Las vitrinas 'del más allá' del monasterio de la Encarnación

El relicario del recinto, ubicado frente al Palacio Real, en Madrid, conserva los restos de 700 santos, entre ellos la sangre de san Pantaleón.

Relicario del monasterio de la Encarnación, en Madrid.
Relicario del monasterio de la Encarnación, en Madrid.
Patrimonio Nacional

Hace tres años el conservador de un museo de Kioto arribó a Madrid para estudiar una arqueta de arte namban que ocupa una de las vitrinas del relicario del Monasterio de la Encarnación, frente al Palacio Real. Cuando el investigador japonés llegó a la puerta que da acceso a la sala mortuoria, se descalzó a modo de respeto y una vez dentro hizo una profunda reverencia ante las calaveras que le observaban tras el cristal de los armarios. Solo entonces preguntó a la guía que le acompañaba si le daba permiso para comenzar la tarea que le había llevado hasta ese magnético lugar. Esa guía era Leticia Sánchez, conservadora de Patrimonio Nacional y del propio monasterio, quien aún recuerda el episodio que dejó pasmados a todos los que se encontraban allí. «Aquel hombre sintió que entraba en un recinto sagrado y lo veneró a su manera».

Más de 13.000 personas visitan cada año esta sala, sin duda la más impresionante del viejo cenobio fundado en 1611 por los reyes Felipe III y Margarita de Austria y habitado en la actualidad por diez monjas de clausura (agustinas recoletas).

El relicario atesora los restos (huesos o efectos personales) de 700 santos, papas y grandes patriarcas del cristianismo, entre ellos santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola o san Agustín. Conserva cráneos, fémures, tibias, falanges... pero también pequeños fragmentos óseos de mártires de la Iglesia primitiva recuperados de las catacumbas romanas, así como de santas contemporáneas como Edith Stein, carmelita descalza alemana de origen judío detenida por la Gestapo e internada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, donde murió en la cámara de gas en 1942.

Pero el que más llama la atención es el relicario de san Pantaleón, cuya sangre, contenida en una pequeña ampolla, se licúa en la iglesia adyacente cada 27 de julio. «Vienen muchos peregrinos rusos a verla porque allí le tienen mucha devoción», cuenta Felipe Martínez, cicerone del monasterio, que certifica que este año, como dicta la tradición, también se ha licuado. «Hay quien tiene la creencia de que si la sangre no se hace líquida en su día o se licúa fuera de esa fecha va a ocurrir una catástrofe, pero hasta donde se sabe siempre se ha licuado el 27 de julio», detalla el guía, que es testigo de la cara de asombro de los turistas cuando acceden al relicario. «Está muy bien decorado y no es nada siniestro, hay visitantes que se conmueven, y alguno hay que se ha asustado».

Y, claro, en un lugar con la muerte tan presente siempre hay quien ve efectos paranormales, y los ha hallado en una hornacina de cristal que conserva varias osamentas. Situada en la parte más alta, su portezuela está desencajada e impide cerrar completamente la pequeña alacena. A medida que pasan las semanas, la abertura se va haciendo más y más grande hasta que alguien la vuelve a colocar en su sitio y vuelta a empezar. Pero por mucho que les expliquen que es un problema del cierre, hay gente empeñada en atribuirlo «a la mano de los espíritus».

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