La Gran Armada y los grandes bulos de la leyenda negra

Geoffrey Parker y Colin Martin amplían su clásico y monumental ensayo sobre el mayor desastre naval de la historia de España.

‘Isabel I y la Armada Española’, tela atribuida a Nicholas Hilliard que representa la flota española frente a las costas de Inglaterra durante la fatídica batalla de Gravelinas.
‘Isabel I y la Armada Española’, tela atribuida a Nicholas Hilliard que representa la flota española frente a las costas de Inglaterra durante la fatídica batalla de Gravelinas.
Colpisa

Felipe II de Habsburgo, en cuyo imperio no se ponía el sol, e Isabel I Tudor, inesperada reina de Inglaterra, estaban obsesionados por derrocarse mutuamente. El monarca español soñaba con someter Inglaterra a cualquier precio. Lo intentó en el verano de 1588, pero la mayor armada española sufrió el más catastrófico y recordado desastre de nuestra historia naval. Un fracasado Felipe II debió tragarse el infinito orgullo depositado en su Grande y Felicísima Armada, que no pudo cumplir su terca misión de deponer a la reina inglesa y 'recatolizar' su país. Los navíos naufragados hundieron a su vez las aspiraciones de Felipe II de dominar toda Europa, otorgaron una dulce victoria a la soberana británica y alimentaron una leyenda negra plagada de bulos propagandísticos.

Geoffrey Parker (Nottingham, 1943), catedrático de la Universidad de Ohio y una autoridad en la historia de los siglo XVI y XVII, firma junto a Colin Martin (Edimburgo, 1939) una edición ampliada de su monumental ensayo 'La Gran Armada' (Planeta). Es una completísima revisión del estudio que mejor cuenta y analiza qué le ocurrió a la mal llamada Armada Invencible. Con sus 888 páginas -más de 200 de notas- es casi una nueva obra y el retrato de una época.

Parker analizó una montaña de información en archivos españoles y neerlandeses, contrastando sus hallazgos con los de los pecios estudiados por Martin, arqueólogo marino y director de excavaciones de varios naufragios españoles en Escocia e Irlanda. Es la tercera ampliación del ensayo, tras las de 2002 y 2009, e incluye documentos inéditos y novedosos análisis.

Obsesionados por «la historia de la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo», Parker y Martin destruyen algunos mitos vigentes durante siglos en la falaz historiografía británica.

Negro destino

A finales del verano de 1588, Felipe II articuló su ataque a Inglaterra desde dos flancos: con la gigantesca flota que zarpó desde La Coruña, Asturias, Santander y Vizcaya, y desde sus dominios en los Países Bajos. Quería expulsar del trono a Isabel I Tudor, la gran enemiga del ultracatólico monarca español. Sus reinos se disputaban el control del Atlántico y el comercio ultramarino y sus soberanos eran los adalides del catolicismo y del protestante anglicanismo.

La mayor flota jamás desplegada encontró su negro destino entre el Canal de la Mancha y las costas de Irlanda. 'La Invencible', según el sarcástico apelativo británico recogido por el marino e historiador Cesáreo Fernández-Duro, era la Gran Armada. La conformaron 130 buques y 30 embarcaciones de apoyo. El plan original de Felipe II pasaba por un doble ataque naval liderado por los veteranos tercios de Flandes (unos 27.000 hombres), dirigidos por el duque de Parma y con el resto de la flota bajo el control del inexperto duque de Medina Sidonia (19.000 efectivos).

La mala gestión de Felipe II, la férrea defensa inglesa y sus aliados holandeses, y sobre todo las virulentas e imprevisibles tempestades desarbolaron un desafío naval que segó la vida a 11.000 hombres. Todo salió mal. Los españoles planeaban atacar en los desembarcos mientras que los británicos pretendían luchar en mar abierto. La flota inglesa contaba con buques más ligeros y cañones de más alcance. Pero la furia del mar se cebó con las naves españolas.

«En aquel momento nadie podía predecir el resultado y no es necesario denigrar a España por no haber logrado sus objetivos, como tampoco hay que atribuir la liberación de Inglaterra a su superioridad innata», sostienen los autores. «En lugar de partir del patrioterismo, la xenofobia y la teorización especulativa que han sido las características destacadas de tantos estudios anteriores», se basan «en un amplio corpus de información extraída de los protagonistas y de los restos físicos de los barcos naufragados». Afirman con pruebas que «la Gran Armada constituyó una amenaza para Inglaterra de proporciones inconmensurables».

«La historia se sostiene por sí misma y los únicos pasados que han de olvidarse son los mitos», plantean reconociendo que el español fue «un fracaso sin precedentes, sí, pero que tampoco serviría de experiencia aleccionadora para el otro bando». Aportan datos minuciosos sobre hombres, estado de las naves, posiciones, inventarios de municiones y artillería, con cartas de los protagonistas y documentos.

Incluyen un capítulo con más ficción que historia que especula con las consecuencias de una victoria española. Un ejercicio contrafactual sobre qué pudo ocurrir si la Gran Armada hubiese conseguido desembarcar en Inglaterra. Coinciden al afirmar que, sin ese clima adverso, las posibilidades de éxito español eran bastante altas, como sostuvo Edward P. Cheney, historiador de la época Tudor en 1923 ante la American Historical Association: «La mañana del 10 de agosto de 1588 [...] el viento sopló constantemente del suroeste. Si ese crucial día el viento hubiera soplado desde cualquier otra dirección, la Armada Invencible podría haber visto justificado su nombre y efectuado la invasión de Inglaterra». (pág. 563).

Falsedades

La primera de las cuatro partes del ensayo se ocupa de los orígenes de las marinas filipina e isabelina y analiza la situación política de ambos bandos. La segunda estudia el contexto y los preparativos del combate, diseccionado en la tercera parte. La cuarta examina las consecuencias de la contienda, la búsqueda de responsables, los escritos sobre el sentir de los españoles y las reacciones políticas de ambos bandos.

Recoge falsedades instaladas en el imaginario inglés, como que «los españoles portaban látigos preparados para el tormento de los hombres y mujeres de Inglaterra» (pág. 601), o que los visitantes de la Torre de Londres en el siglo XVIII podían admirar «los aplastapulgares destinados a hacer confesar a los ingleses dónde tenían escondido su dinero, así como corbatas españolas, aparatos de tortura hechos de hierro destinados a apresar la cabeza, los brazos y los pies de los herejes ingleses». (pág.602). Pura leyenda negra.

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