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Virginia Woolf y James Joyce: la palabra como eco de dos autores que nacieron y murieron el mismo año

Se cumple un siglo de la publicación de 'Ulises' del autor irlandés, una novela que la británica rechazó en su sello Hogarth Press

James Joyce y Virginia Woolf, vistos por una gran fotógrafa: Gisele Freund.
James Joyce y Virginia Woolf, vistos por una gran fotógrafa: Gisele Freund.
Gisele Freund.

Virginia Woolf (1882-1941) y James Joyce (1882-1941), los escritores que revolucionaron la literatura inglesa en las primeras décadas del siglo XX, nacieron y murieron el mismo año. El 25 de enero de 1882 nacía Virginia en una ilustre casa victoriana londinense mientras que James, el autor de ‘Ulises’ de cuya publicación se celebra ahora el centenario, llegaba al mundo el 2 de febrero en la católica y provinciana Irlanda. Ambos cumplieron veinte años a comienzos de un siglo que supuso un cambio radical en la forma de experimentar la vida y entender la realidad.

Dos jóvenes talentosos

La Gran Guerra trajo consigo una conciencia insoportable de la capacidad de destrucción del ser humano e hizo saltar por los aires el confortable mundo de ayer que había creído en un progreso imparable de la humanidad. La pérdida inesperada del porvenir trajo consigo un dolor social tan generalizado que se plasmó de forma inmediata, impactante y provocadora en todas las manifestaciones artísticas.

En 1914 un joven James Joyce se estrenaba con la publicación de su excelente colección de cuentos ‘Dublineses’, poco antes de que la desconocida Virginia publicase en 1915 su primera novela ‘Fin de viaje’. A pesar de la maestría con que estos autores noveles ponían de manifiesto la fragilidad humana de un modo desconocido hasta entonces, ni estas novelas ni las que publicaron en la primera década del siglo, ‘Retrato del artista adolescente’ y ‘Noche y día’ despertaron el panorama literario londinense donde todavía dormitaba el viejo realismo de Bennet y Galsworthy. Reacios a seguir su estela, estos jóvenes escritores cuya palabra nacía de heridas vitales profundas reflexionaban perplejos sobre una nueva realidad interior que necesitaba universos literarios inexplorados y distintos capaces de dar forma al complejo mapa emocional por el que viajan sin freno miedos e incertidumbres.

Si el ‘Ulises’ de Joyce resultaba revolucionario e incomprensible, Virginia fue tildada de escritora sicológica, lírica y expresionista incapaz de desarrollar en sus extrañas novelas una trama lógica y unos personajes consistentes

Como pacientes en el diván del psicoanalista, Virginia Woolf y James Joyce tenían la misión de desvelar ese misterio, de iluminar el mundo subterráneo de las emociones y sacar a la luz la realidad subjetiva que, en los albores del psicoanálisis, se revelaba como la única verdadera.

El año 1922 fue la frontera. Joyce, tras un duro peregrinaje a la búsqueda de una editorial que se atreviera a publicar su ‘Ulises’, rechazado incluso por la Hogarth Press de los Woolf que solía dar cabida a autores desconocidos, encontró en París a una editora norteamericana valiente y arriesgada que apostó por un texto experimental, difícil y calificado de ‘obsceno’ sin saber que estaba creando un mito que llegaría intacto al siglo XXI. Para Virginia, con la publicación de ‘El cuarto de Jacob’, en memoria de su hermano muerto, ese año significó el sólido punto de partida desde el que en adelante abordaría la escritura de novelas tan personales como ‘Al faro’, ‘Orlando’ o ‘La señora Dalloway’. Si el ‘Ulises’ de Joyce resultaba revolucionario e incomprensible, Virginia fue tildada de escritora sicológica, lírica y expresionista incapaz de desarrollar en sus extrañas novelas una trama lógica y unos personajes consistentes.

Artesanía, rigor y ruido

Sin embargo, esta mujer compleja y enfermiza a la que su marido Leonard Woolf consideraba casi un genio dedicó a la literatura lo mejor de sí misma. Más prolífica que Joyce, consiguió en los años 30 ir acercando su visión del mundo a un grupo cada vez menos escogido de lectores. Delicada y paciente artesana en su mesa de trabajo, además de sus novelas, nos dejó en sus magníficos ‘Diarios’ un registro puntual de su vida cotidiana así como el análisis detallado de sus estados mentales y emocionales. Adicta, por otra parte, al género epistolar, en las frecuentes cartas que escribió a su hermana Vanessa y a sus amigos, destacados miembros del grupo de Bloomsbury, nos permite asistir en directo al día a día de un momento tan decisivo en la historia europea como fueron los años 20 y 30 del siglo pasado.

Casada con un parlamentario laborista y acostumbrada a debatir con intelectuales tan relevantes como el economista J. Maynard Keynes, Virginia diseccionó la realidad social que le tocó vivir con una mirada crítica y personal que dejó en multitud de artículos de prensa y ensayos tan relevantes como ‘Una habitación propia’, referente feminista hoy, o ‘Tres Guineas’ donde analiza el sinsentido de la guerra cuando el auge del fascismo hacía inevitable otro conflicto bélico.

Sus palabras fueron ecos que nacieron del profundo y oscuro manantial del subconsciente, por eso, cuando en el sombrío año de 1939 Joyce publicó su última novela ‘Finnegan’s wake’, ese eco se hizo ruido, clamor incomprensible de la irracionalidad humana. La guerra había arrebatado a Europa la cordura de la palabra y no parecía que, en adelante, hubiera mucho más que decir. Ambos murieron a comienzos de 1941, mientras las bombas destruían la esperanza y, como escribió Virginia, su muerte fue la única experiencia que no pudieron contar.

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