Por
  • José Alegre Aragüés

¡Qué bien, poder hablar de la muerte!

¡Qué bien, poder hablar de la muerte!
¡Qué bien, poder hablar de la muerte!
Pixabay

Ha muerto la amiga Elena Melgar tras un largo proceso canceroso que se inició hace unos años y le provocó las situaciones más variadas y cambios de vida, primero, y de ánimo con frecuencia.

En su todavía edad temprana intuyó que nubarrones negros anunciaban tormentas de las que marcan la vida y pueden cambiarla impidiendo el ejercicio de lo cotidiano. Fue su primera frustración. Tuvo que dejar su profesión vocacional, maestra, en la que había puesto tanta ilusión como empeño laborioso. Fue su segunda frustración.

Solía llamarme para pedirme un rato de conversación y compañía. Hablar de libros era una posibilidad que compartíamos, sacar del fondo existencial del ser humano interrogantes sin respuesta era otra que nos llevaba a nuevos interrogantes religiosos que nos hacían coger las herramientas de filósofo minero y bajar a las profundidades del pozo a tratar de arañar algún mensaje que, como gramo valioso de oro, ofreciera atisbos de esperanza. En nuestros paseos y conversaciones había momentos de silencio, muy elocuentes, muy expresivos de las frustraciones continuas que las terapias y operaciones quirúrgicas producían tras una fuerte ilusión.

Amaba la soledad, más cuanto más frustraciones le provocaba su proceso. Pero anhelaba, a la vez, la compañía y el afecto. Sobre todo si podía descargar su mundo interior, al estilo de Job, con su familia y allegados, también con Dios, a quien pedía cuentas y ayuda, ambas a la vez, con descaro sincero. El silencio era una palabra de reflexión profunda, de petición existencial de sentido, de aceptación real de la vida, de esperanza ante el futuro nebuloso, de apertura de compuertas para aliviar la sobreabundancia de presión a que el temporal la sometía con sus tormentas y huracanes.

Y llegó lo previsto desde el principio. Tras muchas intervenciones y muchas terapias, tras momentos de alivio y días de frustración, con un cariño y cercanía humana de dimensiones grandiosas por parte de todo el equipo médico del Servet, hubo que comunicarle lo que ya sabía. Se ha hecho todo lo que la medicina puede, hemos llegado al límite de las posibilidades. El único horizonte que vemos ya, es la muerte.

Acostumbrada a pensar en ella y hablar sobre ella conmigo, le pareció bien respetar el tabú silencioso que sobre ella ha extendido nuestra cultura. Al final, lo habló, también, con los cercanos que ya se temían ese destino.

"Qué suerte que estés para poder hablar, con paz y esperanza, de la muerte contigo". Se me grabó la frase, porque acostumbro a acompañar a personas que se despiden de la vida en el silencio cómplice en que nuestra cultura ha encerrado la experiencia más importante y fuerte de nuestra existencia. No somos conscientes de lo que les privamos.

Elena, querida, muy querida, con una familia genial que no la dejó sola y una legión de amigos a los que despidió dándoles ánimo, terminó su camino expresando su gratitud a Dios y a quienes estuvimos cerca, en su final. Os espero, me dijo, lo pasaremos bien y todo será Vida.

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