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Ángel Gracia: "Sergio Algora es el talento más poderoso e indomable de nuestra generación"

El zaragozano publica 'Larga noche de las apariciones' (Premio Isabel de Portugal), donde recuerda al poeta y músico, a Buñuel, Mira o María Moliner

Ángel Gracia dedica su libro a personajes transgresores de Aragón.
Ángel Gracia dedica su libro a personajes transgresores de Aragón.
Guillermo Mestre.

Ángel Gracia (Zaragoza, 1970) es poeta, narrador y escritor de libros de viajes, trabaja en el gabinete de comunicación de Fnac, en la plaza de España y es columnista de HERALDO. Es autor de poemarios como ‘Valhondo’ y de novelas como ‘Campo rojo’ (Candaya) y ‘El silencio y su canción’ (Pregunta), entre otros títulos. Publica ‘Larga noche de las apariciones’ (DPZ. Colección Veruela), poemario galardonado con el premio de poesía Isabel de Portugal.

¿Cuál es el punto de partida de ‘Larga noche de las apariciones’?

Comencé a escribir el libro en el confinamiento de marzo de 2020. Dediqué las noches de insomnio y de angustia a pensar sobre el sentido de toda mi vida, incluida la literatura. Algunos amigos escritores cuentan que estuvieron bloqueados durante aquellos dos meses de encierro, no me extraña. ¿Para qué escribir cuándo nuestra civilización se desmorona? Reflexioné sobre qué quería publicar a partir se ese momento. El resultado han sido dos libros en los que Ángel Gracia ha desaparecido por completo: ‘El silencio y su canción’ (Pregunta, 2020) es una novela protagonizada por José Antonio Labordeta que sucede en el Maestrazgo; ‘Larga noche de las apariciones’ es un libro polifónico donde mi yo poético se ha transfigurado en otras voces diferentes.

¿Nació como un libro unitario siempre o fue una intuición ese carácter de sinfonía en el tiempo tras los primeros poemas?

En aquellas noches interminables se me iban apareciendo voces extrañas y poderosas que me dictaban los poemas. Por primera vez en mi vida perdí el control de mi escritura. Del mismo modo que Vladimir Holan dialogaba con Hamlet y otros personajes de sus poemas, aislado en su casa de la isla de Kampa, yo intenté hacer lo mismo con mis espíritus amigos. Solo he transcrito sus palabras lo más fielmente posible y los he ordenado por grupos (enclaustrados, emboscados y encriptados) y cronologías.

"‘Larga noche de las apariciones’ es un libro polifónico donde mi yo poético se ha transfigurado en otras voces diferentes"

¿Cómo se produce el proceso de selección, qué tipo de elementos y de personajes te interesaban?

Supongo que yo he invocado a esas voces, que son una proyección de mis obsesiones y maneras de mirar la realidad. Nunca me ha interesado el canon ni la historia académica de la literatura, sino los autores que transgreden los géneros y trascienden lo puramente literario.

¿Eligió desde el principio el monólogo dramático y la elegía?

Cada poema es un epitafio. El modelo ha sido ‘Antología del Spoon River’, la obra maestra de Edgar Lee Masters. Cada autor hace un recorrido por su vida y por su obra, y deja un mensaje final. Los poemas nacieron en forma de monólogo desde el principio.

María Moliner es uno de los personajes al que evoca Ángel Gracia.
María Moliner es uno de los personajes al que evoca Ángel Gracia.
Archivo Heraldo.

En un sentido temático y de significación más o menos simbólico, ¿por qué se fijas en iconoclastas sobre todo? ¿Es Aragón una tierra de heterodoxos?

Recordamos a los creadores que perduran porque han roto esquemas previos y han mostrado una visión del mundo completamente original. En mi libro aparecen algunos autores descomunales como Luis Buñuel, pero también otros casi secretos. Todos tienen su lugar en la interminable genealogía a la que pertenecemos. Me siento aragonés y como tal, siento la necesidad de estudiarlos, de admirarlos. Mi deuda con algunos de ellos es incalculable.

Hay aspectos emocionantes, además de la calidad de los textos: la apuesta por poetas como Manuel Estevan y Mariano Esquillor. ¿Qué le han dado, qué quiere darles usted?

Esos poemas forman un buen díptico, sí. A ambos los conocí personalmente y siempre los he respetado y admirado como personas y como poetas. Vivían, cada uno a su manera, fuera del mundo. Y escribían también fuera del sistema, insobornables. Para mí son un ejemplo de autenticidad, discreción y humildad. Recomiendo con fervor la lectura de ‘El que cuenta las sílabas’ (Olifante, 1996), de Manuel Estevan, y las seis obras de Esquillor publicadas en Libros del Innombrable, cuya labor editorial es encomiable.

No podía faltar el gran iconoclasta, y quizá incomprendido, Miguel Labordeta. ¿Qué significan para usted su obra, su magisterio y quizá su soledad?

