Por
  • Katia Fach Gómez

Verano entre nenúfares

Verano entre nenúfares
Verano entre nenúfares
A. Donello

Una pareja besándose al mismo tiempo que él intenta posicionar la cámara en el ángulo correcto para hacerse una foto. Un joven sacerdote agachado reajustándose el velcro de sus sandalias de trekking. Un matrimonio de mediana edad discutiendo sobre el precio de los tiques del ‘bateau mouche’. 

Una chica asiática posando pizpireta para un video. Un grupo de adolescentes, apiñados en el banco central de la sala ovalada, con sus cabezas agachadas, interactuando febrilmente con sus teléfonos móviles. De fondo, un zumbido tan persistente como molesto, de conversaciones multilingües carentes de restricción y prudencia. Mientras todo ello sucede como a cámara rápida, las Ninfeas de la ‘Orangerie’, calificadas como la Capilla Sixtina del impresionismo, lucen bellas y tremendamente solitarias bajo la luz cenital matutina. Las enormes composiciones horizontales de Claude Monet, concebidas por el pintor para ofrecer "el asilo de una meditación apacible", naufragan en su objetivo de envolver sensorialmente a los espectadores que invaden el siempre invadido París.

Para algunos, cualquier excusa -hasta unos cuadros de flores- es buena para perpetrar una febril ruta turística

Monet pasó treinta y un años de su vida con la cabeza y las manos repletas de nenúfares. Entre 1895 y 1926, en el mundo tuvo lugar la Exposición Universal de París, la Revolución Rusa, la Gran Guerra, el vuelo motorizado de los hermanos Wright y la publicación de la teoría de la relatividad. Y mientras todo esto –y mucho más- sucedía, Monet realizó, pincelada a pincelada, alrededor de 250 lienzos de nenúfares, inspirándose en el jardín acuático que él mismo había diseñado en su residencia de Normandía. En diversas fotos de época, el orondo pintor aparece posando orgulloso en su estanque de nenúfares, coronado por estrambóticos sombreros y transmitiendo un aire de profunda calma. El maestro del impresionismo cultivó, botánica y artísticamente, su pasión por las ninfeas durante más de un tercio de su longeva existencia.

Me he estrenado con ChatGPT inquiriéndole en qué museos se encuentran actualmente esos más de dos centenares de cuadros de nenúfares. Aunque esta inteligencia artificial no ha podido localizar todos, lo cierto es que el listado ofrecido no es nada despreciable: reputados museos de París, Roma, Múnich, Viena, Cardiff, Zúrich, Moscú, Boston, Nueva York, Washington, Dallas, Chicago, Honolulu, Jerusalén, Tokio, Shanghái, El Cairo y Canberra albergan ejemplares de la conocidísima serie del impresionista francés. Según la IA, si yo quisiese ver las ninfeas de Monet en las pinacotecas de las ciudades mencionadas, tendría que realizar entre 159 y 168 horas de vuelo, dependiendo de las condiciones climatológicas. Además, me indica ceremoniosamente el chatbot, el desembolso económico sería muy considerable y los repetidos cambios de zonas horarias podrían afectar negativamente a mis ritmos circadianos.

Para otros, en cambio, el éxtasis pleno se alcanza
cuando por fin hay tiempo para cultivar los olvidados jardines interiores

Monet envió una carta al primer ministro Clemenceau el 12 de noviembre de 1918, un día después de la firma del armisticio, ofreciendo donar al Estado francés ocho lienzos de nenúfares de 602x219 centímetros. Su oferta cristalizó casi diez años después -el 17 de mayo de 1927- con la colocación de esas pinturas en el espacio expositivo del parisino jardín de las Tullerías. En estas colosales obras de Monet no hay presencia humana ni tampoco ningún reflejo de la ya consolidada revolución industrial, tan solo pequeñas ninfeas en su ecosistema acuático, representadas en distintos momentos del día y épocas del año. El artista francés, deseoso de crear "una onda sin horizonte ni orilla" en el edificio parisino, intervino personalmente en el acondicionamiento de las dos estancias de l’Orangerie, conformándolas a modo de ocho tumbado, el símbolo del infinito. Como informan los ninguneados carteles informativos de ambas salas, las ninfeas de Monet fueron concebidas como un sugerente espacio de paz, presidido -en teoría- por el silencio.

Ha llegado el verano, y con él, nuevos planes, sueños y anhelos. Para algunos, cualquier excusa -hasta unos cuadros de flores- es buena para perpetrar una febril ruta turística por los cinco continentes. Para otros, en cambio, el éxtasis pleno se alcanza cuando por fin hay tiempo para cultivar los olvidados jardines interiores. En este estío recién inaugurado, que cada cual disfrute a su manera de la floración de los nenúfares.

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