PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS. OCIO Y CULTURA

Un retrato de Haruki Murakami: cronista de la vida contemporánea y del vaivén del amor

El escritor japonés, candidato al Premio Nobel desde hace años, es un melómano y apasionado del atletismo y ha sido traducido a 50 lenguas

Haruki Murakami, retratado en Italia en 2019. Es un autor consagrado y admirado en todo el mundo.
Haruki Murakami, retratado en Italia en 2019. Es un autor consagrado y admirado en todo el mundo.
EP

La literatura japonesa tiene grandes escritores. Tres de los más grandes, auténticos maestros del estilo, son Yasunari Kawabata, Yukio Mishima y Junichiro Tanizaki, bien conocidos en Europa. Por ejemplo, Gabriel García Márquez reconoció siempre cuanto le debía a la ‘La casa de las bellas durmientes’ de Kawabata. Pero el escritor más popular de hoy en día en el país nipón es Haruki Murakami (1949), reconocido por algunos como el escritor menos japonés que existe, o cuando menos el más occidental. Partidario de la convivencia constante de la realidad y la ficción, con sus átomos de surrealismo, ha confesado que es un admirador de García Márquez, un nombre que se sumaría a otras influencias reconocidas como Dostoievski, Kafka (uno de sus mejores libros, de amor y desamor, es ‘Kafka en la orilla’), Raymond Carver, Scott Fitzgerald y por supuesto John Irving, que comparte con él no solo la intensidad y la fuerza de sus historias sino la pasión por el deporte, especialmente por el atletismo. A algunos de ellos los tradujo al japonés.

Nieto de un sacerdote budista e hijo de un profesor de literatura, Haruki Murakami ha tenido una vida muy intensa. Fundó con su mujer Yoko un bar de jazz en Tokio, y lo regentaron durante siete años. Como ha contado en varias ocasiones, entre ellas en una conversación con Xavi Ayén, redactor jefe de Cultura de ‘La Vanguardia’, decidió hacerse escritor tras ver un partido de béisbol el 1 de abril de 1978. Poco más tarde, cerraría club de jazz, se marcharía de Japón, se instalaría en una isla griega, donde redactó la que sigue siendo una de sus novelas de referencia: ‘Tokio blues’ (1986), que contiene un puñado de obsesiones que nunca le han abandonado. Murakami, con sus variaciones y sus regates al azar y al destino, es un cronista de los altibajos del amor y la vulnerabilidad de los sentimientos, un tema que le persigue como ha escritor él mismo. También vivió en diversas ciudades europeas y en Estados Unidos, y a mediados de los años 90 decidió regresar a casa.

Para entonces había tomado algunas decisiones: en 1982, a los 33 años, empezó correr todos los días -ahora la media suele ser de 45 minutos; entre nosotros Ignacio Martínez de Pisón también lo hacía- y participar en un maratón al año. Y esa experiencia dará lugar a uno de sus libros más curiosos: ‘De qué hablo cuando hablo de correr’. Murakami, como le podría suceder a Allan Sillitoe, por ejemplo, compara la escritura con el atletismo: hubo un día en el que decidió que para escribir bien hay que estar bien preparado, tener un fondo, resistencia y mantenerse en plena forma. “Escribir una novela es como entrenarse. La fuerza física es tan necesaria como la sensibilidad artística”, considera. En ‘De qué hablo cuando hablo de literatura’ tiene la audacia de comparar la literatura con un cuadrilátero en el que todo el que quiera puede subirse. Y sostiene también que su oficio se parece al del buscador de piedras preciosas. “¿Acaso existe otra profesión que ofrezca una oportunidad tan maravillosa como esta?”, se preguntaba. Contestó en el libro y también en una entrevista para ‘El País’, donde dijo: “Disfruto del puro placer y la alegría de escribir; ese es el propósito de mi vida”.

“Escribir una novela es como entrenarse. La fuerza física es tan necesaria como la sensibilidad artística”, considera Haruki Murakami

Murakami es, esencialmente, un narrador. Novelista y cuentista, y ha abordado la confesión personal y ensayística en los libros citados y en un tercero como ‘Música, solo música’, confeccionado en colaboración con Seiji Ozawa: como le gusta la música (en particular el jazz, el blues, la bossa nova, etc.) también ha mantenido una conversación sobre sus pasiones. Y hay una cosa clara, como cuando dice “el trabajo del novelista es escribir despierto”, él es un hombre muy laborioso y muy centrado, un novelista intuitivo, no de los de esquema fijo, y es también un autor obsesivo. En el diario ‘La Nación’ escribió un artículo donde expresaba: “Muchas de mis novelas –‘Baila, baila, baila’; ‘Crónica del pájaro que da cuerda al mundo’, ‘Sputnik mi amor’, etc.– pueden leerse como una variación de un tema: un hombre ha sido abandonado, o ha perdido, a su mujer, y su incapacidad de olvidarla lo atrae hacia un mundo paralelo que parece ofrecer la posibilidad de recuperar lo perdido, una posibilidad que la vida tal como la conoce nunca puede ofrecer. (…) Creo que ése es el tema de mis libros. Es la fuerza que motoriza mis historias: perder y buscar y encontrar. Y la decepción y una nueva visión del mundo. La decepción como rito de pasaje. La experiencia en sí es un significado. El protagonista ha cambiado en el transcurso de sus experiencias –eso es lo principal. No lo que ha encontrado: cómo ha cambiado", señalaba este autor que es consciente de que vivimos en un mundo imperfecto, por eso, entre otras decidió no traer hijos al mundo.

¿En qué radica entonces su éxito, tanto que ha sido traducido a 50 lenguas y que lleva casi una década sonando como Premio Nobel? Antes de que lo alcance, ha ganado numerosos galardones, al que se suma ahora el Princesa de Asturias de las Letras. Sus historias son complejas, es un gran creador de mundos y de personajes, y más que un estilista es un narrador ameno, fluido, envolvente, complicado en ocasiones, que mete al lector en sus libros, que tienden a la complejidad, a la creación de peripecias paralelas, en viajes desde la soledad y el desamparo, como sucede en ‘La muerte del comendador’ (dos tomos), y a contar las contradicciones del mundo en el que vive, y eso supone incorporar la violencia, la sexualidad, la música, el extrañamiento ante un planeta a la deriva, acelerado, y la variedad inagotable de los sentimientos y las sensaciones. En sus novelas sus criaturas asumen formas de vida y de alimentación occidental, buscan y huyen y aman, y parecen aceptar que vivir es intentar escrutar el misterio, y asumirlo desde la pérdida, el desgarro y el dolor.

En España, Tusquets ha publicado más de una veintena de sus libros, entre ellos algunos textos que han seducido a multitud de lectores: ‘1Q84’, ‘La muerte del comendador’, ‘Kafka en la orilla’, los dos en dos tomos, 'Tokio blues', y no podemos olvidar uno de sus últimos volúmenes de cuentos: ‘Primera persona de singular’, que tiene algunos relatos deslumbrantes. “Quiero escribir sobre lo que somos, adónde vamos, por qué estamos aquí”, podría ser su poética, su ambición de fabulador y de intérprete de su tiempo y de la historia. Y a ello se aplica con entrega, con vocación musical, con energía y con una irrefrenable pasión de vivir.

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