literatura

Manuel Guedán: "En general, los jefes se empeñan en decir que no son jefes"

En ‘Los sueños asequibles de Josefina Jarama’, el escritor madrileño recurre a los resortes de la novela picaresca para destilar el devenir de las relaciones en el mundo laboral desde la Transición al presente.

El escritor Manuel Guedán, este miércoles, en Zaragoza.
El escritor Manuel Guedán, este miércoles, en Zaragoza.
José Miguel Marco

"Yo no diría que me duele España, diría que me divierte, me interesa". Y en ese camino, Manuel Guedán (Madrid, 1985) se ha detenido en lo que rezuma de ella en el entorno laboral. Con los mimbres de la novela picaresca, resabios del humor estrafalario y costumbrista de Eduardo Mendoza, la acidez berlanguiana y el naturalismo de 'Manolito Gafotas' o del cine de Miguel Albaladejo, el escritor ha pergeñado 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama', una novela en la que el lector viajará por los cambios del entorno laboral y con ellos de la sociedad española desde la muerte de Franco hasta nuestros días. Guedán los enmarca en contextos como la crisis de la industria juguetera en Levante, la Ruta del Bakalao, la reconversión bancaria o la extensión de los contratos basura. Todo, a través de las tan miserables como humanamente comprensibles y descacharrantes peripecias de la protagonista, sus tres despidos y otros tantos jefes.

¿Por qué la picaresca como referente?

Es un género que si se actualiza sirve para hablar del mundo del trabajo de manera humorística y no desde el realismo social. El pícaro es alguien desahuciado que tiene que lidiar con el mundo en primera persona sin acolchamientos, ha de ganarse la vida como sea. Yo quería hablar de la parte más sentimental del mundo del trabajo, no en el entorno de grandes colectividades y sindicatos, sino allá donde el pícaro o el empleado se las ven de tú a tú con el jefe. Esa relación se vuelve sentimental y es la cárcel en la que solemos caer los trabajadores: sentimentalizamos el trabajo más de lo que las empresas y los jefes nos sentimentalizan a nosotros.

¿Todos llevamos un jefe dentro igual que llevamos un seleccionador?

Completamente. Pero es que es el último reducto del empleado. Lo que le queda es la queja y es un derecho muy noble que hay que comprender. El empleado no tiene por qué tener las necesidades del conjunto de los trabajadores en la cabeza, lo que tiene es el agravio de ser el último de la fila. Y por eso hay que ser comprensivo y compasivo con esa posición. Al final todo se reduce a una dinámica un poco viciada que hay en los trabajos: salir a tomar café y poner a caldo al jefe. Seguramente no es lo más inteligente pero sí muy comprensible.

"La queja es el último reducto del empleado"

"Puedes llevarte bien con un jefe, pero la posición no es la misma"

​"La meritocracia existe, pero es coyuntural, azarosa; le pasa a poca gente"

¿Debe el empleado ponerse en la piel del jefe?

No. Uno como empleado ya tiene un montón de desventajas. Las plusvalías son para los jefes, también la responsabilidad.

¿Pueden un jefe y un empleado ser amigos?

Por supuesto, pero nunca será una relación de igual a igual. Yo he querido humanizar a los personajes de mi libro porque no tengo miedo a que eso borre la desigualdad subyacente. Tú puedes llevarte bien con un jefe, pero la posición no es la misma. Nunca vas a hablar en condiciones de igualdad ni de libertad plena y cuando vengan mal dadas el que te vas eres tú. Ha habido jefes que me han despedido y me han dicho: "Vamos a seguir siendo amigos"... Ya lo veremos. El jefe es el primer interesado en sentimentalizar esa relación. Es normal, al final somos personas. He estado bien con muchos jefes, pero ni por un momento he perdido de vista quién es él.

En el libro se describe a los jefes como "gente muy sentimental", que "está todo el día expuesta".

