Fernando Sanmartín: "La retórica y la solemnidad no me interesan para nada"

Profesional de la gestión cultural, Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959) acaba de publicar el poemario ‘Evitar la niebla’

Fernando Sanmartín, hace unos días, en los jardines de la Aljafería.
Fernando Sanmartín, hace unos días, en los jardines de la Aljafería.
José Miguel Marco

Verso va, verso viene, pues.

Me sigue haciendo ilusión publicar poemas, como cuando era joven. Le pasé el libro a principios de año a una editorial de Madrid, Papeles Mínimos, y se animaron a publicarlo pronto para tratar de llegar a la Feria del Libro en mayo. Así ha ocurrido. Es un conjunto de poemas unidos argumentalmente por la idea de la vida; siempre me ha interesado que la escritura sea un espejo de la realidad. Son poemas de fácil lectura; le escribo a la vendedora de la perfumería, a un muchacho tatuado del gimnasio, a una mujer con cuerpo de playa silenciosa, a Messi o al rey emérito Juan Carlos I.

¿Es la línea directa un seguro ante la catástrofe del fárrago?

La retórica y la solemnidad no me interesan para nada. A los lectores no hay que ponerles obstáculos.

¿Por qué escribimos?

Cada cual tiene sus motivos. Todos tenemos que protegernos de algo, ya sea de la tristeza, del paso del tiempo o muchas otras cosas. Carlos Boyero, el crítico de cine, dice que somos náufragos y soñadores a la vez. La escritura ayuda, y la lectura de un poema, pues también.

Trabaja en la Aljafería. Un lujo.

Hay cosas maravillosas en mi trabajo, junto a otras más rutinarias, pero después de muchos años me sigue asombrando la hermosura que encuentro en el palacio. Impresiona también el modo en que ven el edificio los que llegan de fuera. El otro día paseé al final de la tarde con Marta Sanz tras una sesión del ciclo ‘Conversaciones en la Aljafería’ y me decía que no podía dejar de mirar a todas partes: el palacio islámico, el de los Reyes Católicos, los patios…

Más allá del político ruido de sables, se trata de un espacio vivo.

Tenemos ahora la exposición del ilustrador Jesús Cisneros, que muestra su trabajo de los últimos años. Lo mismo pasa con otro proyecto muy interesante: ‘La Aljafería, un lugar de cine’, que viene dirigiendo Vicky Calavia. Esos cortometrajes que se ruedan en total libertad dentro del palacio son verdaderas joyas.

Ha pasado mayo entero en Florencia. Envidia mala y súbita aparte, ¿qué le llevó allá?

En la gestión cultural hay que seguir aprendiendo siempre. Fui a colaborar con el proyecto Chiasso Perduto, espacio experimental para residencias artísticas y exposiciones en el corazón de la ciudad. He estudiado materias referidas al modo en que una ciudad emblemática del Renacimiento proyecta lo contemporáneo, y cómo difunde la creación artística actual, en convivencia con su descomunal patrimonio.

Parece un esquema perfecto para las sorpresas agradables.

Desde luego. He trabajado en el Museo del Novecento, con pintura y escultura del siglo XX; he visto un nuevo espacio, Reffugio Digitale, situado dentro de un túnel antiaéreo usado en la Segunda Guerra Mundial, que albergaba esos días obra del videoartista Fabrizio Plesi; también tuvimos una sesión de trabajo centrada en el autorretrato metafórico como experiencia y Florencia como plataforma de expresión. Otro día nos centramos en ‘escuchar’ a la ciudad, traduciendo el resultado de esa escucha al dibujo, la literatura, la danza… cosas enriquecedoras. Eso añadido a vivir como florentino un mes, entrar en la vida cotidiana, no sentirte de fuera. Sales a tirar la basura al contenedor y tienes delante el palacio Pitti...

¿En qué otras ciudades ha sentido que dejaba de ser turista?

Uno de mis primeros libros de narrativa fue ‘Apuntes de París’, y hace dos años saqué una novela a la que le tengo mucho cariño, llamada ‘Os contaré la verdad’, que también se desarrolla en París. En mis últimas visitas he alquilado un apartamento para hacer vida de barrio; ya no estás obligado a ver lo que has visto en otras ocasiones, y puedes zambullirte en la rutina, disfrutarla. Eso cambia tu forma de mirar: me pasó también con Lovaina. A Nueva York y Chicago les dediqué un libro de viajes, una obra mestiza donde también aparecen Zaragoza y los recuerdos reflotados.

¿Qué es lo mejor de irse lejos?

Para mí, regresar. Y me gusta mucho lo que pasa antes del viaje; también las imágenes que paladeo ya de vuelta a casa.

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