música

Tomasica Numancia, la bailadora que cumple 100 años

En 1932 y 1933 ganó el Certamen Oficial de Jota con Miguel Valdovín, y en 1934 con Jesús Abadías. Su padre fue un gran jotero.  

Tomasa Numancia dice que cuando ganó el Certamen Oficial de Jota aquello no le cambió la vida ni en la familia ni en el colegio
Tomasa Numancia dice que cuando ganó el Certamen Oficial de Jota aquello no le cambió la vida ni en la familia ni en el colegio
Guillermo Mestre

"Como me atasque o me falle la memoria, ya verá. Tendrá que poner puntos suspensivos ja, ja, ja", dice Tomasa Numancia (Zaragoza, 1923), que cumplía 100 años hace unas semanas. Vive desde hace 26 años en la Residencia del Pilar, en una habitación no muy grande, cómoda y poblada de recuerdos: además de las fotos familiares, colgadas en la paredes, tiene una caja barnizada que es un resumen de los recuerdos de su vida, marcada en sus primeros años por el amor a la jota y por la sombra benefactora de su padre Joaquín Numancia (1886-1943), que fue un gran cantador, elogiado por doquier y enemigo de participar en cualquier concurso. Ella en cambio fue una gran bailadora, hasta el punto de que ganó el certamen oficial en 1932 y 1933 con un compañero de su edad, Miguel Valdovín, y repitió al año siguiente, Jesús Abadías, como recuerdan los estudiosos Evaristo Solsona y José Luis Melero, presentes en la charla.

"De mi vida aún me acuerdo de muchas cosas -dice Tomasa Numancia, sonriente y serena, que posee una lucidez y una memoria extraordinarias-. De niña pequeña vivíamos en las Delicias, en la calle España. Estuve allí hasta los cuatro años y luego nos trasladamos al centro, a la calle Requeté Aragonés, actual Cinco de Marzo. Cuando vivía en las Delicias todavía no existía la avenida de Navarra.

"Mi padre fue el jotero que le cantó a Albert Einstein en 1923, el año que nací yo"

Todo aquello era la carretera de Logroño y tenía una gran explanada. Venía un montón de grupos de gitanos con sus carromatos y caravanas. Paraban una noche y a la mañana siguiente seguían con su caravana para otro lado". De esta vivencia deriva un recuerdo que siempre le ha marcado: "La chiquillería salía por el barrio a pedir limosna. Y mi madre, que era muy maja, amable de verdad y estupenda, recibió a una Nilda que llevaba un grano tremendo. “¡Madre, qué grano!”, le dijo. “Te voy a dar un ungüento que tengo yo y te irá muy bien”. No sé si lo compraba ella o nos lo regalaba alguien. Tendría yo entonces cuatro o cinco años. A los ocho o nueve, cuando empezaba a bailar la jota, recuerdo que fuimos a actuar a un festival en el casino de Épila. Y en la calle nos tropezamos con aquella chiquilla, que vio a mi madre y la saludó con mucho cariño. “¡Ay, señora, que alegría volver a verla!”. Mi madre le dijo: “Es que vivís ahora aquí?”. “No, no. Vengo a bailar”. Y allí estaban todos los gitanicos: toda la ‘troupe’ había ido a ver bailar a la gitanica", explica Tomasa, conocida de niña en los carteles de jota como Tomasica Numancia.

Tomasa Numancia
Tomasa Numancia
Guillermo Mestre

Recuerda que su padre, "toda una institución en la ciudad y amigo de todos", era muy simpático, divertido y juerguero. "Con todos se arreglaba la mar de bien. Hace poco HERALDO publicaba su foto: fue el jotero que le cantó a Albert Einstein en 1923, el año que nací yo", añade. "Ya le digo: mi padre era muy querido. Era ingenioso, y lo que más le gustaba en el mundo era ir a cantar la jota. Trabajaba en Escoriaza de ajustador mecánico. Trabajó allí más de veinte años. Pasaba una cosa: le ofrecieron varias veces mejorar, ser jefe de sección, pero siempre lo rechazó porque de la otra manera le daban permisos para ir a cantar. Y a él interesaba mucho esa libertad. De hecho cuando se murió a mi madre no le quedó ninguna jubilación porque le faltaban horas. Eso se dijo".

Cuenta Tomasa que su padre y su madre, Jacinta Arce Esturo, se habían conocido en Tolosa (Guipúzcoa) y que los dos pertenecían a una compañía de teatro de aficionados donde representaban obras como ‘Don Juan Tenorio’ de Zorrilla. "Mi padre vivía la jota con locura y él estaba entusiasmado conmigo porque a mis hermanas no les hacía mucha gracia. Tuve tres hermanas: la primera fue Joaquina, que abrió un taller de modista a los 14 años, luego vino Teresa, luego yo y después Mari Luz. Teresa y Mari Luz bailaron un poco, pero a mí la jota y el baile me daban la vida. Yo me mareaba muchísimo en los viajes, y estaba todo el rato devolviendo. Pero cuando empezaba la rondalla y tocaba la jota que me correspondía a mí salía como un cohete. Yo la vivía".

