Por
  • Carlos Ferrer Benimeli

Agricultura, mucho más que producir alimentos

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Protestas de agricultores en Huesca 
Javier Navarro

Durante el Paleolítico, que supone el 93 % de la existencia del ‘Homo sapiens’, todos los adultos de los grupos humanos participaban en la provisión del sustento (carroñeo, caza y recolección). 

Hace solo 10.000 años llegó la agricultura (incluyo la ganadería) y con ella el sedentarismo y las primeras ciudades-estado, estructurándose la sociedad en gobernantes, sacerdotes, jefes guerreros, funcionarios, artesanos, comerciantes y, en el estamento más bajo y más numeroso, los agricultores.

En Europa, durante más de mil años, la mayor parte de los agricultores fueron simples campesinos, ‘vasallos’ de los grandes ‘señores’ terratenientes y trabajando por la comida. El feudalismo acabó, pero solo ‘oficialmente’, en el siglo XVI, salvo en Rusia, donde lo hizo en 1917.

Actualmente existe una ley económica según la cual el progreso se traduce en una transferencia de la población activa desde el sector primario (agricultura, pesca y minería) al secundario (industria, actividades energéticas, etc.) y de este al terciario o ‘sector servicios’ (administraciones públicas, transporte, hostelería, etc.). Así, un bajo porcentaje de la población activa agraria sobre el de la población activa total indica un alto nivel de desarrollo económico del país. En España, la población activa agraria sobre la total era en 1910 el 60% y ha llegado en 2022, gracias a los adelantos científicos y tecnológicos, a tan solo un 3,7%. En la UE-27 es de un 3,3%, en EE. UU. de un 2% y en Etiopía de un 80%. Paralelamente, a principios del siglo XX en España se destinaba a compra de comida un 80% de los ingresos familiares, cifra que ha bajado al 13%. En EE. UU. es de un 6% y en Pakistán de un 50%.

La agricultura y la ganadería no solo producen los alimentos que nos mantienen vivos, son además el motor de la economía, la base de un amplio sector industrial y de servicios, aunque los agricultores apenas supongan el 4% del censo de votantes

De los porcentajes anteriores se podría deducir que "la agricultura ya importa muy poco" en los países desarrollados. Nada más incierto. Primero, porque de la comida es de lo último que se puede prescindir. Y segundo, porque la agricultura es el ‘motor de arranque’ de la economía general. A la agricultura llegan multitud de productos del sector secundario: maquinaria, fertilizantes, semillas, plaguicidas, etc. La agricultura, a su vez, da lugar a productos que van al sector secundario: industrias tales como molinería, mataderos, fabricación de embutidos, tratamiento de la leche, vinificación, etc. En España, la industria agroalimentaria supone el 11% del PIB y genera el 25,7% del valor total de la producción industrial, siendo el sector industrial más importante, no sólo por este valor relativo, sino también por el capital invertido y la mano de obra empleada (2,7 millones de trabajadores). Los productos de la industria agroalimentaria van finalmente al sector terciario: canales de distribución, lonjas, supermercados, minoristas, etc., y, desde ellos, a la hostelería (restaurantes, bares, hoteles, etc.). Por otro lado, el transporte de mercancías desde las industrias suministradoras al sector agrario, desde este a las industrias transformadoras de sus productos y desde estas a los canales de distribución implica una elevada flota de vehículos y por tanto la necesaria fabricación de los mismos en la industria automovilística. Finalmente, todos los ámbitos implicados precisan de la construcción, provisión de energía, etc. Así que, si la agricultura se para, se para casi todo… y además nos quedamos sin comer. Convendría traer aquí el clásico lema de los ingenieros agrónomos: ‘Sine agricultura nihil’ (sin agricultura, nada).

Pero, para terminar me gustaría volver a la primera cifra dada: la población activa agraria sólo supone el 3,7% de la población activa total y esto se puede extrapolar al terreno político: los agricultores suponen menos del 4% del censo de votantes. Saquen ustedes mismos las conclusiones que crean oportunas.

Carlos Ferrer Benimeli es profesor jubilado del Departamento de Ciencias Agrarias y del Medio Natural de la Universidad de Zaragoza

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