Por
  • Carlos Piñeyroa Sierra

Una nueva gobernanza

Una nueva gobernanza
Una nueva gobernanza
Pixabay

Cuando estudiaba en la Facultad de Derecho, los debates más interesantes eran los que tenían por objeto los conflictos entre bienes jurídicos protegidos, algo muy propio de las sentencias de nuestro más alto tribunal, el Constitucional. 

Prima el derecho a la vida o el derecho a la libertad de la mujer, caso del aborto; prima la libertad de elección de centro o el principio de igualdad, caso de la educación... El conflicto entre bienes jurídicos protegidos centraba siempre un debate muy interesante en el que más allá de lo obvio, y de tu posicionamiento inicial, te llevaba a encontrar aristas y matices que te hacían descubrir, en ti mismo, nuevos argumentos a favor y en contra de tu posición inicial, y que provocaban un proceso de crecimiento personal inusitado.

Vivimos tiempos convulsos en los que dos acontecimientos me han retrotraído a aquellos debates: la pandemia y la guerra de Ucrania. En ambos advierto la existencia de un bien jurídico protegido en cuya protección ninguna norma parece estar acudiendo: la Humanidad. Y sin embargo aparece de manera recalcitrante un bien jurídico protegido, cuyo origen se sitúa siglos atrás, y que pervive en nuestros días con fuerza inusitada: el Estado-Nación.

El Estado-Nación se ha quedado pequeño para la realidad global, de manera que,
ante los conflictos latentes que de repente estallan, no resulta posible proteger
ni a la Humanidad ni al planeta

En la pandemia advertimos que el caos de los diferentes países (y en nuestro caso de las diecisiete comunidades autónomas) llevaba a soluciones parciales incomprensibles. Como parte de la Humanidad asistíamos perplejos a una acción internacional marcada por el concepto Estado-Nación que resultaba a todas luces incongruente con la realidad global que estábamos viviendo. Medidas nacionales o locales colisionaban con el abordaje de un problema mundial para el que la OMS devino incompetente. Medidas nacionales que actuaban absurdamente como si la teoría de sistemas admitiera peculiaridades en base a razones o fronteras políticas.

En la guerra de Ucrania hemos sido conscientes de cómo un conflicto local entre dos Estados-Nación puede tener repercusiones letales para toda la Humanidad, aun cuando tu distancia física o política con el conflicto sea estratosférica. De repente, vemos que la capacidad de destrucción de algunos países se ha incrementado tanto que es capaz de destruirnos a todos, sin que ninguna organización internacional, no la ONU por supuesto, pueda ejercer una autoridad por encima de esos intereses locales.

Ambos acontecimientos evidencian lo que en conflictología denominamos ‘conflicto latente’, que no es otra cosa más que la existencia de un conflicto real, que existe, y está ahí, a la espera de una chispa que lo visibilice. En este sentido es evidente que la salud mundial cada vez más está en riesgo permanente derivado del proceso de globalización; y que la paz mundial ya no depende de la suma y cordura de muchas fuerzas, sino que un único país, por un conflicto local, es capaz de poner en riesgo el conjunto de la paz mundial. Salud y paz en el mundo evidencian, y cada vez lo veremos con mayor asiduidad, un conflicto cada vez menos latente y cada vez más explícito.

Necesitamos un nueva gobernanza mundial

Por eso, y desde ya, lo inteligente, en conflictología, y en la vida, es abordar esa latencia del conflicto y gestionar la nueva situación antes de que vuelva a ser evidente la chispa del conflicto. El Estado-Nación se ha quedado pequeño para la realidad global. El mundo ya no puede actuar movido sólo por intereses de los Estado-Nación. Necesitamos una nueva gobernanza mundial que vele por el bien jurídico protegido de la Humanidad. Alguien debe velar por que la Humanidad completa aborde el reto de las migraciones, del cambio climático, de la paz, de la economía justa y sostenible, del bienestar de las personas, de la salud... desde una perspectiva que proteja, de verdad, el todo, y no sólo la parte.

Es decir, necesitamos que alguien cuide del supremo bien jurídico que es digno de ser protegido por encima de todos los demás: el ser humano y el planeta... Ser audaces para abordarlo, como en aquel entonces en la Facultad, nos ayudará, sin duda, a un crecimiento personal y mundial inusitado.

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