Por
  • Aurelio Viñas Escuer

Poncio Pilato, ¿cristiano?

Poncio Pilato, ¿cristiano?
Poncio Pilato, ¿cristiano?
Pixabay

La Semana Santa que acabamos de vivir me ha recordado una vez más los dieciséis días que pasamos con mi esposa en Israel en el año 86 del pasado siglo XX. De ello dejé constancia entonces en las páginas de HERALDO con cinco amplios reportajes que ahora van a ser reproducidos en gran parte en un libro titulado ‘Narraciones’, que ya está en manos del editor.

Además de recorrer y tratar de conocer todos los lugares por los que anduvo Jesús, desde su nacimiento en Belén y su niñez y adolescencia en Nazaret, sus prolongadas estancias en Cafarnaúm, sus accesos a Jerusalén, hasta su muerte en el Gólgota y su posible resurrección tres días después, me interesé por los personajes afines o contrarios que estuvieron junto a Él en los momentos decisivos, tratando de penetrar en sus vidas y sus destinos.

De los Apóstoles sabemos que todos, menos san Juan, murieron mártires, con la excepción de Judas Iscariote, que lo hizo suicidándose. Pero también me han interesado personajes tan peculiares como Herodes el Grande, Caifás y, sobre todo, Poncio Pilato. O Pilatos, pues su apellido suele aparecer igualmente con ese o sin ella. Mi interés por el final de sus vidas me indujo a comentarlo ampliamente con los frailes franciscanos residentes en Jerusalén, encargados oficialmente por el Vaticano de custodiar los Santos Lugares desde hace más de 400 años.

Hablamos sobre todo de Poncio Pilato, procurador romano de Judea entre los años 26 y 36 de nuestra era, que fue el que tuvo la actuación decisiva en el proceso y condena de Jesucristo. Aunque no se puede dejar al margen a Caifás, sumo sacerdote de los judíos, cuyo pontificado se extendió desde el año 18 hasta el 36. Era yerno de Anás y ambos recomendaron al Sanedrín la muerte de Jesús. También andaba de por medio Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, más conocido como Herodes el Grande. Se encontraba en Jerusalén cuando la Pasión y Pilato le envió a Jesús, pero Herodes no quiso tomar partido.

Así quedó como principal responsable Poncio Pilato. Cuando me documentaba, antes de emprender el viaje, sobre lo que iba a encontrar en Israel, y sobre todo en Jerusalén, incluso topé con una opinión, sin duda falsa, de que Pilato podía ser nacido en España. Los frailes franciscanos ya citados me aseguraron que no; que casi con seguridad era de origen italiano, probablemente de Bisenti, un pequeño pueblo de la comarca montañosa de los Abruzos, entre el mar Adriático y el Gran Sasso.

Y ahora, muchos años después, ha llegado a mis manos el libro ‘Miscelánea de textos (1964-2021)’, de Guillermo Fatás, a quien leo con satisfacción cada domingo en las páginas del HERALDO. De las casi mil páginas que tiene el libro, dieciséis están dedicadas a Poncio Pilato. En ellas se nos muestra a Pilato como un militar duro y despiadado en algunos momentos y muy humano y dubitativo en otros, influenciado quizá por su mujer, llamada supuestamente Claudia Prócula. Claudia, como nos sugiere el Evangelio de San Mateo, (Mt. 27, 19), podía estar entre las mujeres que seguían a Jesús y aceptaban su doctrina. En cualquier caso, le tocó a Pilato, tras un peculiar interrogatorio, y a petición de los jerarcas judíos, firmar la sentencia de muerte de Jesucristo y perdonar a un criminal llamado Barrabás.

Sobre el lavatorio de las manos de Pilato que precedió a la firma de la sentencia condenatoria, podría hacerse todo un tratado de filosofía, ya que en él andaban mezclados la decisión y la duda, el poder y el temor, el orgullo y la humildad, el valor y la cobardía. Ese lavatorio de las manos pudo extenderse a su propia conciencia, dejándolo algo anonadado para el resto de su vida. No puede sorprender, por tanto, que algún tiempo después, relevado ya de su siniestro cargo y regresado a Roma, impulsado probablemente por su esposa Claudia, y experimentando· tal vez el arrepentimiento, acabara acercándose al cristianismo en expansión y, aunque quizá sin llegar a bautizarse, terminara haciéndose cristiano.

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