Por
  • María Pilar Clau Laborda

Coincidencias

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Hoy he coincidido conmigo. Es una suerte coincidir con uno mismo en un mundo en el que somos tantos y todos estamos indisolublemente vinculados. No se puede ser uno mismo sin los demás. 

El riesgo es llevar esto al extremo y caer en la tentación de hacer lo que el mundo espera que hagamos, olvidando nuestros deseos, nuestra vocación y hasta nuestra manera de ser, de hacer y de sentir para gustar a todos, para caer bien a todo el mundo, para que no nos rechacen, para que no digan…

No sé qué opinarán los lectores de esta columna que escribo. A algunos les gustará; a otros, no; a otros les dejará indiferentes, y muchos ni se molestarán en leerla. Esa es la grandeza: la diversidad, la riqueza del mundo. Que les provoque un sentimiento, otro o ninguno no depende sólo de lo que yo escriba, sino también de la biografía de quien la lee: de sus costumbres, de sus recuerdos, de sus expectativas e incluso de su estado de ánimo. Es difícil apartarnos de nuestros propios esquemas. Por lo tanto, aunque a mí me gustaría complacerles a todos, no puedo más que complacerme a mí misma siendo sincera y escribiendo como me apetece. Vivir en el mundo sin dejarnos absorber por él.

Un día tuve que elegir entre la sumisión y la dignidad. Y tuve suerte: ese día también coincidí conmigo y me di la valentía que necesitaba para elegir la dignidad. No era fácil porque un instinto gregario se había apegado a mi manera de ser, más bien rebelde e indómita, un extraño miedo al futuro cuando el presente no tenía que ofrecerme más que vivir en medio de la mediocridad. La dignidad me lleva por los mejores caminos, los míos.

El peligro es que hoy, además de coincidir con uno mismo y con el mundo, es posible coincidir con la inteligencia artificial, con la tecnología, y eso sí puede ser catastrófico. ¿Qué pensarán de nosotros esas mentes no humanas? Se sabe, por ejemplo, que los filtros embellecedores que ofrecen las redes sociales para las fotos son destructivos desde el punto de vista psicológico. Si compararse con lo real y buscar su aprobación ya es bastante destructivo, ¿cómo será hacerlo con lo ideal? Coincidir uno mismo será cuestión vital.

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