Por
  • Francisco José Serón Arbeloa

Esa educación incompleta

Esa educación incompleta
Esa educación incompleta
Heraldo

Se están desarrollando avances tecnológicos a un ritmo sin precedentes, a modo de ejemplo pueden citarse la bioingeniería y la inteligencia artificial: la primera posiblemente nos abrirá las puertas a los bebés de diseño y a la mejora de aquellas cualidades humanas que se consideren más útiles para los diseñadores, como por ejemplo belleza, inteligencia y disciplina, a costa de otras que se consideren menos útiles o perturbadoras. 

Y la segunda sigue el camino de automatizar cada vez más tareas de las que actualmente realizan los seres humanos.

¿A qué se deben estos avances? Una de las muchas variables de las que depende la respuesta sería que el número de titulados de ingenierías y licenciaturas ha aumentado en las últimas décadas en todas las razas y etnias. De hecho, si uno dirige la vista hacia el pasado, se intuye que estamos mejor equipados que en cualquier otro período de la historia para crear sociedades basadas en el bienestar. Pero eso no parece ser así. ¿Por qué no?

Preocupa el bloqueo creativo que manifiestan los responsables ministeriales y de las consejerías en torno a la educación

Observen que un problema con el que se enfrenta la generación joven es la inestabilidad económica. El coste de la vivienda, la educación de los posibles hijos y la comida se ha disparado de manera mal justificada, y en los últimos tiempos, los salarios de las clases media y baja no crecen al mismo ritmo. Curiosamente la productividad ha aumentado, pero la remuneración por hora se ha quedado atrás. Además, la riqueza se ha concentrado en manos de unos pocos. De hecho, unas pocas decenas de personas consideradas como las más ricas poseen tantos activos como miles de millones de las personas más pobres, y no estoy exagerando. Pero esa circunstancia tan sorprendente e injusta no debe distraernos de que la remuneración de los directores ejecutivos estrellas haya aumentado de una manera descarada y aparentemente sociópata, lo que aumentará sin duda la desigualdad social.

Nuestro mundo está controlado por el dinero, y las palabras crecer, maximizar y optimizar describen los procedimientos seguidos por las industrias tecnológicas y el resto de las grandes empresas para obtener mejores resultados, persiguiendo el único objetivo de ganar siempre más, caiga quien caiga, ya sean seres humanos o la naturaleza, y esto tampoco es una exageración.

Toman decisiones constreñidos por ideas y valores socioculturales heredados, lo que no es buena receta para fomentar el cambio hacia una sociedad mejor

Ahora reflexionemos sobre la siguiente pregunta: ¿Todo nuestro sistema educativo está haciendo lo que queremos que haga? A mí me preocupa el bloqueo creativo manifestado por los responsables de ministerios y de consejerías en torno a la educación. Es evidente que toman decisiones constreñidos por ideologías y valores socioculturales heredados, lo que los lleva a que todos se preocupen por establecer procedimientos estandarizados y novedosos para enseñar, y mirar por las perspectivas laborales inmediatas de los estudiantes. Indudablemente, ambos aspectos son importantes, pero implícitamente, por omisión docente, les estamos pidiendo a los estudiantes que acepten ciegamente su lugar en un sistema donde pocos se benefician a expensas de muchos, y donde las ganancias están por encima de la salud del planeta, de los trabajadores y de los enfermos. Es decir, formamos estudiantes para que se adapten a la sociedad actual y no para que construyan un mundo mejor que aún no existe.

Mi opinión personal es que además de lo que se les enseña a los estudiantes habría que prepararlos para que no admitan sin cuestionamiento nuestros actuales valores y sistemas sociales y me gustaría que salieran al final de sus estudios dispuestos a intentar mejorarlos, perturbarlos o desmantelarlos. Pero eso no se conseguirá si el objetivo de la educación es justificar el ‘statu quo’ en vez de generar agentes de cambio. Sabemos que no podemos elegir de dónde venimos, pero dicen que sí podemos decidir hacia dónde vamos. Por el momento y en estos lares, pienso que no estamos mal pero no vamos bien. Hace falta más valentía.

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad de Zaragoza

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