Por
  • Carlos Piñeyroa Sierra

En las pequeñas cosas

En las pequeñas cosas
En las pequeñas cosas
Heraldo

Tuve oportunidad de compartir mesa con las personas que forman parte del consejo asesor de la Fundación Acuario de Zaragoza por la Biodiversidad. 

Víctor Viñuales, Camino Ivars y quien les escribe nos enredamos en una conversación muy interesante sobre la gratitud en nuestras vidas. La inició Víctor al contarnos cómo se había acercado a la mujer que limpiaba los baños en la estación de Atocha en Madrid, y cómo le había agradecido personalmente todo su trabajo. Nos decía Víctor que "quería agradecerle, pero no con un gracias, de esos que casi no miras a la gente, sino un gracias de corazón, profundo, por hacer lo que hacen todos los días, y por visibilizar una profesión tan invisible". Víctor nos contó que sus palabras fueron el detonante de una pequeña, pero muy enriquecedora, conversación con aquella mujer, que mostró igualmente su agradecimiento por el gesto, rememoró los tiempos difíciles de la pandemia, y evidenció con ejemplos la invisibilidad de su profesión.

Agradecemos poco. Y si lo hacemos, casi es por obligación o por educación. Nos falta en muchas ocasiones dejar brotar el impulso profundo de decirle a la otra persona: gracias, de corazón. Muchos factores pueden estar detrás de esa ausencia: cada vez vamos más rápido, no perdemos, decimos, el tiempo en cosas que nos retrasan; a veces, el pudor o el no sé cómo se lo tomará nos detienen.

Y sin embargo dar gracias de manera sentida es una de las cosas más bonitas que nos ofrece la vida. Porque agradecer implica salir de uno mismo e ir al encuentro del otro. Supone abajarse para reconocer que quien tenemos delante nos llena, por lo que hace, por lo que es, por lo que aporta... nos implica humildad, sí, pero nos colma de vida, porque el hecho de agradecer genera una corriente vital, humana, que nos une, que nos completa, y la mayor parte de las veces nos lleva a miradas diferentes, que nos descubren cosas que de otra manera nuestra única mirada sería incapaz de encontrar.

Parece que el agradecimiento no está de moda, hemos perdido la costumbre
y la capacidad de dar las gracias, de reconocer que dependemos de los demás

La gratitud no está de moda. Ni siquiera en nuestra vida particular. Damos por hechas tantas cosas que nos pasan en la vida que casi nos creemos con derecho a disfrutarlas. He advertido precisamente en la gente mayor, o las personas que pasan por una enfermedad grave, una capacidad enorme para agradecer sin tapujos. Son esas personas, en el balcón de la vida, que son capaces de distinguir lo importante. Dejan de competir, se centran en lo esencial, la vida, son conscientes del regalo que ésta supone, y constatan que muchas de las cosas que poseyeron o vivieron fueron en alteridad, con otros, para otros, de otros... y con una sonrisa, casi cómplice, reconocen y dicen: no fui yo, fue gracias a ellos, a vosotros.

Quizás todo cambiaría, o al menos cambiaría un poco, si cada mañana nos pusiéramos esas gafas de agradecer de corazón lo que tenemos, lo que vivimos, lo que nos ocurre... quizás descubriríamos que una parte importante de la felicidad no está en nosotros, sino que nos la dan los otros, que sólo canalizamos la vida, y que, como el agua de la fuente, se nos desparrama entre las manos, y que más que retener, más que acaparar, en realidad lo que nos queda es mirarnos las manos y simplemente agradecer la oportunidad de haberla disfrutado. Salir, caminar, mirar alrededor, mirar en tu interior, y dar gracias, una vez más, por todo lo que vives alrededor. No es tuyo, es de los otros... para ti, dado con generosidad. Agradezcámoslo, ¿no?

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