LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

Irene Vallejo: "Llegué a pensar que mi padre inventaba 'La Odisea' para mí y que era Homero"

La autora de 'El infinito en un junco' regresa casi cinco años después a Alcorisa, a la Semana Cultural, donde contó muchos secretos de su libro

Irene Vallejo posa en Alcorisa muy cerca del Pub Odisea, todo un homenaje al libro que le marcó la vida.
Irene Vallejo posa en Alcorisa muy cerca del Pub Odisea, todo un homenaje al rock and roll y al libro que le marcó la vida.
A. C./Heraldo.

“¿No te parece que Irene Vallejo tiene aura?”, comentaba una lectora a otra mientras la autora de ‘El infinito en un junco’ se preparaba para responder a casi todo lo que quisieran preguntarle en el salón Valero Lecho de Alcorisa (Teruel). Era sin duda la gran estrella de una Semana Cultural reconocida en la provincia pero también en Aragón. Poco antes, Irene había vivido una experiencia entre insólita y azarosa: Maite, la bibliotecaria de la localidad, donde lleva treinta años, la había citado en un bar que se llama, ni más ni menos, Pub Odisea. Y ese título y esa novela fueron claves en su existencia y en su experiencia de lectora.

Diría Irene: “Mi padre me contaba cada noche ‘La Odisea’ y hubo un momento, antes las prodigiosas aventuras que narraba, que creía que se las inventaba para mí. Luego llegué a pensar que mi padre era Homero”, dijo entre las risas del respetable. Más de 200 personas, de todas las edades, y aquí sí, bastantes varones también, llenaron el salón. Antes de nada, de la charla, un clarinetista y una joven rapsoda escenificaron, con gracia y belleza, fragmentos de ‘El infinito en un junco’, a modo casi de microcuentos llenos de intención.

“Fue una tarde-noche maravillosa. Recuerdo que vine en 2019 a Alcorisa en autobús, me quedé a dormir, y aún tengo muy vivo el recuerdo, aún recuerdo algunas miradas. A la mañana siguiente, tuve suerte, me enteré de que una joven iba a Zaragoza y me llevó”

Poco después, Irene Vallejo -que aún firmaría ejemplares a las 22.30, tras la cena, y la charla comenzó a las 19.10 – comentaría algo muy curioso. “Es la primera vez que musicalizan algo mío. Me gusta mucho”, dijo, y reveló algo muy bello: en la televisión portuguesa, tras los informativos de los fines de semana, suelen leer una de sus columnas. “No solo la leen. La representan, le dan vida. Una actriz, que se la sabe y la ha interiorizado, la interpreta. Es algo que parece inverosímil pero que es verdad. Se lo conté a mis compañeros de ‘El País’ y la respuesta fue: ‘Eso jamás habría pasado en España’”.

Irene Vallejo se vistió con los trajes imaginarios que más le gustan: el de Penélope, o los grandes personajes femeninos grecolatinos, y el de Sherezade, la narradora de ‘Las mil y una noches’ que tanto le ayuda en el ritmo y en el desarrollo de las narraciones de su libro ‘El infinito en un junco’. Con ese atuendo invisible, la escritora recordó que había estado en la Biblioteca Pública de Alcorisa en abril de 2019, antes de que saliera el libro. “Fue una tarde-noche maravillosa. Recuerdo que vine en autobús, me quedé a dormir, y aún tengo muy vivo el recuerdo, aún recuerdo algunas miradas. A la mañana siguiente, tuve suerte, me enteré de que una joven iba a Zaragoza y me llevó”. 

Irene contó que para entonces ya había entregado su manuscrito -le redujo 150 páginas del original, como máximo, “recorté hasta que vi que ya no podía más”- y que nadie se imaginaba nada de lo que iba a suceder. Repitió una de sus frases: “La más asombrada de todo soy yo misma. La que no da crédito a todo cuanto me ha sucedido”. La perplejidad viene de que el libro ha vendido en torno a un millón de ejemplares en todo el mundo y que ha sido contratado para ser traducido a 44 lenguas. “Es impresionante el interés que se toman los traductores y las conversaciones que mantenemos sobre los temas del libro y las dudas que puede suscitar. Yo también aprendo”, dijo.

