Por
  • José Alegre Aragüés

Francisco abre otra puerta

Francisco abre otra puerta
Francisco abre otra puerta
Heraldo

En la Iglesia llevamos unos años de grandes tensiones internas gestionadas sin disimulo y hasta con aspereza. Los cambios pequeños que el papa Francisco ha ido introduciendo en el ámbito de su ejercicio de la autoridad, de su presencia externa y de la reorganización de un sistema de gestión muy complejo en la denominada Curia vaticana han provocado los consiguientes disgustos de quienes se han sentido desautorizados. 

Ha sumado la reorganización de la administración financiera vaticana, que había dado lugar a algunos escándalos y a muchas leyendas. La destitución de obispos por los escándalos de todo tipo surgidos en sus diócesis. Y la petición de cambios en otros ámbitos de acción pastoral, de relación más abierta a las transformaciones del mundo, de reinterpretación de afirmaciones doctrinales que suenan a chino porque fueron formuladas hace muchos siglos en expresiones muy significativas entonces pero vacías de comprensión hoy. La participación de quienes son la gran mayoría de las colaboradoras en todo tipo de actividades, salvo en liturgia y en gobierno, lo que las hace sentirse cristianas de segundo nivel. La comprensión mostrada hacia una vivencia distinta de la sexualidad en el matrimonio y en la cultura actual. Todo eso y algo más se mueve desde el concilio Vaticano II con el control férreo de la autoridad. Pero, de repente, la presión se ha hecho demasiado fuerte. Y el Papa actual no quiere ser un dique de contención sino un cauce de distribución de derechos y responsabilidades.

Para dar pasos en la comprensión de las reclamaciones y, de rebote, de las tensiones, estos días Francisco, bien asesorado, ha tomado la decisión, esperada pero no menos histórica por su significación, de abrir otra puerta que, como ocurre en todas las casas, suele conducir a estancias con nuevas puertas que esperan para ser abiertas.

Desde el Vaticano II venía reuniéndose una gran representación de obispos de todo el mundo para pensar y aportar al Papa cuestiones fundamentales de la Iglesia en su relación interna y sobre su presencia en el mundo. Cada dos años redactaban sus conclusiones y las dirigían al Papa para que las tuviera en cuenta. Solo los obispos podían participar y votar. Otras personas podían participar solo como expertos asesores según los temas a tratar.

El papa Francisco ha decidido abrir por primera vez el sínodo a la participación
y el voto de un cierto número de laicos, incluyendo mujeres

Ahora mismo hay en proceso un sínodo que hizo posible la participación de todos los cristianos, e incluso no cristianos, que hayan querido hacerlo. Sus propuestas se dirigieron a los obispos de cada país para que se hagan portavoces de ellas en la sesión final de Roma, que se iniciará en octubre de este año 2023 para culminar en octubre de 2024. La novedad de estos días es que la puerta se ha entreabierto para dejar pasar a unas 70 personas, que no sean obispos, con derecho a voz y voto. De ellas se espera que la mitad sean mujeres. Estas 35 se unirán a otras 5 representantes de las congregaciones religiosas femeninas y a la subsecretaria del sínodo, por primera vez una mujer, la religiosa francesa Nathalie Becquart, que puede hablar y votar por su cargo de subsecretaria. Para unos, poco. Para otros, un paso muy significativo. Para otros, demasiado.

Algunas iglesias, como la alemana, acostumbrada a sínodos diocesanos y a una participación mayor que las nuestras mediterráneas, esperaban decisiones más avanzadas hacia la inclusión activa. Para otros es un paso muy alentador por la novedad tan significativa de romper el monopolio episcopal en la toma de orientaciones y asesoramientos, todavía no de decisiones. Su novedad no es tanta, porque hay iglesias con historia de participación en nombramientos, aunque muy clericales.

Para otros es demasiado. A los cambios organizativos y pastorales ya vividos, con disgusto, se añade una concesión más en la que ven el peligro de que personas no formadas suficientemente puedan decidir cosas que, según ellos, afectan a la tradición en el fondo y en la forma. Aunque muchos de ellos identifican como tradición algunas costumbres, formas externas propias de una época reciente y casi todo lo heredado en dos mil años de historia que han ido recogiendo muchas aportaciones de cada momento.

Lo que está en juego es cómo renovar la vitalidad del mensaje de Jesús para la cultura de hoy, descargar tantas cosas heredadas que no sirven hoy, y renovar el lenguaje doctrinal, litúrgico y teológico para que sea posible un estar con lo mismo de siempre al servicio de una humanidad siempre igual y distinta.

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