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Un Serrat pletórico de voz se despide y vuelve a pasar Zaragoza por el corazón

El cantante catalán recordó a su madre, sus días en la ciudad y dedicó su recital a Felipe Candelaria, que falleció de infarto el pasado día 12

Joan Manuel Serrat ofreció dos conciertos apoteósicos. Detrás Úrsiula Amargós.
Joan Manuel Serrat ofreció dos conciertos apoteósicos. Detrás Úrsiula Amargós.
José Miguel Marco.

Joan Manuel Serrat nació en Barcelona en 1943, en el Poble Sec, y tuvo una infancia dichosa, marcada por las pequeñas cosas, la vida en la calle y un ejército de botones. Su padre era ‘lampista’ -una palabra muy polisémica: el que arregla lámparas; en Cataluña también es el fontanero y electricista– y su madre era una criatura hacendosa que se dedicaba a sus labores, a cuidar la casa y a realizar esas mil tareas visibles e invisibles que hacían las mujeres en la posguerra. Él le dedicó algunas canciones, entre ellas ‘Cançó de bressol’ (Canción de cuna) que era una forma de devolverle las muchas que ella le había cantado desde niño, como la jota que dice: “Por la mañana, rocío; al mediodía, calor; por la tarde, los mosquitos; no quiero ser labrador”. Esta es una de las canciones que Joan Manuel Serrat canta en sus conciertos de despedida: la imaginación y las imágenes llevan al espectador a Belchite, a la tierra de olivares (Félix Teira le consiguió uno centenario y lo trasplantaron en una finca del cantante) y de páramos, y a la memoria habitada por espectros y horrores de la Guerra Civil.

Serrat jamás renuncia a sus raíces. Aragón le ha marcado de fábrica: por el origen de su madre (alguna vez contó el retorno de los dos en una escena que hace pensar en ‘Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo’ y ‘La siesta del martes’, dos cuentos de García Márquez), por la tremenda represión y muerte que sufrieron muchos de sus antepasados, y por vivencias posteriores aquí: hizo la mili en Zaragoza y Jaca. Vivió en las Delicias, conoció los tranvías de la ciudad -alguna gente le dijo que le traicionaba un poco la memoria respecto al número de líneas– y también pasó muchos días en Jaca, acogido por la familia del escritor y periodista José Ramón Marcuello.

Vivió en las Delicias, conoció los tranvías de la ciudad -alguna gente le dijo que le traicionaba un poco la memoria respecto al número de líneas– y también pasó muchos días en Jaca, acogido por la familia del escritor y periodista José Ramón Marcuello.

Y aquí, a lo largo de los años, ha vuelto muchas veces. A todos los escenarios: La Romareda (ofreció un inolvidable concierto en 1983), el Auditorio, el Teatro Principal o estos dos días, el Día del Pilar y el siguiente, en el Pabellón Príncipe Felipe, donde llenó, conmovió y comprobó que sus canciones, que ya casi tienen seis décadas las más antiguas, desde 1965, forman parte de la memoria sentimental de gentes de todas las edades. De la memoria sentimental, de la banda sonora de infinitas vidas, de los gestos más hermosos de nuestro acontecer. Serrat, como Labordeta, como Georges Brassens, es un cantante que expresa lo colectivo, lo íntimo y lo personal, que es autobiográfico en muchos asuntos y metáforas y atmósferas.

En ese recorrido, hondo y transparente, cotidiano y bello, lírico y épico, ha abrazado no solo sus textos que se hacen música ni sus melodías que hablan, cantan y emocionan -para él el núcleo esencial de una canción, la búsqueda última-, sino a otros compañeros poetas: Miguel Hernández, al que le ha dedicado dos discos, y Antonio Machado (sonaría ‘Cantares’). Los dos estuvieron presentes, de modo diferente: un Serrat pletórico de físico y resistencia, espectacular de voz (aunque en sus primeros guiños humorísticos a los espectadores no lo pareciese), con humor y cercanía, arrancó con ‘Dale que dale’, del segundo álbum de Hernández, y luego en el centro de los fuegos y los sentimientos cruzados cantó dos temas del primer álbum: ‘Nanas de la cebolla’, que sonó con una sobriedad límpida, precisa de escalofrío y pena, ceñida de belleza y dolor, y fue uno de los momentos del segundo concierto.

‘Nanas de la cebolla’, que sonó con una sobriedad límpida, precisa de escalofrío y pena, ceñida de belleza y dolor, y fue uno de los momentos del segundo concierto.

Serrat recordó que es un trabajo de Alberto Cortez. Una mirada al público revelaba cómo nos ha marcado ese texto, qué adentro lo llevamos y cómo retrata las míseras biografías de muchos españoles, y qué necesario era sacar a la luz al poeta Miguel Hernández, como pidió Pablo Neruda. Y luego, con otra marcha, como una proclamación de la rebeldía y del inconformismo que no cesa, sonó ‘Para la libertad’, uno de los himnos del poeta alicantino y del cantante barcelonés.

