Por
  • Alejandro E. Orús

Cosas de la edad

Biden, durante la cena de los corresponsales de la Casa Blanca.
Biden, durante la cena de los corresponsales de la Casa Blanca.
Nathan Howard / POOL / Efe

Si la democracia estadounidense es un modelo de éxito, incluso desde antes de que Tocqueville lo dejara por escrito, no es únicamente por la acreditada solidez de sus instituciones. 

Podrá discutirse acerca del grado de perfección del sistema, pero destaca en él una concepción profundamente liberal del poder que está en su tradición, resulta difícilmente exportable y que es, precisamente, la que hace del episodio Trump una incómoda anomalía. Una muestra de ese espíritu ha sido, una vez más, la reciente cena de corresponsales de la Casa Blanca. En ella el presidente Biden bromeó abiertamente sobre sus 80 años justo después de anunciar que se presentará a la reelección en noviembre del año próximo. El humor, poco común en este ámbito por otros lares, parece sin embargo la mejor estrategia ante las críticas por este asunto.

Desde la España carpetovetónica, donde la idea de poder viene marcada por la rigidez mesetaria, lo del humor se relaciona más bien con un síntoma de infantilismo, que por cierto ya era algo que se decía de los estadounidenses en los años posteriores al Desastre del 98. Pero también aquí se hace mofa de Biden y de sus tropezones, sus despistes y de su caída de una bici parada, como si cada uno de esos incidentes funcionara como una censura a su presidencia debido a su avanzada edad.

El de la edad es un debate vidrioso que está forzosamente abocado a actualizar sus parámetros conforme envejece la sociedad en su conjunto. Los presidentes de la llamada gerontocracia soviética que precedieron a Gorbachov y su perestroika, por ejemplo, tenían la misma edad que tiene hoy el belicoso y descamisado Putin. Carlos III acaba de ser coronado con 74 años y no podemos olvidar que Isabel II, pese a renunciar a varios actos en sus últimos meses, aún recibió a la primera ministra británica pocas horas antes de fallecer a los 96 años.

Lo trascendental, si no queremos fomentar una nueva brecha discriminatoria, ha de ser la capacidad, aunque por lo general este debate se aborda con una gran carga de prejuicios en lo que se refiere a la vejez. Basta pensar, por recurrir a la última gran polémica política, de qué estaríamos hablando tras su empeño de subir a la tribuna, si el ministro Bolaños tuviera 80 años.

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