ARCO: la ausencia como síntoma

Estar o no estar en la feria ARCO, o en las otras que se hacen coincidir con ella en Madrid, no dice nada determinante sobre la situación de la creación plástica en Aragón.
Pero sí habla, y de forma bien elocuente, de cómo está aquí el mercado del arte. Siguen en la brecha en la comunidad autónoma artistas veteranos, algunos consagrados, y no se ha detenido la aparición de nuevos valores; de hecho, el momento es particularmente interesante porque hay un número significativo de jóvenes trabajando los lenguajes y cauces de expresión de última hora, inmersos con naturalidad en las principales corrientes internacionales (brotan como suelen hacerlo por aquí los más talentosos: por generación espontánea, sin escuela ni tampoco industria en los que enraizarse). Lo que se ha roto es la cadena convencional para dar a conocer y comercializar sus obras.
Es un proceso de extinción que ha avanzado con el siglo y en dos sentidos. Por un lado, han ido cayendo la mayor parte de las galerías (sin apenas reposición) y las supervivientes renuncian a jugar en esas ligas mayores que se supone son ARCO y sus ferias paralelas.
Por otro, casi todos los espacios públicos y privados que programaban arte contemporáneo, algunos de forma exclusiva, algunos en edificios de los más nobles de Zaragoza, han desaparecido o se dedican a otros contenidos. Y el Pablo Serrano y el CDAN, que por fundación debieran estar consagrados a ello, siguen a medio gas, sin ejercer una fuerza movilizadora. El coleccionismo, mientras, que siempre fue escaso, es ahora una rareza.