Yayoi Kusama inunda el Guggenheim de lunares, colores y vitalidad

El museo bilbaíno reúne más de 200 obras en la mayor retrospectiva de la creadora japonesa, ingresada por voluntad propia en un psiquiátrico.

La polifacética artista japonesa Yayoi Kisama posa ante algunas de sus coloristas composiciones.
La polifacética artista japonesa Yayoi Kisama posa ante algunas de sus coloristas composiciones.
Yukuse Miyazaki

Cuesta creer que tras una obra tan colorista y vital esté alguien como Yayoi Kusama, (Nagano, 1929) una nonagenaria depresiva y autodestructiva, recluida por propia voluntad en un sanatorio mental desde 1977. Los coloridos lunares de la artista japonesa, la creadora viva más cotizada, inundan el Guggenheim de Bilbao. La retrospectiva 'Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy', celebra su talento genuino y lúdico y una obra singular y reconocible. Un canto a la naturaleza y a la vida hecho desde el filo de la locura por una creadora que no se parece a nadie.

Con patrocinio de Iberdrola, el Gugenheim acoge 200 obras de Kusama entre pinturas, dibujos, esculturas, instalaciones y vídeos de sus performances. Recorre siete décadas de su trayectoria y desvela el lado oscuro de una obra luminosa, sepultado bajo su vivaz colorido y su aparente puerilidad. Doryun Chong, Mika Yoshitake y Lucía Agirre, son los comisarios de la muestra, en cartel hasta octubre y que se vio ya en el museo M+ de Hong Kong, donde atrajo a 280.000 visitantes.

A sus 94 años, fiel a sus pelucas chillonas, Kusama aún factura unas obras que le quitan de las manos. Su récord está en los 10,5 millones de dólares pagados en subasta por un cuadro de puntos blancos. Pero durante décadas fue el bicho raro del pop y estuvo relegada por las galerías, museos y coleccionistas que hoy se rifan sus obras.

Pionera en la contracultura, llegó a Nueva York con 27 años y sin blanca. Denunció con sus performances y su pop disruptor la discriminación racial y de género, criticó la guerra y el militarismo y llamó la atención con 'sus happenings' nudistas. Pero regresó a Japón olvidada. Víctima de su enésima depresión, intentó suicidarse y se internó por propia voluntad en un psiquiátrico de Tokio. Con 80 años volvería a la palestra en una insólita resurrección plástica.

La menor de cuatro hermanos, Kusama tuvo una dura infancia en Matsumoto, la ciudad de provincias donde su familia tiene aún una industria de plantas y semillas. Fabricaba sus primeras pinturas con tierra y pigmentos y sus lienzos con sacos de semillas. Allí nació su pasión por las hortalizas, por las calabazas que recrea hoy en vivos colores y que transmuta en símbolos de felicidad.

La segunda guerra mundial, el desencuentro con sus padres, su desafío a la rígida tradición plástica nipona para asumir la occidental, los brotes psicóticos y las alucinaciones sufridas desde muy joven alimentaron el carácter atormentado que conjura con su obra, un ejercicio de escapismo en busca de un mundo feliz y luminoso. Sus colores vivos e intensos y sus galaxias de lunares «quieren vencer a la enfermedad y a la muerte, a su fragilidad mental, su frustración ante el fracaso, la pulsión autodestructiva que anida en su alma y salvar, de paso, a la humanidad», dice Chong.

Hasta que la pandemia se lo impidió, acudía a diario a su estudio, pegado al psiquiátrico en el barrio tokiota de de Shinjuku. Ahora trabaja desde el hospital. «A partir de los ochenta su obra se llenó de color. Es una transición de la oscuridad a la luz que refleja un cambio de filosofía vital. La creación se convirtió en su fuerza para seguir viva», escribió Isabella Tam, una de las comisarias del museo M+ de Hong Kong.

Lunares 'polka'

Los puntos y 'polka dots' ('lunares polka' o 'mesotama', gotas en japonés) son su sello más reconocible. Tienen que ver con la obsesión y la enfermedad mental. Una inestabilidad generadora de alucinaciones que Kusama transformó en un poderoso motor creativo. «Mi vida ha sido una lucha sin tregua. Aunque he batallado contra la obsesión desde niña, he logrado sobreponerme a través de la pintura», se ufana.

Pintora, dibujante, escultora, 'performer', cineasta, fotógrafa, poeta y narradora, alterna la metafísica con la ironía, la crítica con el sarcasmo, la explosión cromática con la ausencia de color, y la luz con la oscuridad en sus instalaciones más recientes.

Si las mujeres durante siglos fueron un cero a la izquierda en el arte, Kusama está a sus 94 años en la cima y con muchos ceros a la derecha en su cotización. La incomprendida pionera del pop tildada de infantiloide es hoy imitada sin cuento y un filón para las grandes marcas del lujo. Kusama colabora con Lancôme, Veuve Clicquot y Louis Vuitton, que salpica con los inconfundibles lunares sus bolsos y carísimas prendas de vestir. 

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