Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

artes & letras. OCIO Y CULTURA

Polvo eres, W. G. Sebald: una lectura total del autor de 'Los anillos de Saturno'

El mundo, la mirada y los ecos de un autor que falleció joven y que deja un gran legado literario y humanístico, editado en España por Anagrama

Retrato del gran escritor obsesionado por la Segunda Guerra Mundial.
Retrato del gran escritor obsesionado por la Segunda Guerra Mundial.
Ulf Andersen.

Por motivos que no vienen al caso, he pasado el verano leyendo a W.G. Sebald. Sus libros producen en la memoria heridas que no cauterizan fácilmente. Como los huevos de larva, las imágenes de Sebald perforan la piel y se quedan largo tiempo en la hipodermis. Hay quien dice que la mejor forma de acabar un libro suyo es empezándolo de nuevo. Es así. Cuando lo relees, el árbol dormido en que derivó aquella vieja lectura revive con brotes extraños y prometedores. Sebald acostumbraba a sembrar sus libros de imágenes en blanco y negro que tienen una enorme capacidad implosiva y que se asocian a otras con extrañas afinidades electivas. Por ejemplo, una mujer limpia una ventana en un edificio rodeado de escombros en una ciudad alemana en 1945. A Sebald le viene entonces a la memoria aquel cuento de Virginia Woolf en el que una polilla busca con frenesí una salida a través de una ventana cerrada. Esas dos metáforas de la destrucción de Europa son al mismo tiempo, una imagen imborrable de la destrucción y de la supervivencia.

Sebald busca entre las ruinas las huellas de la vida: “los edificios que crecen hasta la desmesura arrojan ya la sombra de la destrucción”, han sido concebidos como emblema y ruina a la vez. Escribió este párrafo antes del 11-S. Guardamos en el vacío las huellas de la memoria como el fetichista Stendhal atesoraba un molde en yeso de la mano de Métilde Dembowski, la bella esposa de un oficial polaco de quien se enamoró sin consuelo ni esperanza.

El silencio fue el tono dominante de la educación que recibió W.G. Sebald en su Baviera natal. “Me crié /a pesar del horrible curso de los acontecimientos/ en la margen septentrional de los Alpes, según me parece / sin tener idea de la destrucción”, cuenta en su primera obra, el poema `Del natural´. Un silencio sepulcral sobre los bombardeos que arrasaron 131 localidades y acabaron con la vida de más de 600.000 civiles, sobre las responsabilidades del pueblo alemán y los intelectuales, sobre la posterior destrucción de sus ciudades. Nadie hablaba de ello, y cuando lo hacía era para desviar la atención sobre su propia actividad durante los doce años de terror. Sebald no conoció a su padre, miembro de la Wehrmacht, hasta que fue liberado del campo de concentración en 1947. Nunca le habló de la guerra. Al joven maestro de `Vértigo´ le sorprenden las largas sobremesas francesas en las que se habla de política. El propio Sebald, recién llegado a Manchester, alquiló una habitación a un refugiado judío muniqués con el que jamás compartió su experiencia de expatriados. Las dimensiones de la destrucción y la barbarie resultaban inconcebibles; como dijo Canetti, los alemanes habían perdido el sentido de las proporciones.

Los libros de Sebald no necesitan trama: atesoran un extraño magnetismo, producto de una prosa laberíntica tan clara como prolija, que se despliega sobre una sintaxis larga y ondulante cuyo objetivo es que el lector pasee por ella como los ojos recorren una antigua fotografía cargada de detalles reveladores. Como el paseante solitario de Walter Benjamin o Robert Walser, sus libros transitan por veredas experienciales más próximas a la memoria que al espacio. Los lugares en Sebald no son sino escenarios donde encuentra a un testigo que narra su vida: Stendhal en Waterloo, Casanova en Venecia, Kafka en Praga, Conrad en África, Chateaubriand en París, Sir Thomas Browne en Amsterdam… A cada paso, el azar revela sus coincidencias y sus contradicciones, los personajes hablan de sí y Sebald siempre encuentra en sus vidas alguna fecha o algún dato que le desvelan un episodio de la suya. Nuestras vidas son palimpsestos de los ancestros. Estamos íntimamente ligados por el tiempo que nos une y nos separa, así como las huellas que nos amparan: edificios, cuadros, libros, viejas fotografías que conservan el polvo del camino que se disuelve en los rayos del sol, “el polen sobrante de una tierra que se desintegra con lentitud”.

