Tres universidades norteamericanas y dos británicas poseen libros robados en la Seo

Las bibliotecas de Yale tienen 40 obras, entre ellas 17 rarísimos manuscritos en griego

La Biblioteca Beinecke conserva un importante conjunto de manuscritos griegos y latinos procedentes de la Seo zaragozana.
La Biblioteca Beinecke conserva un importante conjunto de manuscritos griegos y latinos procedentes de la Seo zaragozana.
Michael Kastelic

¿Dónde acabaron los libros robados en la Seo? Para seguir su rastro, el mejor punto de partida es ‘Manuscritos, incunables, raros’, la lista del material desaparecido que el canónigo Pascual Galindo publicó en 1961 y se entregó a FBI, Interpol y Scotland Yard. Siguiendo el título del librito, cabe decir que los manuscritos antiguos son piezas únicas, que ni siquiera un mismo amanuense hacía dos copias idénticas de la misma obra y, por tanto, si se dispone de una descripción certera es relativamente fácil identificar uno de ellos allá donde esté. Más complicado resulta localizar los incunables, libros impresos antes de 1500; y todavía más los ‘raros’, aunque en algún caso la encuadernación que presenten pueda ofrecer alguna pista.

La biblioteca de la Seo era rica en muchos sentidos. Tenía, por ejemplo, 41 manuscritos griegos, un conjunto de excepcional riqueza del que solo conserva ahora 19. Su destino final ha ido aflorando en las últimas décadas gracias a los libros y artículos de especialistas. Ángel Escobar Chico, de la Universidad de Zaragoza, publicó años atrás ‘Codices Caesaraugustani Graeci’ (Institución Fernando el Católico), un estudio en el que se ocupa preferentemente de los manuscritos griegos que aún conserva la Seo. Pero no se ha hecho una investigación en profundidad sobre dónde han acabado las obras desaparecidas. John Paul Floyd es el que más ha avanzado en ese camino, en su libro ‘A Sorry Saga’, aunque su objetivo era el Mapa de Vinlandia y no específicamente los libros de la Seo.

El estudioso ha buceado en publicaciones de todo tipo para rastrear las piezas robadas. Y las ha encontrado en las bibliotecas de las universidades norteamericanas de Yale, Duke y Pensilvania, en las británicas de Oxford y Cambridge y en la British Library.

Y en bibliotecas a las que difícilmente se podría pensar que podían llegar, como la Bartolomé March y la abadía de Montserrat, en España, o el Instituto Pontificio de Estudios Medievales de Toronto.

En total, poco más de 60 volúmenes, una pequeña proporción de lo que oficialmente consta como robado.

Por seguir con los manuscritos griegos, según John Paul Floyd, de los 22 que fueron robados en Zaragoza, 17 están hoy en la ciudad norteamericana de New Haven. Catorce de ellos se conservan en la Biblioteca Beinecke y tres en la Biblioteca Médica de Yale. Uno de los de Beinecke contenía dos obras, que se desgajaron, y ahora son dos volúmenes distintos.

"Todos los manuscritos griegos que faltan en Zaragoza están localizados, salvo uno -asegura el estudioso escocés-. Y, si en algún momento volviera a estar en el mercado, podría ser fácilmente identificado. El destino de los manuscritos griegos de La Seo creo que está bien documentado en libros y artículos eruditos, y mi libro no contiene novedades sobre ello, aunque me he esforzado por elaborar un relato legible a partir de las fuentes disponibles".

De Zaragoza a New Haven

Por los manuscritos en latín, en cambio, muy pocos especialistas se han interesado. "Comparativamente, los investigadores los han descuidado, y para mí ha resultado sorprendentemente fácil, mediante sencillas búsquedas de internet, identificar por primera vez algunos que faltaban. Pero también he invertido muchas horas consultando registros de subastas y catálogos de libreros. Algunos de los manuscritos latinos que actualmente resultan ilocalizables deberían poder identificarse en un futuro a partir de las descripciones que ya poseemos".

Aunque los libros se dispersaron por todo el mundo, los canales fueron muy limitados y todos partían de Enzo Ferrajoli. La ruta tenía las siguientes etapas: Zaragoza, Barcelona, Ginebra, Londres, New Haven. Y aunque en cada una de ellas se quedaban algunos ejemplares (incluso en Zaragoza el bibliófilo Enrique Aubá hizo alguna compra de buena fe), el grueso de lo robado acabó en Estados Unidos.

John Paul Floyd ha identificado tres ramas a partir de ese tronco principal que era Ferrajoli: la casa de subastas Nicolas Rauch de Ginebra y los libreros Irving Davis, de Londres, y Laurence Witten, de New Haven, Estados Unidos.

"Otros establecimientos que también vendieron libros procedentes de Zaragoza, como C.A. Stonehill, Inc. de New Haven o Dawsons of Pall Mall de Londres, los habían adquirido previamente a Davis", señala el investigador.

Repasar la lista de Pascual Galindo sirve para constatar la riqueza de las joyas perdidas. Entre las piezas a las que se les ha perdido la pista hay muchas curiosidades, como el manuscrito de una traducción al catalán del ‘Libro de las Medicinas Simples’, de Alfaquim Abenhuesim, farmacéutico toledano del siglo XI.

Un manuscrito en aragonés

U otras. En el comercio bibliófilo hay un viejo aforismo que dice que "los libros tienen pies", y con él se quiere expresar que, cuando salen al mercado, pueden moverse mucho. Este es el caso, por ejemplo, de una obra a la que no ha podido finalmente ‘cazar’ John Paul Lloyd y que es de especial relevancia para Aragón.

Se trata de un manuscrito de los ‘Actos de Corte y Ordenaciones’, al parecer en aragonés, escrito por Luis Díaz Daux, señor de Sisamón y fechado en 1505. Fue adquirido en los años 50 por Peter e Irene Ludwig para su colección en Colonia. En 1983 una parte de sus manuscritos se vendió al J. Paul Getty Museum de Malibú, California, donde permaneció durante 14 años. Sin embargo, en 1997 el Getty decidió desprenderse de la pieza y la vendió a un librero alemán. Al parecer, la conservó durante tres años, hasta que en 2000 salió a subasta en Sotheby’s, donde fue adjudicada a un coleccionista anónimo. Él disfrutará ahora en su casa de ese singular testimonio histórico en una lengua romance que, quienes la vieron, consideraron como aragonés.

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