Una de sus primeras salidas fue a Madrid. Como era muy niña, a su padre y a la rondalla le advirtieron que al ser tan chica no la dejarían actuar. "Yo fui igual. Era pequeñica y regordica, y parecía que tenía cuatro años y no ocho. Salí a bailar y nadie me dijo nada. Y fue en el circo Price de Madrid -cuenta Tomasa-. Allí nos sucedió algo muy curioso: cuando terminábamos la pareja más joven el público nos echaba monedas al escenario, decían que a veces arrojaban un poco de calderilla. Pero ese día no. Ese día nos echaron tres duros de plata, y uno de la rondalla, con algo de envidia, me dijo: “Oye, maña, que si me da a mí, me mata”. Ya le digo: era pequeñica, poquica cosa, pero era muy graciosa, y bailaba bien".

"Mis padres acogían a muchos joteros que procedían de distintos pueblos y se quedaban en casa"

Queremos saber cuándo empezó a bailar y con quién. Y ella, sonriente, responde a todo. "Yo creo que empecé a bailar hacia los ochos años. En nuestra calle vivía también Isabel Zapata, tenía un hijo, Andrés Cester, con el que bailé en alguna ocasión. Ella nos enseñaba a bailar a mis hermanas y a mí, que ya le digo que no tenían mucha afición, y también nos enseñó a tocar las castañuelas y cantaba aquello de “Que le den, que le den café”. Ja ja ja. Luego, cuando venían las fiestas del Pilar, mi casa se llenaba de gente. Mis padres acogían a muchos joteros que procedían de distintos pueblos y se quedaban en casa. Nosotras, mis hermanas y yo, nos íbamos a dormir a con algunas amigas y vecinas. En mi casa, por el buen carácter de mis padres, cabía todo el mundo".

"Mi hermana llegó a tener 27 empleadas, la mayoría mayores que ella, y toda la familia, salvo mi padre, trabajaba en el taller"

El taller de Joaquina

En aquella casa pasaba algo muy singular: en la habitación más espaciosa estaba instalado el taller de costura que dirigía Joaquina, la hermana mayor, que sería lo que se llama una chica empoderada y emprendedora. Lo abrió a los Tomasa sonríe. "Mi hermana llegó a tener 27 empleadas, la mayoría mayores que ella, y toda la familia, salvo mi padre, trabajaba en el taller. Mis hermanas y yo. Siempre me recuerdo cosiendo. Mi hermana era conocida y admiraba, y ponía su nombre, Joaquina Numancia, a sus vestidos y a sus ropas. Fuimos una familia muy unida. En casa cantábamos todas un poco para nosotros. ¿Me entiende? Cuando caía la noche, después de cenar, nos quedábamos en el taller y mi padre cogía la guitarra y se ponía a tocar. Y con él cantábamos todas, mi madre tenía una voz bonita: nos sabíamos zarzuelas, que a mi padre le gustaban mucho, cuplés, baladas, jotas, lo que fuera. Tengo recuerdos maravillosos de aquellas noches. Aquella era una auténtica fiesta a lo callado, solo familiar".

"Cuando mi padre iba a actuar a algún pueblo, lo primero que hacía era preguntar si había alguna noticia del alcalde, el médico, el maestro o el cura"

"Mire, mi padre tenía la voz fina. En el tono se parecía un poco a Cecilio Navarro. ¡No sabe hasta qué punto! Mi madre lo contaba siempre: estaba encinta de alguna de nosotras y salió a escucharlo a una calle de Zaragoza. Había unos vecinos o paisanos que estaban oyendo también, y de repente una mujer dijo: “Oigan, qué bien canta Cecilio Navarro”. Mi madre le atajó: “No, señora. Ese es no es Cecilio Navarro. Es Joaquín Numancia”. Y la otra replicó: “¡Me lo va a decir usted a mí! Es Cecilio Navarro”. Mi madre, un poco enojada, le dijo: “Mire cómo voy y es de Joaquín Numancia. Que si lo conoceré yo”".

