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50 años del único Óscar aragonés: Buñuel no fue a la gala

Hollywood trató de reconciliarse con Luis Buñuel en 1973 con la concesión de la estatuilla a la mejor película extranjera por ‘El discreto encanto de la burguesía’. Una distinción que no borró los agravios que había sentido el calandino en su carrera.

La comida en honor de Buñuel con los grandes del cine.
La comida en honor de Buñuel con los grandes del cine.
Archivo Buñuel/Tolocha

La noche del domingo (madrugada del lunes en España) se celebrará la nonagésima quinta gala de los Premios Óscar en el Dolby Theatre de Los Ángeles. En este casi siglo de existencia, la gran fiesta anual del mundo del cine únicamente ha encumbrado a un aragonés. 

Fue Luis Buñuel en 1973 con su estatuilla a la mejor película extranjera por el antepenúltimo título de su filmografía, ‘El discreto encanto de la burguesía’. Se cumplen 50 años de aquel hito que el calandino vivió con humor e indiferencia –no acudió a la ceremonia– pese a que se trataba del particular acto de homenaje y de contrición de Hollywood ante su genialidad.

El profesor Agustín Sánchez Vidal y Javier Espada –creador del Centro Buñuel de Calanda– son dos referentes en el estudio del cineasta aragonés y arrojan luz en el relato de todo lo que rodeó la concesión del galardón dorado.

"No me cabe la menor duda de que, con aquel premio, la Academia de Hollywood intentó, de alguna manera, reconocer la labor de Buñuel, ya en el ocaso de su carrera, tras no lograrlo con ‘Tristana’, nominada dos años antes, y compitiendo con ‘Mi querida señorita’ de Jaime de Armiñán", sintetiza Espada.

La realidad es que Buñuel se sintió totalmente desconectado de la meca del cine desde hacía décadas, una ‘enemistad’ que fue cultivando y engrandeciendo con el paso de los años. Dos fueron los agravios que sentía. "Las relaciones de Buñuel con Hollywood eran complejísimas. Él había estado allí en varias ocasiones, entre 1930 y 1946, siempre con resultados muy frustrantes. Al final, como preludio de la paranoia anticomunista que precedió a la ‘caza de brujas’ del senador Joseph McCarthy, Buñuel tuvo que exiliarse y marchar a México en 1946, aunque siguió colaborando con estadounidenses que figuraban en las listas negras, como Dalton Trumbo", apunta Sánchez Vidal.

Espada asiente y remacha la tesis: "La industria de Hollywood había despreciado sus guiones y solamente le permitió pequeños trabajos de subsistencia cuando perdió el empleo que tenía en el MOMA de Nueva York, víctima temprana de la ‘caza de brujas’ que se estaba orquestando por entonces en Estados Unidos".

La otra afrenta fue el ‘desprecio’ a ‘Tristana’, que fue relegada de la consecución de un merecido Óscar en 1970. "Esta película, producida por cierto por un zaragozano, Eduardo Ducay, había sido nominada para el Óscar tres años antes que ‘El discreto encanto de la burguesía’. Pero concurría bajo pabellón español, y era impensable dar la estatuilla a una película venida desde la España de Franco. No se concedería el Óscar a una película española –bajo unas circunstancias políticas bien distintas– hasta ‘Volver a empezar’ (José Luis Garci, 1982), como espaldarazo al proceso democrático en España. ‘El discreto encanto...’ no tenía los problemas de ‘Tristana’ porque estaba amparada bajo pabellón francés, de modo que podía reconocerse a Buñuel sin suscribir el franquismo", desarrolla Sánchez Vidal.

El banquete de los genios

El preámbulo fundamental que explica el giro copernicano del ‘establishment’ hollywoodiense es la comida que algunos de los más grandes directores de la historia ‘regalaron’ a Buñuel en noviembre de 1972, cinco meses antes de la concesión del Óscar. "Por entonces, las películas nominadas al Óscar se proyectaban antes en el Festival de Cine de Los Ángeles, motivo por el que en noviembre de 1972 viajó Buñuel a esta ciudad acompañado de Jean-Claude Carrière y del productor Serge Silberman. Al enterarse, George Cukor se puso en contacto con Carrière porque quería organizar una comida sorpresa a Buñuel, un director reconocido y admirado por todos los grandes directores de Hollywood, a quienes también invitó a esa comida. Cukor los logró reunir en su mansión de Beverly Hills. De esa cita quedó una fotografía para la posteridad", desgrana Espada. La alineación fue impactante: Robert Mulligan, Billy Wilder, Alfred Hitchcock, John Ford, William Wyler, George Cukor, Robert Wise, el crítico Charles Champlin... Un encuentro que ha merecido hasta libros, como el muy recomendable ‘El banquete de los genios’ de Manuel Hidalgo, y que reconfortó enormemente al calandino.

Buñuel, disfrazado con su Óscar.
Buñuel, disfrazado con su Óscar.
Archivo Buñuel

El 27 de marzo de 1973 se celebró la gala de los Óscar en el Dorothy Chandler Pavilion con la ausencia de Buñuel. La estatuilla la recogió Silberman en su nombre. "Siguiendo su costumbre, no acudió. Vivió aquel éxito lejos del mundanal ruido, cual asceta recluido tras los muros de su casa de la Cerrada de Félix Cuevas en México. Y recibió la noticia con un sentido del humor muy poco sutil, heredero de sus raíces aragonesas", revela Espada. Y prosigue con el argumento: "Cuando le entrevistaron tras la nominación de ‘El discreto encanto de la burguesía’, Buñuel manifestó lo siguiente, tal y como figura en sus memorias: 'Sí, estoy convencido –respondo, muy seriamente–. Ya he pagado los 25.000 dólares que me han pedido. Los norteamericanos tienen sus defectos, pero son hombres de palabra. Los mexicanos no ven malicia alguna en mis palabras. Cuatro días después, los periódicos mexicanos anuncian que yo he comprado el Óscar por 25.000 dólares. Escándalo en Los Ángeles, télex tras télex. Silberman llega a París, muy molesto, y me pregunta qué locura me ha dado. Le respondo que se trata de una broma inocente'. En esa broma se puede ver lo poco que, en realidad, le importaba el premio de Hollywood".

Un desapego plasmado en la fotografía en que un Buñuel disfrazado sostenía el único Óscar aragonés. 

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