Por
  • José Alegre Aragüés

Cena y procesiones

Cena y procesiones
Cena y procesiones
Pixabay

Era la fiesta de la libertad que cada año celebran los judíos para recordar que, en una de sus andanzas nómadas, la sequía les obligó a bajar al valle del Nilo, como otras veces, buscando pasto para sus ganados, cereal para ellos y tranquilidad del acoso de otros pueblos que, mejor organizados, querían quitarles las escuálidas ovejas.

Esta vez su suerte fue distinta. 

Los egipcios los alimentaron con sus grandes reservas pero a costa de duros trabajos y la entrega de su libertad. Tras un periodo de sometimiento, lograron salir, como narran en la gran épica del Éxodo, y juraron mantener la memoria de su gesta por la libertad en una fiesta anual en la que recordarían la última cena en Egipto antes de escapar, en la oscuridad de la noche, de vuelta a casa, a las resecas tierras del otro lado del Jordán.

Nunca más, esclavos ni sometidos. Su distintivo sería vivir libres de todo tipo de esclavitudes, de todo lo que puede atrapar al ser humano y anular sus libertades, tanto externas como internas, hasta reducirlo a dependencias que le impiden hacerse. Ni dictadores ni drogas ni hambres ni vicios.

Con resonancias de la liberación de la esclavitud del pueblo judío en Egipto, la Pascua cristiana nos habla de la libertad y el amor solidario como valores de la vida humana

Se ayudaron con leyes que fueron encontrando entre los pueblos vecinos y otras que ellos mismos idearon. Su Dios, Yavé, que los había ayudado a salir de Egipto, les seguiría echando una mano para salir de todos los Egiptos que aparecieran. Y su cuidado por la Ley se hizo tan obsesivo que se convirtió en otro Egipto interior que los esclavizó con el terrible látigo de la culpa, manipulada con excesiva facilidad. La denominaron pecado y, de significar la condición humana de ser débiles y necesitados, frágiles, pasó a designar cualquier infracción de la Ley. Esto convierte a los humanos en reos y merecedores de castigo en lugar de necesitados de ayuda.

Jesús se reunió con sus amigos a celebrar la cena de la libertad. Les había hablado de Dios como un Padre que perdona siempre. Que no es una amenaza sino ayuda. Que su preocupación es echar una mano en la tarea humana de hacer la historia personal y común. Que eso requiere ser y sentirse libres del pecado legal. Perder el miedo, no el respeto, a Dios y hacerse servidores unos de otros, especialmente de los más débiles. Todo lo sintetizó en aquella cena, última para él, en la que puso las bases de una nueva forma de entender a Dios y relacionarse con Él. Dios seguirá ayudando a conseguir el pan, símbolo de todas las hambres. A cambio pide el compromiso libre de ser serviciales en las relaciones sociales.

Libertad y amor solidario han sido las dos columnas de la denominada cultura cristiana. A trancas y barrancas, como todo lo valioso en nuestra historia, ha ido tomando forma y evolucionando en las estructuras sociales. Algunos estamos convencidos de que esos dos valores traducidos en opción personal y en estructura social son la mejor manera de superar problemas y hacernos más humanos. Al aumentar nuestro conocimiento y poder técnico no debemos abandonar esa dimensión humanista, porque en ella está la orientación de una sociedad que necesita ser más libre y más solidaria. Eso es lo que recordamos y celebramos estos días. Por eso repetimos aquella cena y el compromiso de libertad y de servicio.

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