Serrat parece conversar con el público.
Serrat parece conversar con el público.
José Miguel Marco.

En el fondo, tras lo que está pasando en el mundo y la corriente incierta de conservadurismo y reacción, ese tema sigue estando más que vivo: es tan necesario como cuando lo redactó aquel hombre sensible y apasionado que se arrastró por las cárceles del mundo y murió en 1942. Joan Manuel Serrat es un cantante a pie de calle, sencillo y directo. Sus imágenes son personales y atrapan a la gente por su naturalidad, por su empatía y por su capacidad para invocar, evocar y desatar recuerdos. Algo a lo que aludió en uno de los parlamentos con los que adorna su recital: reflexiona sobre la memoria, el oficio de cantar, la canción como objeto artístico; medita sobre la fantasía y la imaginación, y así como quien no quiere la cosa explica su mirada, su compromiso, matices, personajes.

Con ingenio y humor, recordó que los personajes de fantasía se vuelven reales, y los de amor aún más, y recordó que Romeo y Julieta llevan 400 años viviendo su gran novela de amor

Personajes. He aquí otra palabra clave para este intérprete y compositor que canta canciones, se eleva con los estribillos y cuenta historias, explora estados de ánimo, dibuja sentimientos y apela a lo que somos: una vida en vilo, emoción y amor, búsqueda y aventura, testigos de la incertidumbre y, esencialmente, soñadores. Serrat se tomó su tiempo para explicar su concepto de los personajes, que nacen en sus textos, que habitan en sus melodías y que luego adquieren destino propio. Algunos son reales (como esa ‘Señora’ a la que alude en una canción), otros son criaturas de novela, de ficción, como esa Merceditas y ese Curro ‘el Palmo’, que viven una amor imposible, personajes que no se conocían y que se conocieron en ese inolvidable ‘Romance de Curro ‘el Palmo’, una de las canciones más impresionantes, dramáticas y narrativas de Serrat, donde se acerca a esos relatos de copla y tango que popularizaron Miguel de Molina y Concha Piquer, a la que Manuel Vicent le dedica un libro en Alfaguara. Ese tema lo tiene todo: la plenitud carnal de la pasión y su reverbero (“Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar”), el sabor de la soledad (“sin ti mi cama es ancha”) y el sabor amargo de la huida y el desamparo.

Serrat sigue entonando de modo maravilloso porque también es un cantante de amores envolventes, imprescindibles, que se elevan de la realidad y del sueño con su escultura de deseo. Cantó ‘La mujer que yo quiero’, que convirtió en ‘La mujer que yo quise’, bañada en ginebra, ‘Lucía’, que pareció evocarse con imágenes tratadas de Botticelli, ‘Porque te quiero a ti’, ‘Paraules de amor’ o ‘Penélope’. Con ingenio y humor, recordó que los personajes de fantasía se vuelven reales, y los de amor aún más, y recordó que Romeo y Julieta llevan 400 años viviendo su gran novela de amor. Una canción debe agarrar por el cuello, hacer que la piel tiemble, que invada las entretelas del alma. Por eso algunas ahí siguen por los siglos de los siglos. Eso sostiene Serrat.

Joan Manuel Serrat ofreció un recital de do s
Joan Manuel Serrat ofreció un recital de dos horas y 25 minutos.
José Miguel Marco.

Personaje personaje es ‘Tío Alberto’, que explica tanto de la posguerra, de la voluntad, de la excentricidad y del camino propio. E himno himno es ‘Mediterráneo’, que Serrat cantó con nuevos arreglos -tuvo cálidos recuerdos para los arreglistas, o arregladores, para los que se han ido y para los que siguen con él como Ricardo Miralles y Josep Mas ‘Kitflus’- y con gran brillantez. Fue otro momento espléndido como lo fue ‘Aquellas pequeñas cosas’, el himno a lo minúsculo, a lo corriente, a los incidentes y sensaciones de la existencia. Interpretó un tema con Úrsula ‘Uixi’ Amargós, que también toca la viola. Y a la estupenda banda se suma Josemi Sagaste, de las Cinco Villas, con su saxo.

Joan Manuel Serrat se despidió en claro homenaje a las fiestas del Pilar con una de sus canciones más marchosas, que sabe a festejo callejero. ‘Fiesta’. Fue, a lo grande, una forma de ratificar su gran afecto por el pueblo aragonés, por Zaragoza, esta tierra donde tiene clavadas las raíces del alma, del cuerpo y de la memoria. Ya lo dijo él: recordar es volver a pasar las cosas por el corazón. Por eso también quiso dedicar el concierto - “¿seguro que se va a retirar? Está pletórico”, se oía a la salida- a Felipe Candelaria, un admirador y ex trabajador de Aragón TV que perdió su vida un poco antes de que Serrat iniciase el miércoles su recital de despedida: ‘El vicio de cantar’.

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