Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquellos maravillosos inventores

Jerónimo de Ayanz y Beaumont, el caballero de los prodigiosos inventos

Fue un portentoso atleta, héroe de guerra, político, administrador general de minas…, pero también y sobre todo un visionario y polifacético inventor y un adelantado a su tiempo.

Retrato de Jerónimo de Ayanz y Beaumont.
Retrato de Jerónimo de Ayanz y Beaumont.
Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, Eulogia Merle

Jerónimo de Ayanz nació en el señorío de Guendulain, en Navarra, en 1550. Descendiente de dos familias de la aristocracia navarra, a los 14 años marchó a Madrid para servir como paje del rey Felipe II. En la corte iba a recibir una esmerada formación académica y militar. Estudió matemáticas –además de letras y artes– con maestros como Pedro Juan de Lastanosa y Juanelo Turriano quienes le instruyeron en aritmética, álgebra, geometría, astronomía, cosmografía, náutica e ingeniería; materias para las que demostró grandes aptitudes e inventiva.

Un talento y unas capacidades que, no obstante, iban a quedar eclipsadas por su vigor y exuberancia física y su extraordinaria fuerza, de las que se hicieron eco Baltasar Gracián, en su obra ‘El Criticón’, y Lope de Vega, quien lo bautizó como el Hércules español.

Con el favor real 

Apoyado en sus portentosas facultades físicas, sus numerosas proezas militares en las campañas de Túnez, Lombardía y Flandes le otorgaron gran notoriedad en la corte. Y cuando en 1582 desbarató en Lisboa un complot para atentar contra Felipe II, se ganó definitivamente el favor del monarca español. Ello provocó su imparable ascenso en la corte y le otorgó rentas y honores. De este modo, con apenas 26 años fue nombrado Caballero de la orden Militar de Calatrava y designado administrador de diversas encomiendas de la misma. Ganándose asimismo el sobrenombre de ‘El caballero de las prodigiosas fuerzas’. En 1587 fue designado regidor de Murcia. Y en 1595 de Martos. Desde ambos cargos impulsó la economía local, modernizando y mejorando la cría de caballos, la ganadería y la agricultura, además de la minería.

Por ello, en 1597 el Rey lo nombró administrador general de las minas españolas. Una decisiva elección que le llevó a descubrir la (obsoleta) tecnología y procedimientos aplicados. Campos en los que iba a volcar su interés y esfuerzos en los siguientes años. Una de las primeras medidas que adoptó fue elaborar una encuesta entre todos los regidores del territorio para conocer el estado de la minería y promover las reformas necesarias. Un procedimiento pionero en Europa en esa época. Al mismo tiempo, dedicó dos años a visitar y explorar personalmente más de 550 minas de todo el territorio, tomando muestras y realizando ensayos de sus minerales. En una de estas exploraciones estuvo a punto de morir asfixiado debido a la acumulación de gases nocivos. Experiencia que le motivó a desarrollar equipos que permitiesen ventilar las minas y purificar el aire viciado. Y con ello, a diseñar las primera máquina de vapor.

También comenzó a experimentar procedimientos químicos para mejorar el rendimiento de los yacimientos y a inventar hornos de fundición más efectivos. Además, solicitó y examinó las muestras de minerales de las minas de las colonias españolas en América. Y, por su cuenta y riesgo, desarrolló un procedimiento que empleaba cobre como catalizador de la amalgama de plata para eliminar el negrillo de la plata de las minas de Potosí. Todo lo anterior desembocó en una ambiciosa propuesta de medidas para mejorar el sector minero. Sin embargo, sus revolucionarias iniciativas toparon con la muerte de Felipe II y su sucesión por Felipe III, mucho menos interesado en cuestiones científicas y tecnológicas; además de con una corte demasiado conservadora, por lo que no llegaron a llevarse a cabo.

