¿Cómo se pasa de la fantasía de Anna Kadabra a la realidad?El cambio de registro ha sido difícil, sobre todo porque he tenido que renunciar en gran parte a la fantasía, pero también al sentido del humor. Ha sido un proceso bastante largo de introspección, de reflexionar mucho sobre un tema que me obsesionaba, que era el acoso escolar. 

¿Por qué le obsesiona?No sé si en los estándares de hoy en día se diría que yo sufría acoso escolar, pero no es tanto por sentirme víctima sino por sentirme víctima potencial. El miedo a ser señalado, agredido, marginado. De pequeño, al igual que el protagonista de esta novela, me sentía en una situación de vulnerabilidad. 

¿El protagonista, Jacob, está inspirado en usted?Muchas de las peripecias de la novela tienen inspiración en cosas que he vivido o de las que he sido testigo indirecto, también en episodios que me han contado. Varias están fabuladas y llevadas al extremo. Lo que he me ha sorprendido ver, en las reacciones de los lectores, es que mucha gente ha vivido estas mismas experiencias. El acoso, aunque no hayamos sido directamente ni víctimas ni acosadores, es algo con lo que todos hemos tenido una relación.

Jacob pasa de víctima a verdugo.Es un protagonista que empieza siendo niño. En su niñez vive un episodio casi fortuito y se convierte en víctima de un proceso de acoso que, como una bola de nieve, va creciendo. Al final, en parte por resentimiento, pero sobre todo por esa necesidad de sobrevivir, de salvarse, termina convertido en lo contrario, acaba uniéndose a un grupo de jóvenes que acosa a los demás. Ahí se camufla y se convierte en un lobo. 

¿Todos tenemos un lobo dentro?Según la novela y según la historia que sirve de raíz, todos tenemos dos lobos: uno feroz, malo y dominante y otro que es bueno y manso. Somos nosotros quienes decidimos a cuál alimentamos, pero potencialmente creo que todos podemos, siempre dependiendo de las circunstancias, convertirnos en la víctima o en el verdugo. 

Entonces, ¿se podría cambiar de uno a otro y viceversa?El viceversa es lo importante. Todos tenemos la oportunidad de ser malos, pero también la de redención, que es lo importante y lo dramático en un proceso de acoso. Cuando crecemos con la amargura de haber sido víctimas, muchas veces no encontramos esa redención y, a lo mejor, las personas que han sido nuestros verdugos se han convertido en adultos estupendos, que ni siquiera recuerdan aquello que nos hicieron. Esa amargura que se pudre dentro de nosotros es una de las cosas que me obsesionan. Todos los jóvenes merecen una segunda oportunidad. 

También aborda la transexualidad. ¿Cómo se lo planteó?
Me parecía que siguiendo el espíritu de los tiempos era justo ofrecer una voz a un colectivo que ha estado tan reprimido y silenciado. Uno de los personajes se revela que es transexual hacia mitad de la novela y que, a raíz de ello, ha sufrido acoso. Me daba un poco de rabia porque creo va siendo momento de mostrar personajes transexuales cuya importancia narrativa no resida solo en su identidad sexual. Así que, a parte de eso, decidí convertir a Gabi en un personaje luminoso, que ha superado la intolerancia, ha crecido en un entorno de confianza y autoestima y que ya no pueden herirle. 

¿Qué espera aportar con este libro a los jóvenes que lo lean?
En un caso de acoso hay que priorizar a la víctima y defenderla, pero también pretendía demostrar que el acoso es un proceso muy complejo que siembra una semilla de dolor, destrucción y miedo que afecta a todos los implicados: familias, compañeros, profesores e incluso el acosador se convierte en víctima de sí mismo. 

¿Repetirá en la literatura juvenil?Mi camino natural es la literatura infantil, pero creo que hay temas e historias que ya rondan mi cabeza y que son más apropiados para el público juvenil y creo que se terminaran abriendo hueco.