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Bunbury también escribe: las voces de un artista inagotable

El compositor y cantante explora nuevas vetas de creación y de autorretrato: publica los diarios ‘MicroDosis’

Enrique Bunbury en 2017. El arrebato de cantar, de crear, de escribir.
Enrique Bunbury en 2017. El arrebato de cantar, de crear, de escribir.
José Miguel Marco.

Comienza el prólogo cuestionando la percepción del tiempo, su felina indiferencia hacia nosotros «… a un segundo, le persigue un minuto. / A un minuto, la hora. Tantas veces no nos dimos cuenta,/ pensando en cosas nuestras; / mientras lo único que en realidad sucedía, / era que el tiempo insistente pasaba»; y cómo ejerce una suerte de distorsión que –a veces– nos hace difícil reconocernos, y cuyo vértigo nos induce a desear que los acontecimientos se precipiten imparables como las fichas alineadas del dominó; intro que cierra con un «hablar para tus adentros. / Intentando no levantar la voz, no vaya a escucharte/ alguien más».

Sin embargo, nada más comenzar el poemario, decae esa voz poética interior y se hace fuerte otra más prosaica; voz narrativa que ya tomara el control en ‘Exilio Topanga’; libro con el que comparte una suerte de linealidad y al que, a mi parecer, se suma como segundo volumen de sus diarios poéticos: «Tenemos razones de peso / para hacer lo que hacemos, / hagamos lo que hagamos». 

También retoma Bunbury el hilo de pensamiento con el que tejiera parte de aquellas páginas, pues también contesta al poder imperante: «¡Mísera Europa, / mendicante y pordiosera! / ¡Lo que fue y en qué quedó!», y cuestiona la realidad ejerciendo la crítica sobre la moral y su impiedad: «la ciudad de los mendigos, / en busca de sus quehaceres rutinarios,/ –carrito arriba, carrito abajo–,/ rebuscando en las papeleras de la calle Vine»; y sobre el orden que nos parcela y hace previsibles nuestros comportamientos; en contraposición a la esencia –tal y como la concibe– en el que somos uno con el todo y con nosotros: en la que somos colectividad y singularidad fluyentes: «Lo que recibes, / no necesitas atacarlo, / ni forzar la pose».

Por momentos va consolidándose el ritmo y se siente un apego evidente a la generación ‘beat’, aunque lo diverso es imperante. En el texto hay una voz homogénea con una heterogeneidad de ‘outfits’ con los que se viste, predominando de la prosa poética, pero en la que irrumpen fulgores de una poesía en la que se exalta la belleza y el poder de la naturaleza «¡Qué amanecer atestado/ de huellas de victoria!», o surge una lírica descriptiva, casi pastoral, con la que nos narra sus ‘Eleusíadas’: «Cumpliendo con un esplendor magnífico y gloria / de carnosidad de labios de prodigiosa demanda». Al resurgir el narrador nos alerta acertadamente de que «la belleza y la verdad, / a veces aparentan un candor molesto / que esquivamos»; voz que recuerda la infancia y juventud en «la capital de la región. / La quinta más poblada del país / destacamos en ganadería y agricultura / y tenemos un pintor famosos, dos catedrales, un río».

Tal como Jim Morrison y el águila, escribe: «Así, de inesperado, el halcón y yo somos uno. / Puedo ver a través de sus pupilas. / Revoloteo por todo el cañón, / aprovechando las corrientes, suaves, apacibles, / de los vientos gregarios y lebeches».

Recuerdo que, con veinte años, también exploré esta escritura y escribí los mejores versos que nadie haya escrito nunca. No obstante, al despertar aún emocionado e ilusionado, descubrí que todas mis letras se habían apilado sobre la primera, dejando un gran borrón como recuerdo de mi grandeza.

En cualquier caso, como apunta Enrique Bunbury, qué fácil es confundir la dicha del prójimo con ignorancia. Nos resta dilucidar si la poseía está en la palabra o la palabra en la poesía, es decir, si la seta era el fuego que nos ilumina o si nosotros somos la luz en la que arde la ayahuasca.

LA FICHA

'MicroDosis'. Enrique Bunbury. Prólogo de Vicente Gallego. Editorial Cántico. Córdoba, 2023. 184 páginas.

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