José Luis Mur: "Tras 40 años coleccionando ingenios musicales, crear un museo en Labuerda es una ilusión que se ha cumplido"

El Museo de Ingenios Musicales de Labuerda reúne antiguos aparatos empeñados en atrapar y reproducir cada vez más fielmente el sonido.

José Luis Mur Vidaller se escapa desde Madrid a Labuerda siempre que puede. Aquí ha abierto el Museo de Ingenios Musicales.
José Luis Mur Vidaller se escapa desde Madrid a Labuerda siempre que puede. Aquí ha abierto el Museo de Ingenios Musicales.
Verónica Lacasa

"Suena de maravilla". Las notas encerradas en un cartón perforado, que avanza a paso de manivela y se deja leer por un sistema de peines, se convierten en melodía en un precioso Limonaire. Es un gran órgano de feria francés que, tras haber vivido muchas fiestas desde que comenzó a sonar, allá por los comienzos del siglo XX, hacia 1905, ahora, convertido en pieza de museo, produce la música que más le gusta a su rescatador, José Luis Mur. "No hay ninguna que me guste más". 

Es una de las 250 piezas que, desde el Museo de Ingenios Musicales de Labuerda, en el Sobrarbe, narran cómo los avances científicos y tecnológicos han hecho posible la grabación y la reproducción del sonido a lo largo de la historia. De los ingenios mecánicos a los fonógrafos y gramófonos. Máquinas y aparatos únicos que son una parte del iceberg que es la colección Mur.

"El museo no podía tener otra ubicación que Labuerda, un pueblo pequeño, pero sentimentalmente muy grande porque es donde nací, de donde eran mis padres"

Abrir las puertas de este museo en su localidad natal es para José Luis Mur "una ilusión que se ha cumplido", la forma de conseguir que esa afición por coleccionar estos objetos que dura casi 40 años desemboque en algo "que perdure en un futuro". Él lleva toda la vida en Madrid, donde, además de haber sido portero del Atlético, puso en pie un negocio referente dedicado a la fotografía que tuvo su origen en un puesto del rastro. Pero el museo no podía tener otra ubicación que Labuerda, "un pueblo pequeño, pero sentimentalmente muy grande porque es donde nací, de donde eran mis padres".

Cada nuevo habitante del edificio de la plaza Mayor, del siglo XVI y reformado conservando su estructura original, tiene una historia detrás. Una vida anterior amenizando ferias, alegrando salones de baile o desempeñando labores tan curiosas como enseñar a cantar a los pájaros. "El Limonaire me encanta, pero también hay una caja de música, la Sirinette, que puede ser de las más antiguas, de hacia 1885, con ocho canciones en rodillos de madera para entrenar a los canarios domésticos".

Objetos amados

Junto a cajas de música tan sencillas como esta, conviven aparatos muy especiales, lujosos muebles musicales con un pasado privilegiado. Sin duda todos "fueron objetos amados", imagina su actual dueño. De algunos de ellos, los más singulares, se hicieron pocas unidades que disfrutaron gentes de alto poder adquisitivo y, por su estado de conservación, seguramente proceden de casas señoriales donde se cuidaron como pequeñas joyas. Otras de las piezas del Museo de Ingenios Musicales de Labuerda estuvieron en lugares públicos, al alcance de todo el mundo, como revela su sistema tragaperras.

Quizás hace siglos, como ahora con la inteligencia artificial, los músicos pensaron que acabarían quedándose sin trabajo porque aparecieron máquinas automáticas capaces de reproducir todo tipo de composiciones sin necesitar un intérprete, sino solo con darle a una manivela. Ya fuera en pequeñas cajas de música de bolsillo o en grandes órganos neumáticos arrastrados por caballos. El siguiente paso fue capturar el sonido y reproducirlo a voluntad, en máquinas grabadoras y reproductoras de audio.

"No hay en España otro museo comparable al del Labuerda, que abarque toda la historia del sonido, desde los aparatos de experimentación hasta el primer aparato eléctrico"

Buen conocedor de todo este mundo, Mur destaca que en España no existe otro museo comparable a este. "Hay colecciones en el ámbito privado, específicas de gramófonos o de fonógrafos, pero que abarque toda la historia del sonido, desde los aparatos de experimentación hasta el primer aparato eléctrico, no". En Portugal, cerca de Lisboa, se puede visitar el gran Museo de Música Mecánica.