Irene en salón Valero Lecha. Tras responder a muchas preguntas durante una hora y media, aún siguió firmando ejemplares de su vida. Para Alcorisa su visita fue una increíble fiesta.
Irene en salón Valero Lecha. Tras responder a muchas preguntas durante una hora y media, aún siguió firmando ejemplares de su vida. Para Alcorisa su visita fue una increíble fiesta.
A. C./Heraldo.

Explicó que la idea nació en el ciclo de ‘Conversaciones en la Aljafería’ -algo que cuenta en el prólogo que ha hecho a la versión árabe del ensaypo narrativo- que coordinaba el escritor y jefe de servicio Fernando Sanmartín. Este la llamó para que conversase con el escritor, profesor y filósofo Rafael Argullol y sería él quien le sugirió que tenía que hacer un libro sobre la historia del libro y de la lectura y de las bibliotecas, que era el asunto de su tesis doctoral, y que le había llevado a las Bibliotecas de Oxford y de Florencia, entre otros lugares. Pensó por un momento que tenía mucho material y que le saldría un poco como coser y cantar.

Contó, en ese momento absolutamente mágico en que llega la primera caja de libros, que su marido, el profesor y productor de cine Kike Mora -que la acompaña en los viajes por el extranjero, sobre todo, y que es su protector constante, su apoyo, su fotógrafo y hasta su operador de cámara o su director de cine favorito- dijo: “Qué gordo, qué grande y qué caro, Irene”.

Nada más lejos: recordó los cuentos que le contaba su madre, los relatos de su padre, recordó que había sido víctima de acoso escolar y poco a poco, buscando aquí y allá, en los clásicos y en los modernos, en el cine o en la música, fue entretejiendo esas aventuras, esos microcuentos, esas vidas de personajes (escritores, editores, impresores, distribuidores…), con el aroma de cuentos fascinantes. “No es que me atrajese exactamente la literatura clásica, Grecia y Roma, me interesaban las historias, las palabras, los hechizos. Y en el fondo empecé de nuevo, en una época muy difícil e incierta para mí”. Así, con erudición, con pasión, con jinetes que parecían cruzar el mundo o la noche, armó ‘El infinito en un junco’.

Hubo lugar para las confidencias y el humor. La escritora no daba con el título. Barajó ‘Una misteriosa lealtad’, en alusión de Jorge Luis Borges y su libro ‘Otras inquisiciones’. No convencía a los editores. Dio vueltas y vueltas y al fino halló un concepto ambivalente: el libro como horizonte infinito, como pozo de sabiduría, como artefacto insondable de todos los tesoros y emociones, como auténtica máquina del tiempo; por otro lado, la artesanía del objeto, la evidencia de la materia. Así dio, cuando empezaba a cercarla el nerviosismo, con ‘El infinito en un junco’. Y contó, en ese momento absolutamente mágico en que llega la primera caja de libros, que su marido, el profesor y productor de cine Kike Mora -que la acompaña en los viajes por el extranjero, sobre todo, y que es su protector constante, su apoyo, su fotógrafo y hasta su operador de cámara o su director de cine favorito- dijo: “Qué gordo, qué grande y qué caro, Irene”. Algo así como una frase de desaliento. Las carcajadas se extendieron como aves nocturnas que llevan la diversión en sus alas.

