Antonio Gala y el amor, su “enemigo íntimo”

El escritor fallecido este domingo solía decir que había recibido casi todo el amor del mundo y que había fallado en el amor de pareja.

El escritor Antonio Gala en Zaragoza.
El escritor Antonio Gala en Zaragoza.
José Miguel Marco

Antonio Gala solía decir que había recibido casi todo el amor del mundo y que había fallado en el amor de pareja. Aceptaba que era sensible y romántico, pero también exigente con los demás, que era más bien rencoroso, que ya perdonaría Dios, que a él le resultaba difícil hacerlo, y a la vez aceptaba que a veces se ponía tremendo: susceptible, muy vulnerable e irascible. Tras el éxito, que en el fondo nunca le faltó, los arrebatos de enojo los vivía con mayor frecuencia y más intensidad. Y rara vez decía las cosas con suavidad, si lo hacía era con su característica afectación, y como una amable sugerencia. Más bien optaba por el “tú verás, aquí hace demasiado ruido para que yo me concentre y vosotros recojáis un sonido de calidad”. Tenía casi siempre un mohín de cansancio o de hartazgo, que también era su estudiado divismo o esa petición de “queredme más. Lo deseo, lo necesito”.

Antonio Gala, el escritor nacido en Brazatortas (Ciudad Real) en 1930 y criado en Córdoba, lejana y sola, tan lorquiana como él, falleció en la ciudad de su vida a los 92 años de un cáncer de colon. Hace 20 años había creado la Fundación Antonio Gala, dedicada a artistas jóvenes y por allí pasaron varios aragoneses; una de las últimas fue la pintora Alba Lorente.

Antonio Gala fue un joven brillante. Vivió allí hasta los 9 años

y descubrió pronto la pasión por la literatura. Algunos dicen que a los cuatro años. Y que impartió su primera conferencia a los 14. Fue osado, estudioso, hipersensible y también un poco inadaptado, y no dejó de medirse consigo y con su padre durante años. Cursó varias carreras -Derecho, Filosofía y Letras, y Ciencias Políticas y Económicas- e incluso llegó a hacerse cartujo, hasta que se dio cuenta de que aquel mundo de silencio y de oración no iba con él.

A los 33 años publicó su primer libro: ‘Enemigo íntimo’, de poesía (fue un gran lector de San Juan de la Cruz y Garcilaso, pero también de Rilke, Góngora y Machado), que fue accésit del premio Adonais. Aunque no publicó tantos versos nunca dejó de practicar una poesía de metro clásica, centrada en el yo, de expresión refinada y sensual, que alcanzó en el soneto la maestría. Pero no tardaría en descubrir que le gustaban otros géneros, sobre todo el teatro donde logró conectar pronto con el público. Cuando se hace la historia del teatro español, no se le tiene a valora como un autor de renombre o decisivo, innovador, pero sí lo fue para el público que siempre entendió su propuesta: la exploración del universo femenino, la imposibilidad de que la pasión se prolongue en el tiempo en igualdad y también la defensa del deseo femenino con absoluta desenvoltura.

Ahí están sus primeras piezas: ‘Los verdes campos del Edén (1964), ‘Anillos para una dama’ )1973), ‘Las cítaras colgadas de los árboles’ (1974), ‘Por qué corres, Ulises’ (1975), ‘Petra Regalada’ (1980) o ‘La vieja señorita del paraíso’ (1982). Ana Alcolea, Premio de las Letras Aragonesas, estudio y editó alguna de sus obras. “El teatro de Gala en los años 70 y 80 me parece un teatro magnífico, de formidables personajes femeninos. Es un teatro de la libertad, para España y para la mujer, y además lo llevaron a escena grandes actrices como María Asquerino, Julia Gutiérrez Caba… Me parece fundamental su obra”.

En Televisión Española realizó dos estupendas emisiones que dejaron huella: ‘Si las piedras hablaran’ y ‘Paisaje con figuras’. Y en 1990, casi como había hecho José Saramago, dio el salto a la novela con ‘El manuscrito carmesí’ (1990), con el que logró el Premio Planeta y logró un formidable éxito. Si ya entonces era un personaje muy conocido, y muy leído sobre todo a través de sus distintas secciones en ‘El País’, como ‘Charlas con Troylo’, ‘La soledad sonora’ o ‘Cuadernos de la Vieja Dama’, así como ‘La Tronera’, en ‘El mundo’, desde ese momento se convirtió en un autor muy leído y muy seguido, casi idolatrado por esa mezcla de discurso libre y radical, directo, esquivo al poder, con un tono íntimo y confidencial donde exponía la fragilidad de su alma, una visión un tanta sublime y marcada por la delicadez y los buenos sentimientos, a la vez denunciaba las contradicciones de la sociedad.

Se posicionó contra la autonomía de Andalucía o el ingreso en la OTAN, fue procesado por un artículo que dolió en el ejército y a la iglesia le dedicó siempre frases tremendas. A ‘El manuscrito Carmesí’, centrado en la soledad y la derrota de Boabdil, que también puso de moda un poco más la novela histórica, le siguieron otros títulos que no pasaron inadvertidos: ‘La pasión turca’ (1993), que aludía fugazmente a Huesca, ‘Más allá del jardín’ (1995), ‘La regla de tres’ (1996) o ‘Las afueras de Dios’(1999), por citar algunos títulos; se despidió de la narrativa con ‘El pedestal de las estatuas’ (2007) y ‘Los papeles de agua’ (2008). Uno de sus libros más personales, escritos con el corazón al desnudo, fue ‘Ahora hablaré de mí’ (2000), sus memorias.

Si España, el poder, el paso del tiempo, el amor, el sexo y el deseo conforman la trilogía de asuntos de su obra, como ya expresó en el poemario ‘Enemigo íntimo’ y en sus escritos de ‘El águila bicéfala’, así como en gran cantidad de argumentos. El amor fue para él un auténtico “enemigo íntimo”. También hizo radio en un experimento con Jesús Quintero, dos maestros del silencio.

En Aragón estuvo en varias ocasiones, en Ferias del Libro y presentaciones y charlas, y fue una de las estrellas del Congreso del Amor que se celebró en Benasque a principios de los años 90.

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