artes & letras. ocio y cultura

El ilustre polígrafo Juan Cueto (1942-2019), director de 'Los Cuadernos del Norte'

Aproximación a un hombre que hizo de todo en la prensa y que fue un intelectual que combinó pluralidad y complejidad

[[[HA REDACCION]]]juancueto_anamuller.jpg
Juan Cueto Alas desplegó siempre una gran actividad desde Asturias y desde 'El País'.
Ana Muller/Los Cuadernos del Norte

Juan Cueto era una persona de una generosidad sin par. No había transcurrido una hora de haberse hecho público el XXXIII Premio Anagrama de Ensayo (2005), en el que quedé finalista, y fue el primero en felicitarme. No dudó un instante en aceptar mi invitación para presentar el libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, junto a nuestro común amigo Mariano Antolín Rato. Como tampoco rehusó dos meses después otra presentación de Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído en la asturiana Pola de Siero, a veinticinco kilómetros de su domicilio. Llegó en taxi que él mismo costeó. Como él fue quien medió con Haro Tecglen para que me publicaran mi primera colaboración en ‘Triunfo’ (1982). Creo que jamás negó un prólogo a nadie y tengo la certeza de que más de un editor estuvo tras él para que publicara un libro acerca de lo que quisiera, pero se resistía.

Por muy ocupado que estuviese -y lo estaba- siempre atendía al teléfono. Además de para charlar, le llamaba para ofrecerle algún artículo destinado a la inolvidada ‘Los Cuadernos del Norte’ (1980-1990), un espacio abierto de pensamiento donde se combinaban pluralidad y complejidad. En cierta ocasión, de cháchara, me comentó que al día siguiente tenía que entregar treinta folios para el ministro de Cultura, Javier Solana. Y no dudaba en ayudarse de cualquier tipo de sustancia. En la mesa antigua de su despacho tenía un cajón, de engorrosa apertura y con mucho fondo, lleno de todo tipo de fármacos estimulantes.

Juan Cueto Alas (Oviedo, 1942- Madrid, 2019) triunfó en la periferia, sin moverse de su territorio. No le hizo falta. Lo fueron a buscar a esa tierra húmeda entre cumbres y nieblas. Vivía a las afueras de Gijón, en la carretera de El Piles a Somió, en Villa Kety, un estupendo chalé de dos plantas con azotea y corredor, de los primeros que construyeron los vencedores en la inmediata posguerra, cuyos propietarios decoraron el cuarto de baño en blanco y negro. El trazado de los azulejos de la pared y las baldosas del suelo formaban llamativas esvásticas de color negro, motivo por el que Cueto lo mostraba a sus visitantes. Guillermo Cabrera Infante lo bautizo ‘El cuarto Reich’. Pertrechado de parabólicas, fax, radio transoceánica y ordenador cuando todavía aporreábamos la Olivetti, Cueto siempre fue un avanzado, un intelectual moderno, un volteriano.

De Argel a Gijón y ‘El País’

Este Alas pariente de Clarín, en 1965, licenciado en Derecho, decide marcharse a Argelia para estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Argel, donde descubre a Roland Barthes y se convierte en un lector voraz de su obra. En la capital argelina fue canciller en la embajada de Chile y participó como figurante en La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, y en El Extranjero, de Luchino Visconti. Dos años más tarde viaja en avión a París para conocer en persona al nuevo referente. Asiste a sus clases en la Escuela Práctica de Altos Estudios. Cueto queda deslumbrado con la brillantez expositiva de Barthes, de fonación calma. 

Pertrechado de parabólicas, fax, radio transoceánica y ordenador cuando todavía aporreábamos la Olivetti, Cueto siempre fue un avanzado, un intelectual moderno, un volteriano.

De vuelta a su tierra, en 1969, Juan Cueto Alas -así firma entonces- comienza a escribir en ‘La Voz de Asturias’ y en multiplica su firma con distintos seudónimos en ‘Asturias Semanal’, de la que es fundador, y cita infatigablemente a Barthes, se convierte en un divulgador apostólico del estructuralismo.

La semiología de la imagen, el discurso fílmico, el análisis del relato, el habla, la lengua, los libros, la escritura, lo vulgarmente cotidiano… cualquier excusa le sirve. Aquel veinteañero de bigotes desordenados recuerda irremediablemente a la figura de una de las cimas del pensamiento europeo, Friedrich Nietzsche. A la par es contratado en la Facultad de Filosofía y Letras de Oviedo, como profesor adjunto en el departamento de Gustavo Bueno, de quien fue discípulo directo.

Mordaz crítico con el monopolio televisivo -utiliza el seudónimo Plinio-, pronto es reclamado por Juan Luis Cebrián para hacer la crítica de TVE (1976) en el diario ‘El País’, ya sin el Alas. El Cueto multidisciplinar participa como guionista de cine en ‘Morbo’, ‘Al diablo con amor’ o ‘La loba y la paloma’, del también asturiano Gonzalo Suárez. Fue un futbolero incorregible -como tenaz fumador de puritos-; amante del fútbol norteño, de jugadas por los extremos, asistía al estadio de El Molinón para seguir a su Sporting de Gijón, pero lo que realmente le gustaba era amedrentar al linier.

Cuando Barthes publicó ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, Cueto telefoneó al semiólogo y como éste no tenía secretario se puso al aparato. El asturiano le manifestó su admiración y le dijo que era amigo de Umberto Eco, cosa cierta. Tras aquella charla telefónica Cueto no tardó en presentarse en Urt, cerca de Bayona, para visitar a su mentor en su humilde santuario. Luego de una animada conversación Barthes le dedicó Fragmentos… y, antes de que la cosa fuera a más, se escapó, según me contó un jocoso Juan. Luego mantuvieron una breve relación epistolar.

Oculto tras la máscara de Claudio Lendínez, publicó el ensayo ‘Treinta y tres proposiciones heréticas de Miguel de Molinos’ en la ‘Guía espiritual’ del místico turolense, nacido en Muniesa. ‘Los heterodoxos asturianos’, ‘La sociedad de consumo de masas’, ‘Mitologías de la modernidad’, ‘Exterior noche’, ‘Pasiones catódicas’ y otras obras salieron de la pluma de este ilustre polígrafo asturiano.

Cuando Barthes publicó ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, Cueto telefoneó al semiólogo y como éste no tenía secretario se puso al aparato. El asturiano le manifestó su admiración y le dijo que era amigo de Umberto Eco, cosa cierta.

Premio César González Ruano (1983), Premio Francisco Cerecedo (1987), Medalla de Oro del principado de Asturias (1992) y, aunque nativo de Oviedo, fue nombrado hijo adoptivo de Gijón (2005). Con él descubrí tanto, que podría considerarle mi maestro. El pasado 14 de enero se cumplían cuatro años de su muerte, una persona difícil de olvidar.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión