Por
  • Alejandro E. Orús

Un debate moral

Oskar Matute (EH Bildu) toma la palabra este lunes durante el pleno del Congreso de los Diputados
Oskar Matute (EH Bildu) toma la palabra este lunes durante el pleno del Congreso de los Diputados
ZIPI ARAGON

ETA ya no existe y no parece que tenga sentido adentrarse en un debate metafísico sobre una evidencia como esa. Cuesta más entender las consecuencias que algunos pretenden proyectar hacia nuestro presente de esa inexistencia. 

Como si lo pretérito fuera irrelevante y como si las responsabilidades individuales y colectivas decayeran o se minoraran por la disolución de una organización terrorista. Esa visión que obvia el pasado, y con él los delitos y desafueros y todas sus víctimas, no es más que una forma lacerante de injusticia. ¿Qué otra cosa si no ese desprecio puede llevar a un grupo de dirigentes políticos a elegir a 44 condenados de ETA, incluidos asesinos, para sus listas electorales?

A pesar de lo que se diga, esta discusión no es política ni electoral ni siquiera legal, aunque sean principalmente políticos en campaña los que la sostienen. Se trata, esencialmente, de una controversia moral. Lo de su utilización política resulta prácticamente inevitable porque no parece posible aislar el señalamiento de una infamia de sus efectos políticos y, por tanto, de intereses partidistas. Pero eso no resta un ápice de dignidad a la denuncia que, por cierto, surge de una asociación de víctimas. Y hay que añadir que nadie sale bien parado de esa utilización del terrorismo y sus víctimas porque, como con el fondo del asunto, la acusación implica un uso, en algún caso descaradamente contradictorio, de la polémica.

La cuestión se ha tergiversado. Lo sustancial no está en ponerse al lado de las víctimas y, aunque sea reprobable, utilizarlas, sino en usar a los antiguos asesinos y miembros de ETA y sus adeptos para gobernar. Que esto, en diferentes grados de una colaboración a la que Sánchez volvió a instar esta misma semana, se haya hecho habitual no quiere decir que sea menos grave.

Es tan irresponsable hablar de que ETA existe como ignorar la pervivencia de lo que se ha llamado su legado, en el que los etarras son dignos de homenajes y, como héroes, no necesitan pedir perdón. Es indecente tratar de blanquear tanta inmoralidad a través de la política. Lo peor es que aún late en parte de la izquierda una fascinación, ahora utilitarista, por aquella violencia etarra idealizada en una épica más atractiva, en su mirada, de lo que fue la Transición.

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