Entrevista

Carmen Abad Zardoya: "Los objetos de una casa hablan de nuestra historia sentimental, vivir es coleccionar"

Nació en Zaragoza en 1971. Es historiadora del arte y profesora de Unizar. Publica ‘Lujos de comodidad’ sobre el espacio doméstico en el siglo XVIII.

La historiadora e investigadora Carmen Abad Zardoya.
La historiadora del arte e investigadora Carmen Abad Zardoya.
Oliver Duch

¿Qué dicen de nosotros los objetos que decoran nuestras casas?
Hablan de nuestros gustos, de nuestra historia sentimental y, en cierto modo, de nuestros modelos aspiracionales. Como pasa con la moda, hacemos un esfuerzo por parecernos a un modelo.

Objeto a objeto, se nos van llenando.
La sedimentación decorativa es consustancial a la casa. Habla de nuestra historia sentimental. Mantenemos en casa objetos en desuso o que incluso llegan a ser un estorbo porque se han convertido en semióforos: su valor de utilidad ha sido sustituido por un valor simbólico. Pueden ser tan frágiles como la entrada a un concierto. Sin darnos cuenta, nuestras casas son pequeñas colecciones inconscientes. No tienen la lógica de una colección, pero vivir es coleccionar, coleccionar experiencias de las que quedan algunos objetos representativos. Las decisiones de conservarlos, ocultarlos, exhibirlos... son como una biografía material de las personas.

¿Algún ejemplo propio?
Hay muchos que entran en la categoría de ‘¿esto qué hace aquí?’, porque no pega con el resto de las cosas, como un armario que sería mejor sustituir por una estantería para no tener libros por el suelo haciendo torretas, pero me resisto a desprenderme de él porque conecta con viajes que hice a la zona de Indonesia.

"Hoy, nos falta espacio en las casas y el objeto ha sido sustituido en parte por las imágenes que tomamos de los viajes. Es el verdadero lujo de comodidad actual: tener espacio real o virtual para almacenar todo esto"

Cuando viaja, ¿compra objetos ‘Recuerdo de’?
No suelo. Tiene que haber un flechazo. Aunque por mi defensa de lo ‘kitsch’ me parece maravillosa, a la vez me pone nerviosa la idea de 'souvenir', la sensación actual de tener que guardar recuerdo de toda experiencia sin discriminar, como una muesca de prueba conseguida. Hoy, nos falta espacio en las casas y el objeto ha sido sustituido en parte por las imágenes que tomamos de los viajes. En la nube tenemos una cantidad inconmensurable de fotos que vinculamos a viajes, cenas, fiestas… y, sin embargo, eso no les ha dado más valor, a veces olvidamos que las tenemos. Nos lo recuerda Google cuando nos dice que no hay ya espacio. Es gracioso que virtualmente no haya espacio; no hay espacio en casa ni en la nube. Es el verdadero lujo de comodidad actual: tener espacio real o virtual para almacenar todo esto.

¿Por qué defiende lo ‘kitsch’?
En cierto modo, hay un empacho, un abuso de minimalismo. En un mundo en que las relaciones personales están tan mediatizadas por la máquina, el exceso, la cierta confusión del ‘kitsch’ te devuelve un toque de humanidad, también con las debilidades del ser humano.

Usted ha explorado los interiores domésticos del siglo XVIII, ¿qué le atrajo de esa época?
En contraste con los siglos anteriores, en la inmensa variedad de objetos de esa época nos podemos reconocer hoy. En esa mezcla carente de prejuicios que había en las casas de gente que tenía el poder adquisitivo para rodearse de objetos exclusivos, pero los combinaba con artículos más económicos, con ritmos de recambio mucho mas rápidos.

Lo que manda es la moda.
La moda trastoca las leyes del lujo. Y lo verdaderamente interesante es que a esos artículos de ‘populujo’ –palabra fantástica–, se apuntaran tanto quienes solo podían pagar eso como quienes podían permitirse cualquier cosa. Nos podemos reconocer en esas ‘influencer’ actuales que se ponen una prenda de Zara con un modelo exclusivo de una diseñadora de moda, en ese diseño de interiores que tiene la pieza de ebanistería hecha a medida o la antigüedad carísima junto a complementos de tiendas de una cadena o muebles reciclados.

"Con la fabricación de productos seriados, en materiales frágiles, no pensados para durar mucho, el valor es otro. Lo importante es renovar los modelos y estar a la última. El objeto deja de ser una inversión, es algo que se consume y otro lo sustituye"

¿Nace aquí eso tan moderno de que los productos no estén pensados ni fabricados para durar?
Cambian los hábitos de consumo y también se habla de una revolución industriosa. La loza a molde reproduce las formas de la porcelana y de la plata; hay vidrio soplado y trabajado a molde; la introducción en la platería de la máquina de los gaudines permite trabajar las piezas de manera mecánica; se da toda una revolución en los tintes, la estampación de telas... Con la fabricación de productos seriados, en materiales frágiles, no pensados para durar mucho, el valor es otro. Lo importante es renovar los modelos y estar a la última. El objeto deja de ser una inversión, es algo que se consume y otro lo sustituye.

Un enfoque del consumo con el que al final nos hemos pasado...
Hay ciertas maneras de consumir contemporáneas que tienen su lejana raíz en el XVIII: que importe más la moda que la durabilidad del objeto, la preocupación por el recambio de modelos, que el valor esté en el diseño y su acomodación al criterio de la moda. Los tiempos son completamente frenéticos ahora, se nos ha ido de las manos hasta un extremo absurdo.

¿Qué posición ocupaba Zaragoza en las modas decorativas del XVIII?
La referencia era el gusto de Madrid y Cádiz también imponía, pero Zaragoza era nudo de comunicaciones. Su posición en las redes comerciales era muy importante.

¿Algún mueble que esté en nuestras casas ‘de toda la vida’ tiene su origen en el XVIII?
Las cómodas, que se han ido modernizando, pero todavía hay bastantes; las mesas auxiliares de rincón... También infinidad de objetos que utilizamos aparecieron en esa época: salseras, terrinas, los enfriadores de botellas para poner sobre la mesa. Echo de menos el enfriador de copas, un invento genial que deberíamos recuperar. Esos estampados maravillosos de las indianas, en Zara Home se ven estampados que vuelven más o menos modificados, a veces casi literales. El papel pintado, una moda un poco Guadiana, que va y viene. Y la cama de matrimonio –que no sé si va a terminar cambiando de nombre– es un concepto ligado al nacimiento de la familia nuclear y con la idea casi burguesa de que el cabeza de familia y su señora duermen continuadamente en el dormitorio conyugal. Su aparición se había datado hacia 1830 y fue una sorpresa descubrir que, muy a principios del siglo XIX (en ese largo siglo XVIII), en la partición de muebles de Fourdinier es un término que aparece ya muchísimas veces. 

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