Jaime Borobia, promotor de conciertos: "Soy un chico de las Delicias que se subió a una nube y aún no se baja"

El zaragozano debutó en la profesión en 1976, y es uno de los decanos nacionales del gremio entre los que permanecen en activo

El promotor zaragozano Jaime Borobia, la pasada semana, en Zaragoza.
El promotor zaragozano Jaime Borobia, la pasada semana, en Zaragoza.
José Miguel Marco

En 1976 todo recomenzaba en España, o casi; la figura del promotor musical no estaba definida.

Soy un poco el decano aquí, sí. La estructura burocrática del franquismo seguía intacta, y hacer un concierto era algo complicado. Había que pedir permiso al gobernador civil, casi un virrey; se exigían hasta las letras de cada canción, traducidas si estaba en inglés; el sindicato vertical obligaba a pagar una plantilla de músicos si se traía alguien de fuera, pagabas un impuesto del 5% de protección de menores… cumplías todo, y a esperar a que llegaba el permiso...

Usted era un chaval, además.

Soy un chico de las Delicias, hijo de la clase obrera, que un día se subió a una nube y no se ha bajado de ella, a los 13 años me fui a la Universidad Laboral… lo mío con este trabajo fue emocional. Empecé en el rock, tocaba el bajo, pero me interesó pronto el asunto de organizar conciertos. Estoy orgulloso de los espacios que nos ‘inventamos’ en Zaragoza para la música en directo. Ya existían, claro, pero les dimos nuevos usos, o los trabajamos de modo distinto.

¿Le importaría recitar unos cuantos? No vendría mal ese listado.

Los colegios mayores, por supuesto, desde La Salle al Carmen o el Cerbuna. También el polideportivo de La Salle, donde estuvieron desde Companya Electrica Dharma a Quilapayún en los años más duros de Pinochet. ‘El Huevo’, que se construyó en 1978, donde llevé a Ian Gillan Band nada más separarse Deep Purple; el teatro y el salón Goya en el Mercantil, tuve a la Pasadena Roof Orchestra británica. Más: el Fleta y el Argensola, los bajos del Mercado Central donde hicimos festivales de punk en el 77 y 78 con La Banda Trapera del Río o French Dogs, el Jardín de Invierno, los cuarteles abandonados que habían pasado al Ayuntamiento, la plaza de toros, el parque de atracciones, la cripta de Santa Mónica… me dejo muchos.

¿Es verdad que reutilizó la carpa de Torrebruno?

Sí, me la dejó el de Toldos Llera. La pusimos al lado del Clínico, donde está ahora la Escuela de Idiomas, y la inauguramos con Los Secretos en 1981. Aquella Nochevieja teníamos pautado allí a Loquillo, pero un vendaval se llevó la carpa por delante. Desde el 79 también organicé conciertos en la Oasis, desde Sleepy LaBeef a Magna Carta, Gwendal o Tete Montoliu, que escuchaba el partido del Barça mientras actuaba y no fallaba una nota. También llevé la sala Tutti Frutti unos meses: tocaron Toti Soler y Los Jaivas.

El jazz siempre le tiró. Ahora lleva unos añitos armando el veterano Festival de Zaragoza.

Desde la orquesta Mirasol y su jazz rock laietano, sí. Empecé con ellos o otros como Secta Sónica, el grupo de Gato Pérez, a quien pude llamar amigo desde mis años en Barcelona. También trabajé unos años en Madrid con la oficina, y paré un tiempo largo para dedicarme a otras cosas. Con el Festival de Jazz de Zaragoza llevo desde 2014; este año, por cierto, viene muy interesante. Estará Immanuel Wilkins, un compositor y saxofonista estadounidense muy joven, impresionante músico en la línea que más me emociona. Zaragoza no es una ciudad fácil ara organizar asuntos culturales, pero me gusta y creo que a estas alturas ya le he cogido el punto.

Una de sociología, antropología y algo de criminología. ¿Qué artista de los que ha tratado le ha vuelto más loco?

Es complicado… para bien, el propio Gato, ‘culpable’ en parte de que me haya dedicado a esto. Y el concierto de Ron Carter en el Fleta no se me borra. De los últimos, Robert Glasper en el festival hace apenas unos años. Pau Riba y Sisa fueron otros dos artistas maravillosos para trabajar con ellos; con Pau también me he reído mucho en lo personal. Para mal, y me duele decirlo, Gonzalo Rubalcaba el año pasado en el Festival; dos horas antes de actuar dijo que no iba a salir, porque no le gustaba el piano Steinway que le preparamos, ¡y vino de Barcelona un técnico de la marca para preparárselo! Por suerte, en el Auditorio había más pianos y uno le pareció tolerable. También se quejó de la suite del hotel; todo con una actitud pésima. Lo llevaba igualmente en Jazz Madrid, y allí no la lió, ya ves.

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