Los lugares en Sebald no son sino escenarios donde encuentra a un testigo que narra su vida: Stendhal en Waterloo, Casanova en Venecia, Kafka en Praga, Conrad en África, Chateaubriand en París, Sir Thomas Browne en Amsterdam…

`Los anillos de Saturno´ es probablemente el libro más hipnótico de Sebald. En él lleva su capacidad digresiva al límite, también su habilidad para hilar referencias y acontecimientos en apariencia dispersos. Nada le complacía tanto como encontrar el sentido latente en lo fragmentario. Le basta la historia de la seda para construir una arqueología de la fragilidad humana. Nos relata un viaje a pie por el este de Inglaterra cuyo primer objetivo es hallar el cráneo del médico inglés Sir Thomas Browne, hijo de un comerciante de seda. Browne escribió en el siglo XVII ‘El enterramiento en urnas´ y fue uno de los asistentes a ‘La lección de anatomía´ que inmortalizó Rembrandt el 27 de noviembre de 1674. La nervadura del libro es una disposición en paralelo de digresiones sobre los estudios de Browne acerca de la anatomía del gusano de seda, la importancia de la Ruta de la seda durante la Ilustración y la promoción del cultivo de la seda en el Tercer Reich, que instruiría sobre las medidas básicas para el cultivo, selección y exterminio de humanos. Sesenta años atrás dijo Walter Benjamin que “todo documento de cultura lo es también de barbarie”. Sebald no necesita hablar de Auschwitz porque la seda es aquí una metáfora de lo inenarrable. Entre tanto, ha aprovechado para contarnos la travesía de Joseph Conrad por el Congo, la ejecución del rebelde irlandés Roger Casement o el cultivo de la seda en China y su expansión por la Europa del XVIII. En `Austerlitz´ la seda del paño que cubre un ataúd, le dice un viejo zapatero a Jacques, es lo único que separa a los vivos de los muertos.

Sebald nos enseña que no es necesario decir para contar. A veces son viejas fotografías las que evidencian el espanto. En otras, la silenciosa enumeración consigue el efecto demoledor de la denuncia. ‘Austerlitz´, su novela más ambiciosa, alberga una exhaustiva descripción del campo de concentración de Terezin y el acúmulo de objetos sin posesor evidencia la ausencia. Pero es en su libro póstumo `Sobre una historia natural de la destrucción´ donde la técnica se hace brecha. La voz de Friedrich Reck, preso de Dachau, rememora un episodio habitual en aquellos días: entre los fugitivos que tratan de alcanzar un tren en una estación de la Alta Baviera, una mujer arrastra una vieja maleta de cartón. Con la prisa, la maleta revienta y deja caer su contenido: juguetes, un estuche de manicura, un atadijo de ropa chamuscada y el cadáver de un niño abrasado y momificado del que la madre no puede desprenderse. Por mucho que se empeñen en borrar la memoria, cada uno lleva consigo a los suyos. Imposible olvidar a aquellos que no encontraron dignidad ni en la sepultura.

El último capítulo de ‘Sobre una historia natural de la destrucción´ desvela el maquillaje de posguerra. Ya había relatado cómo en su juventud como estudiante de literatura alemana en la Universidad de Friburgo, todos los profesores habían terminado sus doctorados en la década de los 30 y todos eran demócratas sin discusión alguna. También Alfred Andersch, el célebre relator de la posguerra alemana. Sebald detalla cómo ocultó las huellas que revelaban su aquiescencia con el régimen, así como el abandono de su esposa judía y una hija que suponían un lastre para su carrera literaria. La mentira y la ocultación también son género literario.

En otras, la silenciosa enumeración consigue el efecto demoledor de la denuncia. ‘Austerlitz´, su novela más ambiciosa, alberga una exhaustiva descripción del campo de concentración de Terezin y el acúmulo de objetos sin posesor evidencia la ausencia

W.G. Sebald, como Magris, Benjamin, Kafka, Handke, Bernhardt o Goytisolo, ponen ante nuestros ojos una Europa confusa e incomprensible que emergió mirando al mundo y se hundirá cuando deje de contemplarlo con curiosidad. Como aquella mujer que trataba de huir con el cadáver de su hijo en la maleta, no podemos separarnos de nuestras víctimas sin arrancarnos una parte esencial de nosotros mismos. Fugitivos de nuestra historia, náufragos hoy en el ángulo muerto de Occidente, cautivos de nuestra noción de progreso, nos salva el diálogo con las ruinas de lo que fuimos, la medida de nuestras sombras, el canto de nuestros poetas.

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