A partir de 1604 hubo de trasladarse junto al resto de la corte a Valladolid, donde residiría el siguiente lustro y donde concibió y materializó la mayor parte de sus inventos. En este periodo volcó su inventiva sobre todo en el desarrollo de visionarios equipos de buceo e inmersión.

Privilegio 

Finalmente, en 1606, el Consejo de Castilla le concedía un privilegio por todas sus invenciones, una cincuentena. Documento que acreditaba no solo que las había fabricado, sino que había demostrado ante los expertos del Consejo su buen funcionamiento. Dos años más tarde, en 1608, cesaba en el puesto de administrador general de minas para embarcarse en un proyecto privado para la explotación de un yacimiento aurífero en El Escorial. Y en 1611 fundaba una compañía minera para reactivar y explotar las minas de plata de Guadalcanal (Sevilla), abandonadas al estar inundadas y donde iba a aplicar sus máquinas de energía de vapor para desaguar, en lo que supuso la primera aplicación práctica de este tipo de ingenios en Europa, un siglo antes de que Thomas Savery inventase su celebrada y reconocida máquina de vapor. Sin embargo, poco después tuvo que cerrar la explotación debido a la enfermedad que iba a provocar su fallecimiento en Madrid en 1613.

Múltiples inventos: de máquinas de vapor a equipos de buceo

Jerónimo de Ayanz fue un prolífico y en muchos sentidos visionario inventor. Entre la cincuentena de ingenios recogidos en el privilegio concedió por el Consejo de Castilla en 1606, se cuentan aparatos de medida de gran precisión como una balanza "capaz de pesar la pierna de una mosca", hornos metalúrgicos y de fundición más eficientes, molinos para molienda y otros eólicos de novedoso diseño. Pero ninguno tan revolucionario como sus máquinas de vapor ni tan espectaculares y celebrados como sus equipos de buceo.

Las máquinas de vapor se basaban en la producción de vapor a presión en una caldera esférica calentada con madera para aprovechar la energía transmitida por el gas producido al emerger a enorme velocidad. Un principio con el que diseñó y construyó equipos que permitían renovar el aire de una mina o una habitación –e incluso enfriarlo en lo que supone el primer precedente de un sistema de aire acondicionado– y otros para desaguar las minas al impulsar el agua hasta cierta altura.

Durante su estancia en Valladolid, Jerónimo de Ayanz se interesó en algunos de los problemas vinculados a la navegación y la inmersión. Lo que le llevó a diseñar bombas de achique de mayor capacidad –de nuevo apoyadas en su máquina de vapor– y sobre todo diversos ingenios e inventos para bucear. Entre ellos destaca una campana de buceo donde el aire del interior era renovado continuamente a través de tuberías flexibles conectadas a sendos muelles accionados desde la orilla o desde una barca y que, respectivamente, impulsaban y expulsaban el aire nuevo y el viciado de la campana gracias a unas válvulas presentes en el extremo inferior de las tuberías. Además, dicha campana estaba reforzada para soportar la presión y tenía contrapesos para poder depositarse en el fondo y mantener la estabilidad. En primera instancia, el inventor la concibió como un reservorio de aire para los buceadores Y parece que pocos años después llegó a ser empleada en isla Margarita (Venezuela) por los buscadores de perlas. 

Pero también iba a diseñar equipos de buceo para los buzos, equipados con máscaras, gafas y trajes impermeables. Se les suministraba aire desde el exterior por medio de tuberías análogas a las de la campana para no depender de esta. En otra versión del traje, estos iban provistos de vejigas llenas de aire conectadas a fuelles situados bajo los brazos para gozar de plena autonomía. 

Como colofón, el navarro también ideó un primitivo submarino: una barca herméticamente cerrada e impermeabilizada conectada igualmente a las consabidas tuberías flexibles de suministro y retirada de aire. 

Miguel Barral Técnico del Muncyt

Esta sección se realiza en colaboración con el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología

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