Lo que se muestra en el actual museo sobrarbense es tan solo una parte de la colección de objetos relacionados con el sonido que Mur ha ido reuniendo a lo largo de los años, cazados en subastas o comprados en el rastro. Ya que otras 250 piezas, sobre todo radios y pianolas, no tienen ya sitio para ser expuestas, ha comprado otro edificio cercano, denominado ‘la abadía’, para guardarlas "porque este ya se ha vuelto pequeño"; a él le gustaría hacer una sala de audición para conciertos, conferencias, talleres... Y esta es solo la parte ‘sonora’ de la colección Mur, "porque realmente lo fuerte es la fotografía", que ha centrado su vida profesional; a su colección, que "puede pasar de las 6.000 cámaras", hay que sumar archivos fotográficos y obra de los mejores del mundo, de Henri Cartier-Bresson a Cristina García Rodero. También le gustaría que todo esto lo viera todo el mundo, pero "por mis propios medios no puedo, tendría que haber una institución detrás porque bien podría dar para hacer un museo nacional de fotografía".

Buscador de tesoros

¿Cómo se convierte uno en coleccionista, en buscador de tesoros? No sabe bien José Luis de dónde puede venir ese afán por guardarlo todo. "No sé si es que, en la infancia, no tuve juguetes, me los hacía yo; teníamos inventiva, con maderas hacía tirachinas, jugábamos en la calle, con lo que nos daba la naturaleza". La situación económica de sus padres, rememora, "no era la mejor, se esforzaban por que yo, que era hijo único, tuviera una cultura, pero los Reyes eran un lapicero y un cuaderno".

La posguerra fue dura y su padre, tras haber estado en zona roja, caer prisionero, pasar por un campo de concentración y tener que ir varios años a África a hacer el servicio militar, salió adelante "yendo por los pueblos del valle de Vió con su burro, a vender jabón, hilos..., a cambio de las pieles de montería o ganado que mataban; poco a poco se fueron comprando su casa, la huerta... A los 5 años, a veces acompañaba a mi padre". Después, pasó a llevar la vajilla de Naval por los pueblos del Pirineo, y José Luis –a quien todos en Labuerda llaman por el nombre de su padre: Feliciano– recuerda cómo llegaban a su casa las sacas llenas de pucheros y cazuelas de cerámica de Naval. 

""Aún tengo en la mente cuando recibí a reembolso la primera cámara que compré y abrí a escondidas el paquete"

Aún conserva la primera cámara que compró, con 13 años, "a escondidas de mis padres". "Lo he ido guardando todo". Una Sic de baquelita en la que invirtió sus ahorros: 99 pesetas. "Aún tengo en la mente cuando la recibí a reembolso y abrí a escondidas el paquete". Hizo sus primeras fotos "en el instituto de Aínsa, a mi madre cogiendo judías verdes, en las labores de la huerta o torciendo la alfalfa" para que, bien plegada, ocupara menos en la falsa, allí guardada para alimentar a los animales que estaban en la planta baja. 

Su curiosidad infantil se había despertado al ver las cámaras que portaban los ocasionales turistas de entonces. Uno de ellos le explicó de qué se trataba y le hizo una foto junto a su madre. Luego se la envió desde Barcelona y, cómo no, aún la conserva con cariño.

Dos pasiones: la fotografía y el fútbol

En aquellos primeros años alimentó sus dos pasiones: hacer fotos y jugar al fútbol. En Labuerda "jugábamos en los rastrojos, en las eras". Compró un balón con los pocos ahorros que tenía y aprendió a coserlo para que durara. Y como entonces no había ojeadores, se promocionó él mismo: "Escribí unas cartas a Barbastro, Huesca, Monzón, Binéfar..., pidiendo una oportunidad". "Me dicen que juego bien y me gustaría que me hicieran una prueba", escribió. Y le llamaron de Barbastro. De allí, daría el salto a Madrid. Como portero, siempre se le conoció como Vidaller, el apellido de su madre. Tras una actuación estelar en un partido de promoción de la Unión Deportiva Barbastro contra el Recreativo de Huelva, llegó el fichaje por el Atlético de Madrid. Pronto, una lesión en el escafoides "que no quedó bien" le alejaría del fútbol profesional, "pero no fue ningún trauma, sino un cambio, al día siguiente ya estaba trabajando".

