Cementerios de Teruel: un patrimonio ignorado

La conservación de las lápidas funerarias peligra ante el desinterés por una manifestación artística asociada a la muerte. Una asociación ha empezado a catalogar estas piezas en Teruel.

Juan Carlos Navarro, empeñado en la catalogación del patrimonio funerario de la provincia de Teruel, en el cementerio viejo de la capital turolense.
Juan Carlos Navarro, empeñado en la catalogación del patrimonio funerario de la provincia de Teruel, en el cementerio viejo de la capital turolense.
Jorge Escudero

La aparición el pasado mes de marzo de restos de lápidas funerarias del siglo XIX tirados entre los escombros de un ala del cementerio de la capital turolense en proceso de renovación puso en marcha una campaña ciudadana para salvar el patrimonio funerario de la provincia de Teruel, una manifestación cultural de valor artístico, etnológico e histórico en la que nadie había reparado y que lleva camino de desaparecer ante la indiferencia ciudadana e institucional.

La asociación Círculo de la Libertad inició, frente a la desidia generalizada, un proceso de catalogación de todos los camposantos turolenses y consiguió que la Administración se subiera al carro. El Gobierno de Aragón mandó cartas a los 731 ayuntamientos aragoneses para que, al ampliar o reformar cementerios, tuvieran en cuenta el valor patrimonial de las lápidas, cruces y panteones. También la Comarca de la Comunidad de Teruel mandó una notificación a todos sus municipios y el Ayuntamiento de la capital aprobó un acuerdo plenario en el mismo sentido.

El inventario de lápidas y monumentos funerarios se ha extendido a 110 camposantos y ha catalogado varios miles de piezas, pero la labor pendiente es ingente teniendo en cuenta que en la provincia hay más de 500 cementerios. Los hallazgos han sorprendido a los investigadores por la variedad de tipologías decorativas y de materiales utilizados, así como por la información que proporcionan, siempre teñida de patetismo. En una artística placa de barro cocido del cementerio de Albarracín, una joven que murió en 1917 con 18 años al ahogarse en el río, Josefa Gómez Domingo, pide «perdón» a sus allegados por el dolor causado con su muerte. La difunta, figuradamente, lamenta su repentina desaparición «sin poder decir adiós». «Perdón les pido a mis padres/ no me echen en un olvido/ por rezarme una oración/ igual digo a mis amigos», concluye la inscripción mortuoria.

El presidente de la Asociación Círculo de la Libertad, Juan Carlos Navarro, explica que los textos recogidos en las lápidas son en ocasiones muy emotivos al reflejar tragedias personales y colectivas. «Las que más me impactan son las inscripciones en las que, figuradamente, el difunto se dirige a quienes pasan junto a su tumba, en muchos casos para pedir oraciones por su eterno descanso», cuenta el investigador.

Los textos inscritos en las tumbas infantiles son dolorosos y, a pesar de la elevadísima mortalidad infantil que registraba el país hasta el primer tercio del siglo XX, las inscripciones más antiguas reflejan el intenso dolor de los padres por el hijo perdido. «La frecuencia de los fallecimientos de niños no protegía a los progenitores del sentimiento de pérdida», sentencia el investigador.

En una lápida de cerámica del cementerio de San Blas -una pedanía de Teruel- se puede leer en letras azules sobre fondo blanco cómo la niña de 13 años Agustina Nabarrete Billarroya, que un 4 de septiembre de 1892 sufrió un accidente mortal, se dirige, supuestamente, a quienes contemplan su enterramiento para recordarles su tragedia. «He tenido una desgracia en el olmo que subí. Soy una tierna doncella y al cielo voy a parar. Me voy a gozar de Dios para toda la eternidad. Adiós para siempre», relata la inscripción.

La singular pieza fue retirada, partida en dos, con motivo de unas obras de ampliación del recinto funerario, pero en lugar de convertirla en cascotes y arrojarla al vertedero como ocurre habitualmente, los operarios la recuperaron para colocarla en otra pared del camposanto. Aunque cometieron el error de colocar cada uno de los fragmentos en un lugar distinto creyendo que se trataba de dos lápidas; la labor de catalogación ha permitido que, al menos digitalmente, la leyenda haya recuperado su unidad y con ella todo su sentido.

Juan Carlos Navarro, estudioso del patrimonio artístico funerario, en el pabellón de los canónigos del cementerio de Teruel.
Juan Carlos Navarro, estudioso del patrimonio artístico funerario, en el pabellón de los canónigos del cementerio de Teruel.
Jorge Escudero

La cerámica de San Blas

El cementerio de San Blas ha sido, precisamente, el que más lápidas de cerámica funeraria ha permitido catalogar hasta el momento, con una colección de 23 piezas fabricadas entre 1840 y 1927. Buena parte de ellas son creaciones de cerámica tradicional de Teruel, el material más extendido en los cementerios catalogados hasta el momento a la hora de recordar a los muertos. Además de la capital y sus pedanías, se puede encontrar en Villar del Salz, Villarquemado, Fuentes de Rubielos y Montalbán, entre otros lugares. El inventario aprovecha como referentes estilísticos y para seguir la pista de talleres concretos la extensa colección de lápidas cerámicas del Museo Provincial de Teruel.