Irene contó que la repercusión del libro se disparó pronto. Y que no tardarían en llegar los elogios, las recomendaciones y los premios. Juan José Millás le dedicó una columna en ‘El País’ que se titulaba ‘Vallejo’. El escritor decía que no conocía de nada a Irene, aunque en realidad algunos años atrás le había dado uno de los galardones de Los Nuevos de Alfaguara. Y otro detalle curioso fue que en Siruela le pidieron que le dedicase un ejemplar a Mario Vargas Llosa; al cabo de unos días recibió una llamada del sello que dirige Ofelia Grande, le dijeron, “siéntate, no vayas a caerte o algo semejante”, y le leyeron la carta que había remitido a la editorial firmada por el Nobel peruano: “Muy bien escrito, con páginas realmente admirables; el amor a los libros y a la lectura son la atmósfera en la que transcurren las páginas de esta obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”. Poco después le pedirían si se podía usar la frase y es, sin lugar a dudas, una de las que ha dado la vuelta al mundo.

El precioso detalle de Chocolatería Isabel hacia Irene Vallejo: seis chocolatinas para seis libros, entre ellos el exitoso 'El silbido del arquero' de Contraseña.
El precioso detalle de Chocolatería Isabel hacia Irene Vallejo: seis chocolatinas para seis libros, entre ellos el exitoso 'El silbido del arquero' de Contraseña.
Archivo Irene Vallejo/Ch. Isabel.

También habló de otro volumen que se está vendiendo muy bien: la reedición en Siruela del álbum ilustrado ‘La leyenda de las mareas mansas’ (ya va por la tercera edición), una historia sobre el duelo a partir de una narración de ‘Las metamorfosis’ de Ovidio, que ha ilustrado de un modo absolutamente hermoso y emocionante Lina Vila; la primera edición la publicó el sello zaragozano Comuniter, hace casi una década. “Es curioso, en clave poética y delicada, es un libro sobre la muerte, sobre el duelo. Y nadie, nadie, lo quería publicar. Le estamos muy agradecidos a Comuniter, que hizo un libro muy bello, y ahora a Siruela”, dijo. Su hijo Pedro también estuvo muy presente: dijo que le gustaban mucho los inventos, más que los mitos y los cuentos de antaño, que no le guste que esté fuera de casa, “salvo cuando yo voy contigo”, como él le dice. Risas y más risas.

Irene respondió a todas las cuestiones, entre ellas a cómo se debe leer: “No hay una fórmula. Hay que leer como se pueda, como se quiera, con entera libertad. Yo tengo en la mesilla una torre que sube hacia arriba. Leo varios libros a la vez; de vez en cuando algunos libros se van al fondo y los redescubres luego. Ahora, cada vez más, leo poesía. Me ayuda mucho”.

Más de 200 personas llenaban el Salón Valero Lecha -el pintor de Alcorisa que hizo una gran carrera en San Salvador y que fue estudiado por José Luis Pano, que nació hace 130 años- y miraban y escuchaban con auténtico embelesamiento y placer sus palabras, sus explicaciones, sus confidencias, entre ellos estaba el alcalde Miguel Iranzo. Firmó más de un centenar de libros, que sirvió Carmen, de la Librería Espallargas, fundada en 1919. Librería que, en algún momento, también fue una ‘tebería’, un lugar de tebeos, se entiende. Una de las sorpresas más bonitas se la reservaban la bibliotecaria Maite y la Chocolatería Isabel de Alcorisa: le hicieron una colección de seis chocolatinas con el motivo de seis portadas suyas. “Eso fue un colofón maravilloso” a otro día inolvidable: para el Bajo Aragón (acudieron lectores de Ejulve, Calanda, Alcañiz, Andorra, hasta de Zaragoza regresó a casa Valentina, estudiante de Filosofía, solo para oírla y abrazarla) y por supuesto para Irene Vallejo.

De camino a casa, a la altura de Belchite, revelaría su nuevo sueño, para el que busca desesperadamente tiempo: un libro donde convivan la novela y el ensayo… Por ahora no sabemos nada más. Y en marzo Irene y Kike Mora se irán a promocionar la versión japonesa, que ha sido envuelta en una escultura de origami. La hermosura, en papel o a lomos del viento, sigue galopando.

Una de las dobles páginas del álbum ilustrado 'La leyenda de las mareas mansas'.
Una de las dobles páginas del álbum ilustrado 'La leyenda de las mareas mansas'.
Lina Vila/Siruela.
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