GRACIAS A LA VIDA

Tomasa dice que su padre, como han escrito muchos expertos, entre ellos Evaristo Solsona y Pepe Melero, dominaba todos los estilos y que enseñaba a cantar a muchos jóvenes, "que, cuando querían presentarse a los concursos, se iban con Cebollero y Esteso. Mi padre actuó con el Orfeón de Zaragoza en el Teatro Real y también estuvo en San Sebastián con la tuna". Era repentizador, improvisaba sobre cualquier asunto con ingenio y gran dominio de las estrofas. "Eso siempre. Cuando iba a actuar a algún pueblo lo primero que hacía era preguntar si había alguna noticia reciente referida al alcalde, el médico, el maestro o el cura, o cualquier detalle, y lo utilizaba". Por eso, una de sus mejores anécdotas recuerda que en un pueblo de Zaragoza le dijeron que hacía mucho tiempo que no llovía y le pidieron algo así como unas jotas de rogativa. Improvisó una y empezó a lloviznar; inventó una segunda y empezó a jarrear. Fue como una casualidad milagrosa. Y, con su humor habitual, pidió que antes de que llegase el diluvio lo invitasen a beber y merendar. Tomasa se ríe de buena gana y cuenta algunas anécdotas de su vida: iba más al cine que al teatro, porque no podía pagar la butaca; y también se hizo socia de Helios. "Me eché novio pero nunca aprendí a nadar. Él, José María de Bona y Gil de León, zaragozano que había vivido un tiempo en Madrid, tenía unas raquetas, intentó jugar al tenis y lo hice tan mal que ya no volví a coger la raqueta -dice-. Durante la Guerra Civil no tuvimos problemas, al menos aquí. Sí desapareció alguien de mi familia en el País Vasco. Gané, en los tiempos de la República, tres veces seguidas la competición de baile en el Principal. Apenas recuerdo cómo fue todo aquello, aunque el teatro impresionaba. Y dejé de bailar en 1940 porque lo había hecho mejor que la pareja que ganó. Yo tenía 16 años y me da un poco de vergüenza actuar. Nosotros lo habíamos hecho mejor, de verdad, no nos premiaron y lo dejé para siempre. Luego mi padre contrajo cáncer de riñón y se murió en menos de año y medio, en 1943, a los 57 años. El duelo fue impresionante y muy emotivo. Agradecimos entonces y agradezco ahora el cariño de Zaragoza", dice.

"¿Si pienso en la muerte? Solo le doy gracias a la vida a diario. No, no pienso en ella. Sé que alguna vez ha de venir y le pido que sea suavecica"

Para entonces ya tenía novio. Se casarían en 1946. "Durante mucho tiempo no pude oír la jota. Me estremecía y me apenaba. Más adelante sí. Lo que no me gusta ahora es que más que cantar la jota, la gritan, la chillan. Y a mí la jota me ha dado un auténtico subidón. La jota alegría y felicidad. Cuando sonaba era como si me pinchasen. Salía disparada". Tomasa y José María tuvieron tres hijos varones: José María, que vive en Madrid, Miguel Ángel, ya fallecido, y Luis, que está presente en el diálogo y le ayuda a recordar. Tomasa participa en el rastrillo de la Residencia y hace bolsos, gorros, mantelería, ropa de cama. "No me aburro ni un minuto".

¿Piensa en la muerte alguna vez? "Solo le doy gracias a la vida a diario. No, no pienso en ella. Sé que alguna vez ha de venir y le pido que sea suavecica", confiesa. 

Tomasica Numancia y Miguel Valdovín
Tomasica Numancia y Miguel Valdovín
Archivo Numancia

La joven pareja. Tomasica Numancia y Miguel Valdovín fueron un pequeño acontecimiento: ganaron el premio de baile en dos ocasiones, en 1932 y 1933, en el Principal y suscitaron muchos elogios y reconocimiento. Esta foto forma parte del álbum de Tomasa y da la sensación de es una fotografía virada o coloreada. Sería de 1932 o 1933, en Zaragoza. 

Una de las muchas fotos que Tomasa tiene de su padre Joaquín Numancia
Una de las muchas fotos que Tomasa tiene de su padre Joaquín Numancia
Archivo Numancia

Pareja de jota. Una de las muchas fotos que Tomasa tiene de su padre Joaquín Numancia, un jotero famoso, simpático, divertido, que tenía un gran carisma. Actuó con el Orfeón de Zaragoza en el Teatro Real de Madrid y se manejaba a las mil maravillas en toda suerte de estilos: la jota de Alcañiz, la de Calanda o «la jota rápida de Zaragoza». Era un gran repentizador. 

Joaquín Numancia (en el centro) y Jacinta Arce tuvieron cuatro hijas, por este orden: Joaquina, Teresa, Tomasa y Mari Luz
Joaquín Numancia (en el centro) y Jacinta Arce tuvieron cuatro hijas, por este orden: Joaquina, Teresa, Tomasa y Mari Luz
Archivo Numancia

Padre con hijas. Joaquín Numancia y Jacinta Arce tuvieron cuatro hijas, por este orden: Joaquina, Teresa, Tomasa y Mari Luz. Hubo otros dos vástagos que apenas sobrevivieron. Joaquina abrió con catorce años un taller de costura y moda y se haría muy famosa en Zaragoza. Juntos, con la madre, solían cantar temas de zarzuela, cuplé o de jota.

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