También hay lápidas de cerámica típica de Valencia y otros materiales más singulares, como las placas de yeso características de Celadas, una solución decorativa que es «única» en la provincia, según Navarro. Sea cual sea el formato de la dedicatoria a los difuntos, suele incluir la imagen de una calavera sobre una tibia, un ‘memento mori’ para recordar al espectador que también él va a morir. Acostumbran a recoger también una petición de oraciones por la salvación del alma del finado.

En otros casos, la tumba catalogada destaca por la calidad de los elementos artísticos, como ocurre con la lápida del cementerio de Escorihuela dedicada a Inocencia Escuder Pascual, fallecida en 1929; Clemente Pascual Campos, en 1927; y Delfina Pascual Escuder, en 1925. Un delicado relieve muestra un ángel sentado de perfil sobre un sepulcro mientras se lleva las manos al corazón.

Las piezas funerarias son, principalmente, manifestaciones artesanales o de arte popular en las que las inscripciones muchas veces, sobre todo en las más antiguas, ni siquiera se ajustan a las normas académicas de escritura, un defecto compensado con la emoción transmitida por la pérdida de los seres queridos.

Las inscripciones informan, en ocasiones, sobre episodios de la historia local. A través de los textos funerarios se pueden rastrear las epidemias -el cólera y el sarampión, las más frecuentes- o sucesos trágicos. Todo visto desde la posición «de la gente normal». En una lápida de cerámica tradicional de Teruel colocada en el cementerio de Fuentes de Rubielos, dos hijos se despiden de sus padres, el matrimonio formado por Bernardo Bertolín y Josefa Montolio, que «ese cólera atrevido» se llevó a la tumba en 1855. La epidemia «separó para siempre a vuestros padres queridos», concluye la rotulación.

También informan de catástrofes que, a pesar de la consternación que ocasionaron en su día, han terminado sepultados por el olvido. En Santa Eulalia del Campo, una lápida de hierro troquelado remite a un accidente mortal que sufrió un grupo de trabajadores de las cercanas minas de hierro de Ojos Negros. Los obreros se dirigían a Santa Eulalia en una carretilla cuando les arrolló un tren. La placa funeraria mantiene viva la memoria del trágico suceso, ocurrido en 1909. Tres mineros fallecieron al instante debido al violento choque y otros nueve quedaron heridos de extrema gravedad y, según la prensa de la época, parecía «muy posible» que murieran «todos». La lápida está dedicada a uno de los fallecidos, Cipriano Pascual Alpuente, de 44 años, por su esposa, Justa Campos Guillén.

Otras inscripciones informan sobre personajes que protagonizaron la historia local desde un segundo plano y que no fueron enterrados bajo suntuosos panteones. Sus familiares dejaron constancia de su trayectoria vital a la hora de sepultarlos. Durante las obras de renovación del cementerio de Teruel de 2022, apareció entre los cascotes retirados de los nichos antiguos una lápida dedicada a José Samson y Barba, fallecido en 1862 a los 63 años. La investigación en la hemeroteca descubrió que Samson regentó un café que fue lugar de reuniones políticas y, particularmente, de los sectores republicanos de finales del siglo XIX. La lápida, de mármol negro, fue recogida con otras que han ido apareciendo durante las obras en un espacio dispuesto para este fin por el Ayuntamiento.

También fue localizada entre los escombros y fue rescatada, una lápida dedicada a Martín Herreras, fallecido el 20 de septiembre de 1841 en Teruel. Según cuenta la inscripción de su tumba, alcanzó el grado de capitán durante la Guerra de la Independencia peleando contra los invasores, además fue sacerdote racionero de la parroquia de San Andrés y beneficiado de la catedral de Valencia. Al valorar el hallazgo, los estudiosos señalaron que es «una pieza importante de la historia de la ciudad, que fue capital de Aragón en la resistencia al ejército napoleónico». Además, es la única referencia material a un «héroe turolense» de la lucha contra los franceses.

La labor de divulgación del patrimonio funerario en la que se ha empeñado el Círculo de la Libertad ha servido, al menos, para que los vecinos de cada localidad «vean los cementerios con otros ojos», según Juan Carlos Navarro. «Ya no son vertederos de muertos sino un archivo de la historia local», añade. Dentro de su labor informativa, el Círculo ha organizado con la Comarca de Teruel un ciclo de charlas informativas itinerantes que han servido para que la población «valore un patrimonio que pasaba desapercibido».

Un asunto "en los límites"

Entre las razones que pueden explicar el aparente desapego de la sociedad respecto al arte funerario, destaca, precisamente, su vinculación a la muerte. En el informe remitido por el Círculo de la Libertad a la Comarca de Teruel se advierte del «peligro» de desaparición del patrimonio artístico y artesano de los camposantos «por corresponder a un aspecto que nos resulta poco cómodo, que está en los límites de nuestras pueblos y, por supuesto, de nuestra vida».