Los jefes son como actores o actrices, interpretan un papel. Y eso los hace dependientes de un público que opina de su trabajo. En ese sentido están expuestos sentimentalmente. Es curioso, los jefes en general se empeñan en decir que no son jefes porque su papel es incómodo, te expone a que cuando te vas los empleados hablan de ti y eso es una verdad incómoda con la que tienen que convivir.

En el lado de los empleados, en la novela hay peloteo, incluso servilismo.

Como trabajador y ciudadano tengo una opinión diferente a la de novelista sobre los materiales con los que trabajo. No me comportaría igual con un compañero pelota que con un personaje pelota. Como novelista me esfuerzo en comprender las motivaciones del pelota. Por ejemplo, en el caso de Josefina el libro empieza con ella siendo una chivata... pero sin maldad. ¿Qué late muchas veces detrás del pelota? Quizá afán de agradar, de medrar... Lo que pasa es que no tiene inculcado que hacerlo a costa de otro está mal. Y he querido entender a esa personas que no han tenido esa formación, que es política: la solidaridad es con tu compañero no con tu jefe.

¿Josefina Jarama encarna una progresiva pérdida de conciencia de clase en la sociedad española?

Mi opinión es que la conciencia de clase es imprescindible. Pero en la novela intento hacer el viaje de comprender a quien yo considero que está a mi lado en la lucha de clases pero no ha tenido ni formación en ese sentido ni esa visión. Josefina sería lo que podemos decir una esquirola de clase, una descendiente de una generación que vivió la contracultura o que era más militante y que tiene miedo a verse rechazada por no compartir esos ideales revolucionarios. Tiene que reconducirse hacia un mundo del trabajo y de la empresa que, curiosamente, ha ido parasitando ese imaginario transformador de la izquierda, algo que, si tienes un modelo basado en la productividad y la eficiencia, no es posible.

Entre las frases que ha escogido como prolegómeno del libro hay una de un jefe que tuvo: 'Manuel: vete echando currículos'

Sí, se me quedó grabada. El libro tiene parte de venganza personal y estoy contento (risas).

¿Todo el mundo debería experimentar el despido alguna vez en la vida?

El despido es como que te dejen. Te viene bien porque aprendes lo que es el dolor. Pero no se lo deseo a nadie. A veces me he preguntado, un jefe cuando te despide, ¿se lo contará a su madre?

Otra de las cosas que el libro pone en cuestión es la meritocracia.

La meritocracia es minoritaria, pero existe.Y hay que reconocer que existe porque cuando se niega desde determinadas posiciones estamos diciéndole a la gente que eso que han visto en algunas personas no es verdad. Lo interesado es hacernos creer que se da mayoritariamente, que está al alcance de todos. Y no: es coyuntural, azarosa, le pasa a poca gente.

A veces Josefina tiene buenas ideas para su empresa, pero nadie la escucha.

La idea de que nadie escuche a Josefina viene dada más con la intención de representar lo que les sucede a algunas mujeres en el entorno laboral. Quizá se habla más del acoso, que es una realidad, pero creo que es más común cuando un hombre repite en una reunión lo que ha dicho una mujer y se lleva él el crédito. Pero Josefina no es un personaje con conciencia de género ni de clase. Josefina come cuando el jefe tiene hambre.

Para escribir el libro ha recabado muchas experiencias de trabajadores de diferentes edades. ¿Hay algún común denominador entre ellos?

Más bien una diferencia. Entre la gente que ha estado muy contenta con la empresa y la que no. Parte de mi viaje es, a pesar de tener mucha conciencia de clase y por tanto una posición muy reactiva ante la empresa, llegar a comprender que mucha gente ha trabajado muchos años muy feliz con su empresa y muy feliz con sus jefes. Como novelista quería empatizar con todo esa gente que ha interiorizado el lenguaje de la empresa. Hay gente que ha vivido su trabajo como una condena y hay gente que no.

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