Por
  • Alejandro E. Orús

Patentes de corso

Tito Berni con una meretriz. Un miembro de la trama con una prostituta. Taishet esnifando en una orgía.
Patentes de corso
R. C.

Hay quien va por la vida exhibiendo una seguridad que se envuelve en la creencia de ser especial. No es difícil dar con ellos. De hecho, abundan en el repaso somero de la actualidad.

Tal vez se explique en que han llegado a la edad adulta sin haber logrado desasirse de esa idea, inculcada en general por algunos padres contemporáneos, de que son los más listos, los más guapos y los más graciosos. Algunos, no obstante, son capaces de llegar a esa misma conclusión sin que medie el influjo de nadie. Esta distorsión sobre las propias capacidades, que en psicología responde a un sesgo cognitivo y tiene el nombre de efecto Dunning-Kruger, puede resultar graciosa cuando es fruto del descaro infantil pero es del todo insoportable entre los muchos adultos empeñados en mantenerla.

Algo de esto tiene que servir para explicar por ejemplo la conducta de alguien como el célebre Tito Berni, que es solo el último de una profusa nómina. Que recibiera nada menos que en el Congreso de los Diputados a empresarios de la presunta trama de corrupción demuestra que debía creerse más listo que nadie. Eso otorga una enorme sensación de impunidad que lamentablemente se correspondía hasta hace poco con la realidad. El problema que causa tanto ‘listo’ no es lo más o menos fastidiosa que resulte su ostentación sino esas patentes de corso que, convencidos de ser especiales, se atribuyen.

Esto enlaza con los comportamientos populistas, que por cierto no son exclusivos de las formaciones consideradas como tales. Al situarse por encima de los sistemas vigentes, sean cuales sean, cualquier crítica o ataque, aunque sea en forma de proceso judicial, les convierte en víctimas y refuerza la adhesión de sus seguidores. En este sentido son, también, impunes. El caso paradigmático es el de Donald Trump pero tenemos mucho más cercanos los de Carles Puigdemont o Laura Borrás.

Hay muchas más patentes de corso, como esa que se atribuye al que, presuntamente, hace humor. En la televisión pública catalana acaban de demostrar que ni siquiera hace falta ser divertido, basta con mostrar ese cierto aire de superioridad que tanto agrada al independentismo. Es la gran ventaja de quienes se creen muy listos o muy graciosos: no necesitan ponerse límites.

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