Secretos de amor en la torre y en el bosque

Lo que no sabía Manrique es que Antonio, su hermano, también se había enamorado.

Este escenario ha inspirado el drama 'El Trovador' de Manrique y Leonor
Este escenario ha inspirado el drama 'El Trovador' de Manrique y Leonor
José Miguel Marco

Antonio García Gutiérrez escribió y estrenó el 1 de marzo de 1836 en el Teatro Príncipe de Madrid su drama romántico ‘El Trovador’, que transcurre en el historiado Palacio de la Aljafería, desde donde se veía, a lo lejos, la Medina Albaida, la ciudad blanca que era Zaragoza. Y el 19 de enero de 1853, el compositor Giuseppe Verdi hizo lo propio con su ópera ‘Il trovatore’, en el Teatro Apollo de Roma, una pieza fascinante de amores intensos y desgarrados destinos que se incorporaba al acervo del ‘bel canto’.

La historia de ‘El Trovador’ es compleja. En el siglo XV Aragón vivía una época convulsa. La gitana Estrella, vinculada con el palacio y la familia Artal, fue acusada de bruja y condenada a la hoguera. A su hija Azucena no se le ocurrió otra cosa que arrebatar a un niño recién nacido en en el seno de esa nobleza a modo de venganza. Lo escondió como pudo en su casa. Ella hacía pocos días que había sido madre. Si Estrella era condenada a la pira, ella haría lo propio con el vástago tan deseado de los Artal. No tuvo clemencia, la ira le desdibujó el pensamiento y la humanidad, pero al regresar a su vivienda se dio cuenta de que el bebé que había tirado al fuego era su propio hijo.

Destrozada, decidió quedarse con el otro niño. En el más absoluto de los secretos. Lo crió, lo cuidó y lo llamó Manrique. El joven, desde muy pronto, se hizo habilidoso con la espada, con la música y la poesía. Su nueva madre jamás le reveló su origen. Se convocaron justas en la Aljafería y le tocó enfrentarse con Antonio de Artal. En ese torneo conoció a la bella Leonor de Sesé. El amor estalló entre ellos de inmediato y se alimentó de miradas, de pequeños gestos, de suspiros y de los desafíos del deseo. Lo que no sabía Manrique es que Antonio, su hermano, también se había enamorado de ella.

Antonio y la familia de la muchacha, especialmente su hermano Guillén, intentaron convencer a Leonor para que se alejase de aquel muchacho plebeyo, del que se sabía poco, pero no lo lograron. La familia la confinó en un convento de novicia. En cuanto se enteró Manrique, la secuestró y juntos apuraron grupas hacia el Castellar, en la ribera del Ebro. Vivieron unos días como lo habían hecho aquellos inolvidables amantes que fueron Tristán e Iseo. No tardaron en ser localizados: Leonor fue devuelta al convento y Manrique, condenado a muerte, fue trasladado al torreón del Trovador, donde permaneció encerrado antes de ser ejecutado. Cuando Antonio se percató de que llevaba la señal de la estirpe en la espalda, se quedó horrorizado. No fue capaz de superar el dolor; unos días más tarde puso fin a su vida, algo que ya había hecho la bella Leonor con el veneno de una copa de plata. La historia encarna a la perfección la desmesurada fatalidad.

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