nada importa” –reflexionó la protagonista de la película ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’ tras haberse fumado un porro junto a su mejor amiga.

La ficha

  • Título: ‘Ya no me siento a gusto en este mundo’ (‘I dón’t feel at home in this world anymore’).
  • Año: 2017.
  • Director y guionista: Macon Blair.
  • Reparto: Melanie Linskey (Ruth), Elijah Wood (Tony)…
  • Sinopsis: Ruth es una mujer deprimida ante las escasas perspectivas de su anodina existencia. Cuando entran en su casa para robarle, y ante la inoperancia de la Policía, Ruth encuentra un nuevo sentido a su vida persiguiendo a los ladrones junto a Tony, su peculiar y no menos patético vecino, obsesionado con las artes marciales.

El gazapo

¿Solo carbono? No diría yo tanto… o mejor dicho, tan poco. Porque un cuerpo humano normal y corriente se compone de átomos de 59 elementos distintos; de los cuales 23 de ellos son considerados esenciales, es decir, elementos sin los que no podemos existir, en tanto que los restantes, aunque prescindibles, nos reportan beneficios.

Eso sí, a pesar de la considerable cifra de elementos, considerable incluso si atendemos solo a aquellos considerados esenciales, lo cierto es que la práctica totalidad de nuestro cuerpo –en torno al 90%– se concentra en apenas seis elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre. O, como resume la regla mnemotécnica conocida por todo aquel que haya cursado biología básica: CHONPS.

Y de entre los cuales el carbono es solo el segundo más abundante, al representar casi el 23% de nuestra masa. Muy lejos del 61% que supone el oxígeno. Aunque, de todos modos, se traduce en alrededor de 13 kg de dicho elemento en un adulto promedio –considerando que un adulto promedio ronda los 80 kg–.

En definitiva, un cúmulo de datos y cantidades del que se concluye que al morir no nos convertimos en carbono. O al menos no solamente en carbono, sino que dejamos en este mundo –y da igual si nos sentimos más o menos a gusto en él– una extensa ristra de elementos como recordatorio de nuestra fugaz existencia.

Y, en realidad y en sentido estricto, ni siquiera eso. Porque no los dejamos tal cual, como elementos puros o en su forma elemental, sino combinados entre sí en forma de diversos compuestos –del mismo modo, en vida, también se acumulan en nuestro cuerpo combinados en todo un universo de compuestos–.

Si, tras fallecer, nuestros herederos/descendientes optan –ya sea al respetar nuestra última voluntad o haciendo de su capa un sayo– por enterrarnos, entonces el organismo queda cubierto por una gruesa capa de tierra y, en consecuencia, con una ventilación deficiente, es decir, en ausencia total o casi de oxígeno. Y las bacterias que proliferan en estas condiciones nos descompondrán, liberando en el proceso gases como el amoniaco, el dióxido de azufre o el metano (CH₄) que es la forma o compuesto tras el cual nos abandona la mayor parte de nuestro carbono.

En tanto que si optan por incinerarnos –y aprovecho para dejar constancia por escrito de que esta sí es mi última voluntad, o mejor dicho, mi voluntad para mi último destino–, y dado que la incineración es una reacción de combustión, esto es, una reacción de oxidación alimentada por el calor donde nuestros restos son el combustible y el oxígeno aportado el comburente, nuestro carbono acabará liberándose casi por completo como dióxido de carbono (CO₂). Así que ni por esas nos convertimos (solo) en carbono.

Los 59 de Benedict Cumberbatch

En el año 2013 la Royal Society of Chemistry llevó a cabo una curiosa iniciativa consistente en calcular el coste o precio que supondría fabricar a un ser humano a partir de lo que costaría adquirir la cantidad necesaria de cada uno de los elementos químicos que nos constituyen –en concreto al ser humano, además de reconocido actor, Benedict Cumberbatch, escogido por la institución como molde o patrón para la ocasión–.

Más allá del precio final –que para quien le pueda interesar se cifró en unas considerables 96.547 libras– lo interesante de la real iniciativa a efectos de este gazapo es que refleja fielmente la composición elemental del cuerpo humano, esto es, todos los elementos –y la cantidad relativa de cada uno de ellos– presentes en nuestro organismo. Un total que alcanza los 59 elementos distintos. A saber: oxígeno, carbono, hidrógeno, nitrógeno, calcio, fósforo, azufre, potasio, sodio, cloro, magnesio, hierro, flúor, zinc, silicio, rubidio, estroncio, bromo, plomo, cobre, aluminio, cadmio, cerio, bario, yodo, estaño, titanio, boro, níquel, selenio, cromo, manganeso, arsénico, cesio, mercurio, germanio, molibdeno, cobalto, antimonio, plata, niobio, zirconio, lantano, galio, teluro, ytrio, bismuto, talio, indio, oro, escandio, tántalo, vanadio, torio, uranio, samario, wolframio y berilio.

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