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Las olas de calor irán a más: ¿cómo lograr que no se traduzcan en más mortalidad?

La ruralidad actúa como un factor protector: según un estudio reciente, las personas que viven en zonas urbanas son hasta 6 veces más vulnerables.

-FOTODELDÍA- LOGROÑO (LA RIOJA), 24/08/23.- Los peregrinos coreanos que vistan Logroño se refrescan en la fuente del albergue logroñés para poder sobrellevar las altas temperaturas provocadas por la ola de calor que afecta a La Rioja. EFE/Fernando Díaz
Los peregrinos coreanos que vistan Logroño se refrescan en la fuente del albergue logroñés para poder sobrellevar las altas temperaturas provocadas por la ola de calor que afecta a La Rioja.
Fernando Díaz

Olas de calor como la que nos está dejando van a ser cada vez más frecuentes, intensas y extensas, y el impacto que están dejando en la salud de las personas, física y también mental, plantean un nuevo reto: que su aumento, ya irreversible, no se traduzca también en un incremento de la mortalidad.

Con medias de 1,5º por encima de los valores preindustriales, las altas temperaturas de este verano y las sucesivas olas de calor, "deben de ser una importante llamada de atención sobre la urgencia de la puesta en marcha de medidas de adaptación que minimicen los impactos que tienen sobre la salud", subraya Cristina Linares.

La codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III explica que los efectos en la salud de estos episodios de calor extremo "ocurren a muy corto plazo, desde el mismo día que empieza la ola de calor hasta 4 o 5 después".

Pero su mayor impacto no es tanto el directo que provocan los "golpes de calor", sino el agravamiento de patologías ya existentes, fundamentalmente cardiovasculares y respiratorias, aunque también de las renales, gastrointestinales e incluso neurológicas.

Mayores de 65, embarazadas y población urbana

Los grupos especialmente susceptibles al calor son los mayores de 65 años, en especial las mujeres por encima de 75, pero también las embarazadas -por la asociación entre el incremento de las temperaturas y el número de partos, de nacidos con bajo peso y prematuros-, y personas que trabajan o hacen deporte durante las horas más calurosas en el exterior.

No obstante, uno de los campos con mayor interés científico es el de la influencia en la salud mental, y ya se acumula evidencia científica que vincula olas de calor y el aumento de desórdenes emocionales y del comportamiento (incremento de la violencia y abuso de sustancias tóxicas), así como un aumento de la tasa de suicidios durante episodios de temperaturas extremas y sequía.

El efecto de isla de calor urbana -el fenómeno que hace que el calor acumulado durante el día en las ciudades se libere lentamente por la noche- hace que las mínimas sean entre 0,4 y 12º superiores a las zonas rurales.

La ruralidad actúa así como un factor protector: de acuerdo con un estudio reciente del ISCIII, las personas que viven en zonas urbanas son hasta 6 veces más vulnerables al calor.

Y eso puede deberse a que en las ciudades hay "mayores diferencias socioeconómicas, inadecuadas condiciones de la vivienda y la mayor exposición a los contaminantes atmosféricos, además de tener mayor número de personas que viven solas", que generalmente no pueden afrontar gastos como el del aire acondicionado.

No es reversible

Ante la evidencia de que las olas de calor serán más frecuentes, intensas y extensas, el reto está en que no lleven aparejado un incremento de la mortalidad atribuible al calor extremo.

Desde 2004, España, y gran parte de los países europeos, cuenta con planes de prevención en salud pública para minimizar el impacto de las altas temperaturas, que han logrado que "las muertes atribuibles al calor en Europa en personas mayores de 65 años no se vean incrementadas en los últimos años".

Y pocos, tranquiliza, son "tan completos como el español en este momento".

Pero son necesarios planes de prevención locales adaptados a cada área geográfica en base a sus características sociodemográficas, refugios climáticos públicos, rediseñar las ciudades para disminuir el efecto isla térmica con más albedo, tejados o cubiertas verdes en los edificios, aumentar las zonas verdes y crear áreas azules como lagos, fuentes o estanques.

Y desde el punto de vista de la salud habría que diseñar planes nacionales de adaptación al cambio climático en función de las características sociodemográficas de la población y otros integrados que aborden los efectos sinérgicos de factores como la contaminación atmosférica, intrusiones de polvo, sequías o incendios forestales, entre otros.

"La situación no es reversible, pero eso no quiere decir que haya que abandonarse a la inactividad"

"La situación no es reversible", dice tajante, pero eso "no quiere decir que haya que abandonarse a la inactividad en la acción climática, sino todo lo contrario".

Esta crisis climática lo es también de salud pública, y son las administraciones las competentes para lograr mitigar su impronta.

Con este panorama, las medidas no solo deben dirigirse a reducir las emisiones, sino en lograr una mayor adaptación que minimice la vulnerabilidad de las personas porque estamos ante "el mayor reto ambiental y social al que se enfrenta la humanidad". 

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