En 1994 participé en la organización de un congreso en Zaragoza sobre Miguel Labordeta, dirigido por mis queridos Elena Pallarés y Túa Blesa. Miguel es uno de los mejores poetas españoles del siglo XX. No encajó en ninguna generación ni tribu literaria. Fue expresionista y surrealista, concepciones poéticas fundamentales para mí.

José Antonio Labordeta, Juana de Grandes y Miguel de Labordeta, al que admira profundamente el poeta.
José Antonio Labordeta, Juana de Grandes y Miguel de Labordeta, al que admira profundamente el poeta.
Fundación J. A. Labordeta.

Tampoco falta uno de sus mejores amigos: Sergio Algora. ¿Cómo se enfrenta a alguien tan próximo que hizo tantas cosas en la literatura, en la música y, en cierto modo, en la noche?

Pronto se cumplirá el décimo cuarto aniversario de la muerte de nuestro añorado Sergio, y ahora mismo me pondría a charlar, reír y leer poemas con él como si no hubiera pasado todo ese tiempo. Sergio tenía decenas de amigos, yo era solo uno más, aunque es cierto que se entregaba de tal manera que todos creíamos que él era nuestro mejor amigo. Gracias al apoyo de Sergio escribí mis primeros libros de poesía. Él es el talento más poderoso e indomable de nuestra generación. Su poesía, la más arriesgada y salvaje.

Una de los retratos de Víctor Mira, en los años 80, en pleno descampado.
Una de los retratos de Víctor Mira, en los años 80, en pleno descampado.
Archivo Heraldo.

Uno de los poemas más ambiciosos es el de Víctor Mira, querido y admirado por coleccionistas, poeta, pintor, escultor, con una mirada muy personal sobre Zaragoza. ¿Por qué no acaba de romper el cerco del olvido un personaje con tanto carisma?

No encuentro respuesta a la altura de Víctor Mira, uno de mis artistas preferidos del siglo XX, ni a la de las expectativas de la pregunta. Responderé con una cita de él: “Si un día fui tambor por los campos, ahora todo yo soy piano en el centro del hogar. Ni viejo ni nuevo, sino piano hogareño en el centro de los míos, tocado por los míos y mudo –con todo lo mío, mudo- si una mano no me sonatea. No intentéis, pues, saber de mí, de lo que fui acumulando en mi sangre que, al explicarse, muere el artista”.

Afronta a María Moliner a través de un vocablo esencialmente: ‘zarrio’. ¿Cómo la ve, en qué debemos considerarla una rebelde?

Todos los libros de mi biblioteca son susceptibles de venta o de expurgo en un momento dado, excepto el ‘Diccionario’ de María Moliner. Cuando de adolescente gané mi primer concurso literario, invertí todo el dinero en comprarlo. Es un tesoro filológico. Una catedral. María Moliner es un ejemplo de capacidad de trabajo y de amor por la palabra.

Hay dos atributos claves en el libro: la imaginación poética y el lenguaje. ¿Cómo se los ha planteado, quería hacer un libro esencialmente metafórico, caudaloso, con muchos elementos cruzados?

El Ángel Gracia metafórico, quizás algo hermético, da paso a un poeta de expresión más amplia. He intentado cambiar el leve susurro por la canción perdurable. Mantengo, eso sí, la obsesión por el concepto de libro unitario por encima del poema casual.

"Para no salirnos del contexto de mi libro, citaré tres obras de autores que aparecen en él: ‘Sumido 25’, de Miguel Labordeta; ‘Paulus e Irene’, de Sergio Algora (Olifante, 1998); y ‘Obra literaria’, de Luis Buñuel (Heraldo de Aragón, 1982, y ahora en ‘Obra literaria reunida’, Cátedra, 2022)"

Para usted, con muchos libros y premios a la espalda, ¿en qué consiste escribir poesía?

Ni tantos premios y ni tantos libros. Publicar cinco poemarios me ha costado veinte años. Cuando era joven me tomé demasiado en serio la condición poética. Imitaba a Celan: “Quien se arranca el corazón del pecho en la / noche quiere alcanzar la rosa”. Qué osado, qué ingenuo fui. Con el tiempo, he aprendido a vivir el descorazonamiento de una manera más humilde: “arrancarme de cuajo el corazón / y ponerlo debajo de un zapato”, me canta a todas horas Miguel Hernández en la voz del Niño de Elche. Mis seres queridos (los vivos y los muertos) han colocado a la poesía en su lugar: entre las cosas importantes, es la menos importante.

Llega la Semana Santa. ¿Podrías recomendarnos tres poemarios que te hayan ayudado a ser el escritor que es?

Para no salirnos del contexto de mi libro, citaré tres obras de autores que aparecen en él: ‘Sumido 25’, de Miguel Labordeta; ‘Paulus e Irene’, de Sergio Algora (Olifante, 1998); y ‘Obra literaria’, de Luis Buñuel (Heraldo de Aragón, 1982, y ahora en ‘Obra literaria reunida’, Cátedra, 2022).

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