La semilla de la colección

Siempre fue una persona tan activa que, en el tiempo que le dejaban los entrenamientos, vendía enciclopedias de Salvat a domicilio, visitando a los socios del Atlético, y "sacaba tanto dinero de estas ventas como de jugar al fútbol". Junto a un amigo, en 1975 se animó a montar un puesto en el rastro, "en el suelo con cuatro cosas de fotografía, libros...", que fue creciendo. Precisamente, al coger el traspaso de un local en la calle de Arniches donde guardar las cosas entre semana, hasta que llegara el siguiente domingo, le salió al encuentro la ocasión de empezar a interesarse por aparatos relacionados con el sonido. En aquel local se habían vendido aparatos de radio antiguos que estaban allí, esperándole. Vendió algunos, pero los que decidió conservar fueron la semilla de la colección. 

La mecha de la afición por estos aparatos había prendido y "el mecanismo de manivela de una zanfona llamó mi atención, fue la primera pieza que adquirí, en el año 1984-85, junto a un órgano de Barbarie". 

Una larga melodía comenzaba a sonar, con acordes que le llevaron a la subasta de Chartres en la que compró el delicado autómata donde, encerrados en su elegante jaula, unos pájaros cantan y revolotean. O hasta Alemania, en busca de una hermosa Regina, fabricada en Estados Unidos por ingenieros austriacos, un mueble musical que permite elegir melodía y, automáticamente, selecciona uno de sus 12 grandes discos metálicos perforados. En Ámsterdam, por mediación de un marchante de arte, se hizo con un fonógrafo Edison M, "muy difícil de conseguir".

Muchas de las piezas de su colección fueron hallazgos en los anticuarios del rastro, pero le ha costado más dar con otras. Las más interesantes "ahora ya solo se localizan en subastas", señala. Pueden salir por 3.000, 4.000 5.000 euros y ya "si se trata de piezas especiales, el precio sube bastante y supera estas cifras". Ahora, "estoy detrás de un gramófono de precios altos que, a principios del siglo XX, se vendía como juguete –cuenta ilusionado–. Era de chocolates Euréka, lo regalaban con los envoltorios y los discos eran de chocolate, los escuchabas y te los comías. Lo he encontrado, pero no he llegado a un acuerdo económico".

Acaba de cumplir 75 años, pero sigue trabajando en el negocio dedicado a la fotografía que decidió montar en 1983 con el nombre de Fotocasión y que se ha convertido en la tienda de fotografía más grande de Europa, con más de 200.000 referencias. Aunque sus hijos continúan con el negocio, él acude a diario. "Me apasiona lo que hago, la relación con la gente, las personas que he ido conociendo a través de los tiempos, profesionales, directores de cine, actores, gente de periódicos, instituciones..., somos un referente en España respecto a la imagen y vendemos ‘online’ a toda Europa". Ese trato directo le ha llevado a forjar grandes amistades. 

"Con Carlos Saura ha habido mucha relación. Cinco días antes de fallecer, me llamó su hija y me dijo que quería despedirse. Desde la cama, me hizo la última fotografía que tomó en su vida"

"Con Carlos Saura ha habido mucha relación; hace unos años vino por Huesca y me llevó a ver la casa donde nació, luego fuimos a Alquézar, estuvimos en Tella, en el parador de Monte Perdido, en El Pueyo de Araguás... Hay un reportaje muy amplio de las fotografías que nos hicimos, nos acompañaba su hija Anna, sería en 2018 me parece, sí". Ambos han estado en su casa de Labuerda un par de veces y, este año, "cinco días antes de fallecer, me llamó su hija y me dijo que quería despedirse, así que subí a Collado Mediano y estuve tres horas con él, al pie de la cama, charlando; aún le pregunté por una cámara que había adquirido hacía poco, él pidió que se la trajeran y tomó una foto, la última fotografía que hizo en su vida, desde la cama. Me retrató. Detrás sale la única foto que tenía colgada en la pared, de Martín Chambi, porque las demás son todas de él. Fue la última que hizo". 

