De la cama de matrimonio a la cómoda: por qué el siglo XVIII explica lo que compras en Ikea

El libro 'Lujos de comodidad' de la historiadora Carmen Abad profundiza en la revolución de la decoración en aquel periodo y los cambios en el consumo que propiciaron y perduran hasta hoy.

Imagen de la portada del libro de Carmen Abad 'Lujo de comodidad' con una decoración de moda en el siglo XVIII.
Imagen de la portada del libro de Carmen Abad 'Lujo de comodidad' con una decoración de moda en el siglo XVIII.
H. A.

El puente hacia la modernidad tal y como la entendemos hoy en día que tendieron los avances del siglo XVIII se vivió también y profundamente a nivel doméstico. Fue entonces cuando el gusto por la decoración comenzó a ligarse más a los caprichos de las tendencias de cada momento que a la exclusividad y la calidad de los materiales, una nueva perspectiva que empezó a extenderse de puertas para afuera de las casas a través de las reuniones sociales, una suerte de 'postureo dieciochesco' que, sostiene Carmen Abad Zardoya, "creó un consumo nuevo".

Esa y otras teorías las desarrolla la historiadora en su libro 'Lujos de comodidad', que esta semana se ha presentado en Zaragoza. En él, la investigadora aborda las innovaciones y los gustos decorativos de las viviendas de entonces en un doble sentido. Por un lado en el social e, incluso, filosófico. Por otro, en el lexicográfico, con un profuso y curiosísimo glosario que refleja cómo el lenguaje tenía que salir al paso del alud de objetos y soluciones nunca vistas hasta la fecha.

Inventarios notariales y de grandes propietarios, sobre todo el del reparto de bienes de Roberto Fourdinier, suegro del pintor Luis Paret y Alcázar -que no solo poseía centenares de muebles y objetos en sus variadas casas sino que los alquilaba- son algunas de las fuentes en las que Abad ha buceado para dibujar un prolijo retrato del interior de las casas de la época y, por tanto, de sus costumbres. El rastro documental de las posesiones de Fourdinier han sido para Abad una especie de Piedra Rosetta de la decoración del XVIII: "Hay páginas completas dedicadas solo a clavos, o a espejos, este señor tenía de todo".

El trabajo de Abad saca a la luz fascinantes detalles sobre objetos que en el siglo XXI nos parecen de toda la vida pero en realidad son más recientes de los que pensamos. 

Así, Abad conecta directamente muebles y usos presentes con los de aquella época. Como la cama de matrimonio. Es en el XVIII cuando surge el concepto y el punto de partida de una costumbre, la de que las parejas duerman juntas de manera habitual, que no era ni de lejos lo normal entonces. Aparece también un mueble ahora común, entonces innovador: la cómoda. El enser llegó desde Francia y antes de recibir ese nombre se le denominaba de acuerdo a otros similares: papelera de tres cuerpos, en el caso de los notarios de Madrid. O papelera de ventanas de lunas azogadas en el de los de Zaragoza, porque ni siquiera en toda España había acuerdo en la terminología.

Se impusieron en aquellos tiempos más hábitos 'vanguardistas'. Por ejemplo la botella, que empezó a ponerse en la mesa y con ello a sofisticarse en su aspecto y a adquirir valor ornamental. Llegaron con ella los enfriadores. Hicieron su aparición los papeles pintados, que en España tuvieron un gran impulsor: el Conde de Aranda.

Una miniatura del siglo XVIII.
Una miniatura del siglo XVIII.
H. A.

Casi nada quedaba fuera de ese afán por presumir y epatar a los invitados. La iluminación experimentó asimismo grandes cambios de la mano en este caso de las cornucopias, un ingenio que incorporaba un portavelas a un espejo que multiplicaba la luz. Colocadas por encima de las cabezas, la iluminación comenzó a dirigirse de arriba a abajo y no a la altura de las cabezas, como hasta entonces. Las luminarias en el techo siguen siendo lo habitual hoy en día aunque entonces la novedad se extendió no sin reticencias (hubo quejas de quien consideraba que esta nueva orientación lumínica "avejentaba a la señoras").

En el fondo de todos estos cambios se aloja una idea: "La de estar a la última", explica Abad. Y con ella, la del diseño y la estética por encima de la calidad de los materiales. Es decir, se imponen las modas. Y con ellas, "se define el gusto".

"Las formas de consumo que se adoptaron en el XVIII explican actitudes que podemos ver hoy en día", sostiene Abad. Pone de ejemplo cómo "alguien que actualmente tiene el poder adquisitivo para que le hagan unos muebles de ebanistería a medida los combina con otros de Ikea. Eso es lo que comienza a estilarse en el XVIII, que se aprecien el diseño o el mero hecho de estar de moda por encima del valor intrínseco del objeto o de su exclusividad". Una tendencia ligada a la aparición de materiales más baratos de producir, que imitan a los de lujo y que se hacen seriadamente.

La historiadora e investigadora Carmen Abad Zardoya.
La historiadora e investigadora Carmen Abad Zardoya.
Oliver Duch

 Así, quien en el XVIII puede pagarse "un objeto de plata se lo compra de loza simplemente porque le resulta más atractivo", cuenta Abad. Es en esta época cuando aparecen los papeles pintados. Y no es casual. "Es un revestimiento más barato que el brocado o los frescos, pero no era ese el motivo de su popularización, de hecho hubo una Real Fábrica y el Conde Aranda fue uno de sus grandes defensores". Es moda: "Les da igual que se estropee antes o  que sea más barato, de lo que se trata es de estar a la última". Por ejemplo, teniendo en casa unos bibelots (pequeñas figurillas) salidas de la Real Fábrica de Loza Fina de Alcora que causaron verdadero furor. Pero, ¿cómo se conseguía no perder el tren de la modernidad en ausencia de medios de comunicación masivos?

"Las reuniones sociales fueron la gran vía por la que circularon las tendencias de la época. Esos "espacios y situaciones de sociabilidad -cuenta Carmen Abad- eran variadísimos". "Estaban los paseos urbanos y los incipientes cafés, pero sobre todo la gente se reunía en casa". "Era en las tertulias, en los saraos (con baile), en las visitas o en las tualetas (las señoras se hacían entretener con la charla de su cortejo mientras se acicalaban, algo así como la semilla de las peluquerías)", cuando unos mostraban la 'casa moderna' y sus flamantes posesiones se convertían en el nuevo capricho de otros.

El salto es de gigante si se tiene en cuenta que en el Antiguo Régimen las llamadas leyes suntuarias reservaban los bienes de lujo no al que los pudiera pagar, sino al que por rango social fuera dignos de ellos.

Fue por tanto un terremoto tan estético como social. No exento de controversias que pueden resumirse en un ilustrativo término acuñado por los historiadores: el 'populujo'. Una fluidez entre capas sociales criticada entre quienes veían una frivolidad y una pérdida de estatus en el gusto de la nobleza y burguesía por objetos de escaso valor (con las virtuales malas consecuencias que pudiera tener para las manufacturas patrias en favor de las importadas). Al otro lado se situaban quienes veían en el fenómeno la expresión de un refinamiento social civilizador, reflejo de los avances como país. De ahí el título del libro, ese 'Lujo de comodidad' que liga lo selecto a la educación y el progreso en el más amplio sentido.

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