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Caza de brujas en Épila y Almonacid de la Sierra: persecución, tortura y muerte

Carlos Garcés Manau publica 'Las brujas y la condesa. Caza de mujeres en Épila y Almonacid de la Sierra y las brujas de Trasmoz' (Prames).

Carlos Garcés, días atrás en la presentación del libro en Huesca.
Carlos Garcés, días atrás en la presentación del libro en Huesca, y el libro lleno de erudición y datos.
Pablo Segura / Diario del Altoaragón.

Carlos Garcés Manau (Huesca, 1965) es historiador de diversos saberes. Es experto en la vida y la obra de Vicencio Juan de Lastanosa, el mecenas de Baltasar Gracián, es autor de ‘Aragón en el Sistema Solar’ y es un gran conocedor del mundo de la brujería: en 2013 publicó en ‘La mala semilla. Nuevos casos de brujas’ (Tropo) y ahora va algo más allá con ‘Las brujas y la condesa. Cazas de mujeres en Épila y Almonacid y las brujas de Trasmoz’. El grueso del volumen, sin, duda son los dos primeros lugares, porque Carlos Garcés cuenta la historia del quinto conde de Aranda, Antonio Ximénez de Urrea, y de su mujer, Luisa de Padilla, quien, siguiendo la tradición de familiar de su marido, publicará hasta seis volúmenes.

En uno de ellos, el tercero ‘Lágrimas de la nobleza’ está dedicado a su marido, al que retrata y del que elogia “el prudentísimo y sosegado gobierno de sus vasallos”; le añade matices de “singular equidad” y “justicia, acompañada de clemencia”. Este libro de Carlos Garcés parece todo un desmentido: este conde de Aranda, con propiedades en Épila y castillo en Almonacid de la Sierra, fue casi todo lo contrario: persiguió a muchas mujeres que consideraba brujas y, en algunos casos, llegó más allá de la tortura para acabar en la muerte. Épila y Almonacid vivieron una época convulsa de brujería, real e imaginada, entre 1629 y 1651, y especialmente en el lustro que va de 1629 a 1634. El quinto conde Aragón, recuerda Carlos Garcés, “juzgó, torturó y ejecutó a mujeres bajo la acusación de ser brujas y hechiceras”.

Este libro de Carlos Garcés parece todo un desmentido: este conde de Aranda, con propiedades en Épila y castillo en Almonacid de la Sierra, fue casi todo lo contrario: persiguió a muchas mujeres que consideraba brujas y, en algunos casos, llegó más allá de la tortura para acabar en la muerte

Carlos Garcés ha llevado a cabo una ardua investigación que le ha conducido hasta fondos de Burdeos, Lérida y Zaragoza para contar las historias de Isabel Alcaide, procesada y asesinada en agosto de 1629, en teoría por sus malas artes, por la energía de sus maleficios y por amenazar a los condes; las de Isabel Felipe (finalmente fue absuelta) y Ana Marco (fue desterrada a perpetuidad), en 1631, y otra Ana Marco (condenada al destierro), que sería ejecutada por el propio conde en 1634.

Antes de que aparezcan con enorme fuerza sus relatos, sus procesos, las sospechas, la maquinaria del burdo rumor, la investigación, los testigos de la acusación, y la corriente de delaciones, Garcés recuerda a algunas mujeres moriscas acusadas de brujería y de matar a sus hijos, como el caso de la esposa de Ablitas, y elabora la compleja y fascinante historia de los Ximénez de Urrea. Hay muchos detalles: uno de los más pintorescos o raros, es que cuando se casan Antonio Ximénez de Urrea y Luisa de Padilla su boda fue tan extraña que él ni se presentó a la boda. 

Ella se acabará convirtiendo en una de las grandes escritoras más relevantes del siglo XVII. Más bien recogida y casi monjil, muy ajena a las actuaciones y decisiones de su marido, se sentía atraída por la brujería, “en sus libros proporcionaba soporte intelectual a cazas de brujas como las que se desarrollaron en Épila”, escribió de “las brujas de Zugarramurdi, y a las endemoniadas del valle de Tena”. Su editor solía ser Juan Bonillla y su editor Juan Larumbe, que da título a una magnífica colección de clásicos aragoneses en Prensas Universitarias de Zaragoza.

Portada vertical del palacio de Aranda en Épila, donde se realizaron procesos y alguna torturas
Portada vertical del palacio de Aranda en Épila, donde se realizaron procesos y alguna torturas
Guillermo Mestre.

La brujería aragonesa tiene grandes expertos como María Tausiet y Ángel Gari, y con ellos Garcés, que aquí estudia procesos que no se conocían. En estos trabajos hay muchos lugares comunes: se insiste en que las brujas no lloraban y que en su trato carnal con el demonio, casi siempre lo era, Satanás le dejaba señales algún lugar del cuerpo que se volvía insensible. Y constata otra paradoja: si en los procesos altoaragoneses no se torturó a las mujeres acusadas de brujas, aquí se hacía permanentemente como señal de dominio y vasallaje. Los tormentos estaban a la orden del día: dominaban el potro y la garrucha, y eran espeluznantes. Las muertes, que las hubo, se producían por ahorcamiento, garrote y por la hoguera: “fueron ajusticiadas como mínimo, Isabel Alcaide, Luisa Nuella, Gracia Gascón, la segunda Ana Marco y María Vizcarreta”.

Las torturas se fueron haciendo cada vez más complejas y brutales; a partir de un determinado momento, todas las mujeres, despojadas de la ropa, eran rapadas en todo el cuerpo. Y eran sometidas a todo tipo de humillaciones, bendecidas por Antonio Ximénez de Urrea. A estas mujeres se les acusaba de todo: de sembrar maleficios, usar hechizos, provocar enfermedades, de inclinar a la gente al mal y a algunos hombres al adulterio, de mentir, de generar odio, rencor y mala voluntad. Eso sí la mayoría de las mujeres rara vez confesó. Entre las historias más curiosas figura el presbítero de Épila, Lázaro, que pasaba por la calle donde vivía María Ros, y ambos “se miraban con amor”. Los vecinos sospechaban que María “vivía mal y con gran desvergüenza, públicamente amancebada” con el sacerdote. El enamorado no lo debía estar tanto: acabó agrediendo a su vecina en mayo de 1635.

A estas mujeres se les acusaba de todo: de sembrar maleficios, usar hechizos, provocar enfermedades, de inclinar a la gente al mal y a algunos hombres al adulterio, de mentir, de generar odio, rencor y mala voluntad. 

El libro se cierra con algo más conocido: la brujería en Trasmoz, vinculada a Gustavo Adolfo Bécquer, a la Tía Casca y a la redacción de sus cartas ‘Desde mi celda’. Y por supuesto, la construcción del castillo por un nigromante en una sola noche en uno de los primeros hechos mágicos del lugar.

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