Sociedad

El Mundial se decide con el rugido de la afición

¿Por qué ruge la afición? Igual que hacen muchos otros mamíferos, también los humanos empleamos los rugidos y otras agresivas vocalizaciones como vehículo para transmitir una información que disuada a potenciales rivales.

¿La afición ruge en los partidos para advertir al rival de su fuerza?
Reuters/Toru Hanai

El Mundial entra en su fase decisiva. Cada duelo es un todo o nada. Y las aficiones rugen con cada arreón de sus respectivas selecciones…

… Pero, ¿por qué ruge la afición? ¿Es simplemente una gutural forma de animar a los suyos o ese atronador rugido colectivo encierra asimismo algún otro tipo de mensaje no verbalizado?

Viene esta reflexión a cuento de un reciente estudio que constata que, del mismo modo que hacen muchos otros mamíferos, también nosotros, tan humanos que somos, recurrimos y empleamos los rugidos y otras agresivas vocalizaciones como vehículo para transmitir una información y con ella disuadir a potenciales rivales.

En concreto, el estudio ha puesto en evidencia que las personas somos capaces de determinar con gran acierto (por encima del 80%) si otra persona es más fuerte o más débil que nosotros, si es más grande o más pequeña, solo oyendo su rugido, sin ver al emisor. Como curiosidad mencionar que el estudio también demuestra que para estos fines -juzgar y valorar el tamaño y fuerza del adversario y por consiguiente la conveniencia de desafiarlo- es más efectivo el mensaje recibido al oír un rugido que si lo que se oye es una agresiva increpación o amenaza verbal.

Por ello los investigadores concluyen que un rugido a tiempo supone tanto una indicación de nuestra exuberancia física como de nuestra posición jerárquica dentro del grupo. En definitiva, una advertencia o aviso para navegantes (entendidos como rivales).

Lo que nos devuelve a la pregunta de partida: ¿por qué ruge la afición? Tal vez sea un mecanismo inconsciente -y heredado de las batallas y enfrentamientos tribales que libraban nuestros ancestros- para advertir al rival de nuestra fuerza. De que juntos –equipo y afición- somos invencibles. Que no merece la pena que nos desafíen. Lo que a su vez, justificaría la siempre mencionada importancia de jugar en casa, al calor y ensordecedor abrigo de la afición. Y también, y como sucede en los partidos mundialistas, que el capitán del equipo que gana el sorteo prefiera atacar en la segunda parte hacia la grada ocupada por sus seguidores. O que elijan resolver las tandas de penaltis en la portería custodiada por su afición.