"Los móviles hacen buenas fotos, pero se hacen tantas que ni se guardan ni se valoran. En cambio, al mirar a través de una cámara, centras mucho más el sentido en esa imagen"

A José Luis Mur, como le pasaba a Saura, le gusta ir siempre con la cámara, capturando instantes, "vaya adonde vaya". Para él no hay comparación con tirar de móvil: "Los móviles hacen buenas fotos, pero el problema es que se hacen tantas que ni se guardan ni se valoran". En cambio, al mirar a través de una cámara "te centras mejor que mirando sobre la pantalla, centras mucho más el sentido en esa imagen". Desde la tienda, contempla cómo revive el interés por la fotografía química entre la gente joven, pero cuenta que la mayoría revela el negativo y luego lo escanea, no positivan en el laboratorio, como, de vez en cuando, hace José Luis Mur, a quien le sigue fascinando ver cómo aparece la imagen bajo la luz roja.

Tecnología de antaño para dar caza al sonido

Subir las escaleras del Museo de Ingenios Musicales de Labuerda, puesto en pie por José Luis Mur y dirigido por su hija Bárbara, es recorrer el empeño humano por comprender el sonido y, finalmente, capturarlo. Planta a planta, se muestran –y suenan– desde instrumentos mecánicos del XIX que ejecutaban piezas musicales de forma automática hasta los gramófonos del XX, predecesores del tocadiscos. Por el camino, salen al paso mil y una historias y curiosidades que sorprenden al visitante que, en otoño e invierno, encuentra el museo abierto, y atendido por dos personas voluntarias, Rosa Pardina y Pedro Ramos, los sábados, domingos y festivos de 16.00 a 18.00 o concertando cita.

El sonido es un desplazamiento del aire en ondas de presión que nuestros oídos captan y transmiten al cerebro. Antes de intentar capturar o grabar estas ondas, muchos científicos intentaron medirlas, manipularlas, visualizarlas y analizar su comportamiento. Como en las placas de Ernst Chladni (1787), donde se ve el efecto del sonido sobre polvo de tiza, que se agrupa formando dibujos simétricos.

Entre los instrumentos automáticos, uno de los órganos de mano más populares fue el Aristón; una manivela acciona los fuelles y hace girar el disco de cartón perforado.

Hacia 1900, las cajas de música tragaperras se solían instalar en las estaciones de tren y en otros lugares para que sirvieran de entretenimiento durante las esperas.

El fonógrafo fue el primer aparato capaz de grabar y reproducir sonido. La primera pieza interpretada en el fonógrafo de Thomas Alva Edison, el 21 de noviembre de 1877, fue ‘Mary had a little lamb’. Las ondas sonoras son transformadas en vibraciones mecánicas que mueven un estilete que, a su vez, labra un surco sobre un cilindro. Para reproducir el sonido, se invertía el proceso. Los cilindros de cera eran los que más duraban..., pero no se podían escuchar más de diez o doce veces. Tampoco era posible copiarlos, así que si se grababa a una orquesta, debía tocar diez veces para grabar diez cilindros con un solo fonógrafo o bien disponer diez aparatos alrededor.

En 1888, Emile Berliner resolvía estos problemas al inventar el gramófono, una máquina que, en lugar de cilindros, utilizaba discos de pizarra, fáciles de copiar y almacenar, pero que no permitían grabar.

La música sonaba en un gramófono los dos o tres minutos que duraba la cuerda. Una idea tan innovadora como peligrosa fue la de equipar un gramófono con un infiernillo de alcohol que, gracias al calor producido, mantenía el plato en movimiento durante 12 horas. El Maestrophone de Paillard (Suiza, 1910) es difícil de conseguir porque muchos salieron ardiendo.

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