La artista profesional María Luisa de la Riva

Fundó en París un estudio donde daba clases a mujerers y la crítica atendió su obra. Su obra figura en el Museo del Prado.

María Luisa de la Riva es una pintora de cuidada técnica y figura en el Museo del Prado con cuatro obras, entre ellas esta, ‘Puesto de flores’ (1887), que se expuso en Zaragoza.
María Luisa de la Riva es una pintora de cuidada técnica y figura en el Museo del Prado con cuatro obras, entre ellas esta, ‘Puesto de flores’ (1887), que se expuso en Zaragoza.
Museo del Prado

Una de las grandes pintoras españolas del siglo XIX y XX era zaragozana y se llamó María Luisa de la Riva. Durante años su nombre y su obra trajinaron más bien entre tinieblas, en los laberintos del olvido. Primero fue la especialista Magdalena Illán y luego la catedrática Concha Lomba quienes repararon en su personalidad; ésta la incluyó en la exposición ‘Pintoras de España 1859-1926. De María Luisa de la Riva a Maruja Mallo’ (Paraninfo de Zaragoza, 2014).

De la Riva nació en Zaragoza en 1859 (en otros lugares se dice que nació en 1865) y no se conoce mucho de su formación. Se sabe que desde muy pronto le interesó el arte: se formó con el escultor Mariano Bellver, y luego con dos pintores: Antonio Pérez Rubio y Sebastián Gessa, que fue su auténtico maestro de un género que practicó con calidad: el bodegón. A finales de la década de 1880 y 1890 ya estaba en París. Se casó con el caricaturista, pintor e ilustrador Domingo Muñoz Cuesta, aunque el matrimonio no debió durar mucho. Lo que sí está clara es la determinación de María Luisa de la Riva. Siempre quiso ser una "una artista profesional" que vivía de su trabajo. Se empeñó en ello, fue una auténtica feminista que defendió la dignidad de la mujer y luchó por sus derechos en la creación artística.

Se presentó a los grandes concursos nacionales y franceses de pintura, y sus obras fueron seleccionadas y galardonadas: fue distinguida con la tercera medalla de la Exposición Universal de París en 1889 y la Exposición Universal de Barcelona. Sus piezas, intimistas y decorativas, se expusieron en Madrid, París o San Petersburgo, y ella, con su actitud y su vehemencia, derribó algunos prejuicios: fundó un estudio propio donde daba clases a mujeres y logró que distintos críticos de arte reseñasen con grandes elogios su obra elegante, llena de colorido, cuidada composición y un aire preciosista.

Poseía una excelente técnica, dominaba su oficio, como se ve en varias de sus piezas que figuran en el Museo del Prado como ‘Uvas de España’ (1885), ‘Flores y frutas’ (1887) o la que quizá sea su obra maestra, ‘Puesto de flores’ (1887), donde introduce la figura de la florista. También pertenece a los fondos ‘Uvas y granadas’ de 1920. En Francia vendió la pieza ‘Crisantemo’, que le compró el gobierno francés por 300 francos en 1897, algo que no era lo habitual; ni era francesa ni caballero. Regresó a España y murió en Madrid en 1926. Concha Lomba la incluye en su libro de las mujeres artistas en España: ‘Hacia poéticas de género (1804-1939)’. A menudo, dicen, evocaba su Zaragoza de la niñez y adolescencia. 

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