Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Divagaciones de un don nadie

Divagaciones de un don nadie
Divagaciones de un don nadie
ISM

La contaminación acústica de la política es insoportable y se va a incrementar en las próximas semanas con la traca final de la campaña electoral. 

En los mítines debería exigirse la existencia de un sonómetro para calcular el nivel de demagogia. El ruido ensordecedor afecta a las neuronas del votante.

Sin embargo, nadie va a explicarles a los jóvenes universitarios que sus retribuciones apenas alcanzarán los mil doscientos euros mensuales cuando consigan un empleo precario. Nadie se atreverá a decirles a los viejos que el actual sistema de pensiones es inviable. Nadie les dirá a los habitantes de la mal llamada ‘España vaciada’ que la despoblación es un fenómeno irreversible. Nadie osará explicar a los integrantes de muchos colectivos que ya se ha alcanzado la meta y que es absurdo seguir corriendo como locos y locas. Nadie se atreverá a exponer a determinados grupos sociales que no es adecuado percibir todo tipo de ayudas sin la exigencia de carga alguna para su inclusión laboral o social. Nadie se aventurará a explicar que, en muchos casos, los derechos de unos se sustentan en las obligaciones o mermas de los derechos de otros.

El liberalismo y el socialismo son dos métodos distintos de regular el egoísmo. El primero lo potencia para prosperar, el segundo lo frena para igualar

La campaña electoral se convertirá de nuevo en un bazar y el ciudadano se limitará a preguntar ‘qué hay de lo mío’. Se prometerá el oro y el moro, e incluso al moro se le prometerá el oro y el cristiano. Se romperán los enésimos techos de cristal, con algunas excepciones, como las relacionadas con el andamio y el camión. La simbiosis parasitaria entre el poder político y la sociedad civil, generosamente subvencionada, ya no tiene remedio. Se proyectarán grandes infraestructuras, pero, en nuestra democracia, el ciudadano prefiere el dinero contante y sonante en su bolsillo.

Las sociedades cambian, pero la naturaleza humana es siempre la misma. El liberalismo y el socialismo son dos métodos distintos de regular el egoísmo. El primero lo potencia para prosperar, el segundo lo frena para igualar. El liberalismo fracasa por defecto de regulación y el socialismo lo hace por exceso.

De nuevo, acechan las tinieblas. En las dos décadas de este siglo han sido más los países que han evolucionado hacia autocracias que los que han transitado hacia un régimen democrático. Mientras esto ocurría, la tecnología aceleraba el tiempo. Se escribe mucho sobre las nuevas formas de la inteligencia artificial, pero casi nadie repara en que, al principio de la próxima década, será posible instalar un microchip en el cerebro humano, que nos mantendrá conectados a Internet todo el tiempo, entre otras cuestiones nada baladíes. Seguiremos debatiendo hasta la saciedad sobre la originalidad y la creatividad en un mundo de robots, mecánicos y morales, aunque el primer plagio fue perpetrado por Dios, que creó al hombre "a su imagen y semejanza".

El liberalismo fracasa por defecto de regulación y el socialismo lo hace por exceso

Así las cosas, qué papel nos queda a los heterodoxos. Ninguno, el que persista en el error acabará siendo perseguido por hereje. En los años ochenta, la separación de la Iglesia y el Estado permitió disfrutar de un período de libertad sin parangón en nuestra historia. Ahora, se ha privatizado el sentimiento religioso, a la par que las versiones más radicales del feminismo y del ecologismo se han elevado a la categoría de incontestables credos oficiales, constituyendo las universidades uno de los arietes de esta transformación.

El dogma prevalece sobre la opinión fundada e, incluso, sobre la ciencia. En ese momento, lo mejor es marcharse y elegir un lugar donde disfrutar del ostracismo. Nadie huye con la cabeza alta, pero siempre es mejor el destierro que vagar como san Lamberto, con la cabeza debajo del brazo.

Muchos lectores encontrarán exagerada esta pieza y pensarán que el autor ha sucumbido a las pesadillas propias de un paranoico, pero es palmario que quienes decimos las verdades del barquero somos, políticamente, meros ‘don nadie’.

Sí, no se preocupen, ya me tomo la medicación.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión