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  • Ángel Garcés Sanagustín

Hatajo

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En mi primera asistencia a un acto conmemorativo de la Guerra Civil organizado por el bando perdedor, presencié la intervención de un militar republicano que había regresado del exilio. Contó que se perdió con algunos de sus hombres buscando un atajo para llegar antes a la línea del frente. Entonces, se le quebró la voz y descubrimos que aún consideraba que ese intrascendente hecho suponía una de las causas de la pérdida de la guerra.

Aunque ese buen hombre hubiera llegado a tiempo, la contienda estaba ya decantada a favor del denominado bando nacional en la primavera de 1938. Si hubiera sobrevivido hasta nuestros días, habría descubierto que la ganó gracias al atajo de las leyes de memoria democrática. No obstante, ya pudo constatar que, desde 1979, se reconocieron pensiones y protección social a los familiares de sus correligionarios fallecidos.

Todo soldado es importante, pero por sí solo es irrelevante. La Historia es ajena a las veleidades de la inmensa mayoría de los seres humanos. Por cierto, para entender el desenlace de la Guerra Civil es necesario analizar la política de neutralidad que adoptaron las potencias democráticas occidentales. La misma postura que defiende la izquierda radical española en relación a la guerra que ha emprendido el autócrata moscovita, grotesco émulo de Catalina la Grande, contra el pueblo ucraniano.

A esa izquierda, aparentemente ‘pacifista’, pertenece la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España. Según se ha señalado ya en estas páginas, Ione Belarra ha comparado la guerra con el machismo, arguyendo que subyace la "dominación del hombre. Por eso, ha defendido el feminismo para alcanzar la paz, lo que se traduce en una política de brazos cruzados.

Habrá que recordar a esta eminente ministra que ciento dos soldados españoles murieron en la misión de Afganistán para que, entre otras cuestiones relacionadas con la libertad, las niñas pudieran ir al colegio y las jóvenes, a la universidad. Lo que ahora no pueden hacer. Sin embargo, no he oído a la ministra ni un solo reproche que pudiera molestar a ese genuino grupo del multiculturalismo internacional que conforman los talibanes.

Las ministras de Podemos en el Gobierno de Pedro Sánchez presumen de feministas y de pacifistas, pero no tienen una palabra de reproche contra los talibanes, ni recuerdan a las mujeres gobernantes que han ido a la guerra para defender su país

Mucho antes de que se impusiera el discurso del ‘empoderamiento’, algunas mujeres llegaron a alcanzar los más altos cargos en sus respectivos países. Casi todas utilizaron la guerra para proteger a sus conciudadanos. Fue el caso de Golda Meir, la primera ministra israelí, que defendió a su país de la agresión árabe en la conocida como guerra de Yom Kipur. Poco antes, Indira Gandhi lideró a su nación en la guerra indo-pakistaní de 1971. Resulta curioso comprobar que no le tembló el pulso a quien sería asesinada por los sayones del integrismo religioso.

Y qué decir de Margaret Thatcher, que propició, tras la victoria británica en la guerra de las Malvinas, el derrumbe de la junta militar argentina y, en consecuencia, el restablecimiento de la democracia en el país sudamericano. La ‘Dama de Hierro’ siguió la estela de otras belicosas mujeres de Albión, Isabel I de Inglaterra y Boudica. Esta última, reina de los icenos, acaudilló a las tribus britanas contra la ocupación romana en la segunda mitad del siglo I de nuestra era.

El presidente del Gobierno es incapaz de concretar qué entiende por nación. La ministra de Igualdad anda divagando todavía sobre qué es una mujer. Mientras tanto, el Seprona, sin la asistencia de Sherlock Holmes, ‘arresta’ por segunda vez al can que se había enseñoreado de Sobradiel, con la esperanza de que esta vez sí sea posible su ‘reinserción social’. Es el signo de los tiempos. Por cierto, señora Belarra, ¿qué es un perro?

Por las mismas fechas que nuestros soldados, honrando su uniforme, caían en la misión de Afganistán, el líder aragonés de Podemos, Pablo Echenique, entonaba la jota "chúpame la minga, Dominga…", que hizo popular ante el jolgorio y el aplauso de todos los asistentes a la comida. Hatajo de… machistas.

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