Además de ocupar un protagonismo postrero en las vidas de todos los humanos, el emplazamiento de los camposantos, lejos o al menos en las afueras de los cascos urbanos, invita también al olvido. La investigación sobre estos equipamientos públicos indica que la gran mayoría se remonta a los años treinta del siglo XX. Al deteriorarse por el paso del tiempo o quedarse pequeños para cubrir las necesidades de los municipios, se llevan a cabo ampliaciones o reformas que ponen contra las cuerdas el patrimonio fúnebre.

Navarro señala que en la provincia de Teruel es mucho más cómodo y barato ampliar la superficie de los recintos funerarios que sustituir los preexistentes. De este modo, se conservaría el legado artístico que acompaña a los enterramientos más antiguos. «Vemos cómo en los cementerios de nuestros pueblos, con sitio de sobra para mantener las antiguas lápidas, estas se eliminan para colocar otras modernas o se realizan expurgos y aquellas lápidas, cruces o cerámicas funerarias con más años se rompen y se arrojan al vertedero», denuncia el informe remitido a la Comunidad de Teruel.

La labor sensibilizadora alcanzó al Departamento de Cultura, que, el pasado verano, se dirigió por carta a todos ayuntamientos de la Comunidad para pedirles «encarecidamente» que en caso de intervenir en los cementerios «se pongan en contacto con la Dirección General del Patrimonio Cultural para ayudar a proceder a su recuperaciones y conservación». La misiva recuerda la voluntad del Ejecutivo de conservar «el patrimonio asociado con la cultura de la muerte».

En las mismas fechas, la Comarca de la Comunidad de Teruel también invitó a sus ayuntamientos a «recuperar las lápidas y monumentos funerarios» por su «incuestionable significado historio-artístico autóctono». La comunicación insta a los municipios a recoger las lápidas que estén en peligro, a inventariarlas y conservarlas y a «ponerlas en valor» aprovechando el creciente interés del turismo por esta faceta de las culturas locales. Las dos instituciones invitan a contactar con el Círculo de la Libertad en busca de asesoramiento.

La respuesta de los consistorios ha sido, no obstante, tibia. Solo dos ayuntamientos de la provincia de Teruel y otro de Zaragoza se han dirigido a la asociación en busca de información y consejo. Pero a pesar de la pasividad municipal, la labor de catalogación seguirá adelante con el propósito de que, «al menos, no se pierda más patrimonio funerario», anuncian desde el Círculo.

Guía para visitar el cementerio de Teruel

La visita al cementerio de Teruel cuenta desde el año pasado con una guía para no perderse ninguna de sus piezas artísticas más importantes ni los enterramientos de personalidades que encontraron en este recinto su última morada. La publicación ‘Arte funerario e ilustrado turolenses en el cementerio de Teruel’, del historiador Serafín Aldecoa, supone la culminación de una larga trayectoria en la que el autor ha hecho de cicerón para divulgar entre la ciudadanía con motivo de la fiesta de Todos los Santos los valores patrimoniales del camposanto turolense.

La guía, publicada por el Ayuntamiento, repasa la historia del cementerio, construido a finales del siglo XIX y que tuvo en la Guerra Civil uno de sus episodios más significativos. Las huellas de la contienda todavía se pueden apreciar en forma de impactos de proyectiles en algunas lápidas y panteones. La tumba de Víctor Pruneda, uno de los intelectuales más destacados de la capital turolense en el siglo XIX, presenta daños causados por disparos y el sepulcro de Enrique Minguella y Emerenciana Josa, uno de los más impresionantes del camposanto, perdió parte de la dramática escultura de bronce que adorna el conjunto debido a una explosión.

Entre los panteones, destacan por su espectacularidad y tamaño los de las principales familias burguesas de la ciudad, como los Garzarán, Ferrán, López Pomar o Andrés Asensio, unos monumentos en los que se mezclan el clasicismo, el goticismo y el modernismo. Una tumba singular es la de Manuela Marzo y Antonio Borrás, que adopta la forma de una iglesia barroca en miniatura construida con miniladrillos. Fue construida por los hijos de los dos difuntos en los años cincuenta del siglo XX siguiendo como modelo, según Aldecoa, la iglesia del antiguo Seminario, destruido durante la batalla de Teruel.

El libro-guía recoge los enterramientos de turolenses ilustres fallecidos desde finales del siglo XIX hasta el presente. Repasa y localiza las tumbas de Víctor Pruneda, Jerónimo Lafuente, Matías Abad -artífice de la mejor forja modernista de la ciudad-, Miguel Ibáñez, Vicente Fabregat, Julio Belenguer -pionero en la difusión del esperanto-, Miguel Vallés, Mariano Muñoz Nougués, Salvador Gisbert o Manuel Pizarro. Una larga lista de nombres que, en muchos casos, tiene su correspondencia en el callejero de la ciudad. El autor señala que, como reflejo de la vida ciudadana, el cementerio también es «clasista» y muestra la «pugna» entre los principales comerciantes y prohombres por superar a sus rivales más allá de la muerte. 

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